Caída libre. Parte IV

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Atravesé el campo oscuro, oyendo el frufrú de las hierbas al crujir bajo mi peso. 

El aire corría ligero y la noche era clara. La Luna creciente se alzaba sobre nuestras cabezas arrancando destellos a la cabellera rojiza que caracterizaba a Lisange. Estaba un poco más adelante, sentada en unas rocas en un pequeño alto del terreno. Me detuve para tomar aire con calma y avancé de nuevo. Ella se volvió hacia mí al instante, apuntándome con lo que parecía una lanza muy afilada. 

—Hola —fue lo único que dije. Ella vaciló, pero no bajó el arma. 

—¿Liam te ha obligado? —me dijo. 

—Te buscaba a ti —confesé. 

—No estoy segura de si estás aquí para atacarme o para volver a recriminarme todo lo que he hecho mal contigo. 

—Solo he venido a hablar. 

Me escudriñó con sus enormes ojos y, finalmente, pareció convencida. Soltó la lanza y me tendió una mano para ayudarme a subir a la roca. Una vez arriba, ella se inclinó con toda la elegancia que una puede desempeñar para sentarse de cuclillas. Yo me reuní a su lado, con mucha menos gracia. Los grillos y los búhos hicieron acto de presencia antes de que fuera capaz de pronunciar palabra. 

—Entiendo tu enfado. —Por suerte, fue ella la primera en hablar—. Pero nos conoces lo suficiente como para saber que no queremos hacerte daño, a pesar de lo que Hernan te haya metido en la cabeza. 

—Lo vi. Lo recordé —recalqué—. Hernan no tiene nada que ver con eso. Estuviste allí y nunca me lo dijiste —reconocí—. Es mi primer recuerdo y me siento dolida y traicionada y... ahora... —Cogí aire. Estaba hablando demasiado deprisa—. Me siento tan estúpida... 

—Conozco ese sentimiento. Esa sensación de traición fue lo primero que sentí al despertar en este mundo y comprobar que Reidar había huido, dejándome morir sola. Tardé más de dos siglos en darme cuenta de que eso había destruido todo lo bueno que había en mí. Si de mí dependiera, Lena, habría hecho lo posible porque no lo supieras nunca. El dolor tarda una eternidad en mitigarse, si es que llega a hacerlo. 

Apartó la mirada y volvió a escudriñar el campo frente a nosotras. Al parecer, en su caso había llegado a mitigarse porque parecían haberse reconciliado pero, ¿quién era yo para apuntar algo así en ese momento? 

—Yo le creé —siguió ella—. Sé cómo era con vida y en qué le convertí. Sé quién fue a mi lado y cómo se transformó en el tuyo. Si queda un ápice de humanidad en él, si le permití conservarla, solo es visible contigo. —Me miró—. Lo supe desde el momento en que te trajo a nuestra casa. 

—¿En La Ciudad? 

—Sí, en una de las lluviosas noches de La Ciudad. Apareció en la entrada. Liam abrió la puerta y le encontró contigo en brazos. Liam le obligó a alejarse de ti a cambio de acogerte, incluso cuando no sabíamos si ibas a revivir o no. 

Mi corazón ardía como si deseara empezar a palpitar. 

—Eso no tiene sentido. Él me dejó claro que solo había sido una más. Que me había cruzado en su camino en un mal momento... ¿Por qué iba a llevarme con vosotros? 

—Pasó cinco años alimentándose de ti, Lena. No fuiste una más, estoy segura de que lo sabes. Él estaba obsesionado. Pudo haberse alejado, pero disfrutaba, encontraba algún morboso placer en el hecho de consumirte. No quiso detenerse, esa fue su elección, su culpa, y lo que marcó la diferencia. 

—¿Y por qué lo hizo? 

—Es una de las pocas cosas que desconozco de él. Tal vez sintiera algo. —Se encogió de hombros—. ¿Es eso posible? Te buscó cuando reviviste, ¿no? Lo que sí es cierto, y te lo puedo asegurar, es que el hecho de acabar contigo fue lo mejor que te pudo ocurrir llegados a ese punto. Nunca habrías vuelto a ser tú. Nunca. 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora