Regreso al instituto. Parte 1.

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Sentía la lluvia caer sobre mi piel, pero no a mí misma. Avanzaba sin caminar. Todo daba vueltas y más vueltas. Mis ojos no enfocaban. Estaba oscuro y algo, parecido a destellos, envolvía aquello que me rodeaba. A lo lejos, divisé una sombra en el suelo, sobre un charco. Parecía inerte, o, al menos, no se movía. Intenté acercarme hasta allí para verlo mejor pero, entonces, descubrí que no podía avanzar. Un repentino miedo comenzó a sacudirme por dentro. Quise gritar pero era incapaz de emitir sonido alguno. Entonces, vi algo más, una figura difuminada y arrodillada a su lado, rígida e irreconocible. El miedo me golpeó con más violencia y quise huir de allí pero, de pronto, esa última alzó su rostro oscuro hacia mí y todo mi cuerpo se retorció de pavor. Lo último que vi fueron unos inmensos, irreconocibles y tenebrosos ojos clavados directamente en mí.

Me desperté sentada en medio de la cama en la oscura habitación, rígida y asustada. El pánico recorría mi cuerpo sin saber por qué. Sentía un intenso y punzante dolor en el pecho y todos mis músculos se contraían con fuerza. Volví los ojos a mi alrededor. La vela se había apagado y por la ventana se filtraban ya los primeros rayos de luz. Poco a poco, volví a respirar. Todo había sido un sueño. Estaba en la casa, segura, y nada turbaba la tranquilidad de la «noche». Tomé una gran bocanada de aire y me recosté contra la almohada, abrazando las mantas, y con la mirada perdida. Si al menos Christian estuviera allí... Acababa de irse y ya me parecía imposible soportar su ausencia. Temblé al recordar sus brazos rodeando mi cuerpo, su voz susurrándome al oído que él me protegería de todo... Esos días hasta que él regresara, se iban a hacer eternos. Me invadió un sentimiento de soledad que me acongojó. Christian se había...

—¡Lena! —gritó entonces Gaelle desde la planta baja—. Es hora de levantarse, llegaremos tarde.

Me giré en la cama y bufé. Había cientos, incluso miles, de razones para considerar esa absurda idea de Gaelle un peligro. Pero de nada me habían servido esos dos últimos días intentando convencerla de ello, insistiendo en los riesgos y en el hecho de que no estaba dispuesta a afrontar una vida normal, sencillamente porque ya no lo era. Era injusto e irracional, después de todo lo que había ocurrido, tener que añadir otra preocupación más. Lo único que yo quería era plantarme junto a la puerta y esperar a que Lisange, Christian y Liam aparecieran, a salvo y de una sola pieza.

De hecho, jamás habría accedido de no ser por Gareth. No había tenido tiempo de darme cuenta de cuánto extrañaba a Flavio hasta ese momento, y Gareth era lo más parecido a él que podría encontrar en ninguna parte.

De todos ellos, era con el que me sentía más tranquila. Gaelle me ponía nerviosa y Valentine..., suena cobarde que una niña que aparentaba siete años me asustara pero estaba segura de que ella tenía de inocente y frágil lo mismo que yo de independiente, segura o valiente, es decir, absolutamente nada.

Pero Gareth no, él parecía tener siempre un minuto para mí. Hacía un día que, compadecido de mí había entrado en la habitación, me había convencido de que lo intentara y me había dado un valioso consejo para soportar lo que se me avecinaba en ese instituto: «pasar desapercibida».

Y, un par de horas más tarde, el temido primer día había llegado. De nada servía intentar retrasar el momento, aunque remoloneé en la cama hasta llevar a Gaelle prácticamente a la histeria. No me había costado mucho trabajo descubrir que era del tipo de personas a las que les encanta tenerlo todo bien planificado, y mi absoluto desinterés por participar de forma activa amenazaba esa mañana su elaborado plan de la jornada. El primer día de clase parecía un evento de vital importancia para ella, a pesar de que el curso ya había empezado.

Mi estrategia era negarme a seguir su horario con la esperanza de que desistiera pero, luego, decidí que era una postura demasiado infantil y, por azares del destino, sentí que si quería que todo el mundo estuviese bien, debía colaborar. Así que me levanté para empezar a prepararme. Ese pueblo no era lo bastante grande como para tener ni siquiera un pequeño colegio, así que debíamos atravesar el prado y acudir a esa otra ciudad.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora