Creando lazos con... la comida

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Los días pasaron sin que pudiera quitarme a Hernan de la cabeza. Tal vez porque parecía ser mi única opción para aprender a defenderme y, de paso, averiguar las razones que tenía Christian para querer acabar conmigo. Necesitaba tiempo y, para ello, debía mantenerme en ese mundo, aun- que temiera la sola idea de que Hernan hubiera mentido y que, en verdad, la única razón que Christian tuviera fuera que se había cansado de mí. Hernan era un riesgo, sin duda, ahora solo me quedaba decidir si merecía la pena ese riesgo o no.

Salí tarde, tan tarde que ya no había gente por las calles. De hecho, habían tenido que echarme de la biblioteca para cerrarla. Sabía que Valentine estaba en la casa, así que prefería quedarme ahí a pensar. Me sentía cómoda entre esas cuatro paredes repletas de libros, tal vez porque en vida pasaba mucho tiempo en una de ellas, o puede que porque había sido una biblioteca el primer lugar al que había ido cuando desperté en La Ciudad. Miré el reloj, esperaba que Lisange se pasara por allí, pero seguro que no la encontraría hasta el día siguiente si había ido a ver a Reidar esa tarde. Suspiré y me colgué bien la mochila al hombro, dispuesta a emprender el camino de regreso.

El cielo seguía encapotado. No había dejado de llover desde la noche que había hablado con Reidar, y de eso hacía ya tres días. Las calles estaban prácticamente inundadas. El agua bajaba como un torrente por la acera inclinada, todo el suelo era un gran charco uniforme. Ni las botas de agua habían conseguido salvar mis calcetines... Los coches, que pasaban salpicando, tampoco ayudaban a la causa, pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para que eso me preocupara. Iba ensimismada en mis propios pensamientos, intentando encontrarles algún tipo de sentido. Ni siquiera reaccioné cuando de la nada, una mano me agarró del brazo y me metió tras un muro. Alcé la vista y, de pronto, perdí por completo todo uso de razón. Christian me clavaba sus ojos a centímetros de mí.

—Gritaré —le aseguré en un leve balbuceo.

—¿Y quién crees que acudiría a ayudarte? —susurró de forma ansiosa, mirando hacia la calle—. ¿Un humano?

—Se volvió de nuevo hacia mí, parecía nervioso—. Aún te conozco lo suficiente como para saber que no quieres involucrar a nadie más en esto. —Su aliento golpeó contra mi cara. Tuve que apoyarme contra la pared, mareada. No había contado con eso, con ese olor de nuevo tan cerca de mí; ese increíble aroma derrumbó todas mis defensas. Todo mi cuerpo reaccionó al volver a sentirlo y una presión enorme llenó mi pecho. Él me soltó, pero no se apartó de mí—. ¿Qué haces aquí? —me dijo.

—Eso no te importa —lo desafié, aún mareada.

Mi respiración se aceleró en un par de segundos. Entonces, empecé a notar sus latidos más rápidos, su corazón bombear con más fuerza y su pecho contraerse con violencia, como si a él le hubiera pasado lo mismo que a mí, como si su cuerpo también hubiera reaccionado ajeno a su voluntad.

—Este lugar es peligroso —advirtió, olvidándose de su ansiedad inicial.

—¿Y a ti eso te importa?

—¿Por qué no habría de ser así? —preguntó descaradamente cerca de mí—. Tu muerte me pertenece.

—¿Solo has vuelto para acabar conmigo? —Clavé mis ojos en los suyos.

—No hagas preguntas si no deseas conocer la respuesta. Sería demasiado cruel por mi parte seguir dándote esperanzas —dijo él con voz gélida—. Demasiado, Lena, incluso para mí. Ya te he mentido suficiente.

Intenté mirar a través de sus pupilas, deseaba saber, aunque solo fuera por un instante, qué pasaba por su mente, pero de nuevo ese muro infranqueable me impedía ver a través de él.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora