Sobre la razón y el corazón Parte II

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Volvíamos a estar en alta mar. Ya no se oía el ajetreodel muelle. Sin embargo, no podría decir cuánto tiempohabía pasado.La noche anterior había sido agotadora. Miré misbrazos. Ya no había rastro de las marcas de los cuchillosque habían utilizado hacía apenas unas horas, pero todo micuerpo aullaba de dolor. En ese momento, sentí un espasmoy mi cuerpo se retorció con violencia para vomitar algo. 

Sangre. La sangre de Lester, que me había obligado a beberpara que su ardor recorriera todo mi interior.Tosí y limpié los restos de mi boca con el dorso de lamano. Lo único bueno era que Silvana no se había alimentado de mí. Se había limitado a ser el apoyo de Lester mientras él disfrutaba haciéndome gritar.Sus risas aún se clavaban en mi mente. Furiosa, quisequitarme todo rastro de ellos de mi piel, así que me puseen pie, como pude. La puerta estaba abierta, por supuesto,porque sabían que no podría ir a ninguna parte. Ya no.Tampoco encontré a nadie que me detuviera en mirecorrido hasta mi camarote.Lo que desde luego no esperaba ni por asomo, eraencontrar la escena de bienvenida que me recibió en cuantoabrí mi puerta... 

La habitación estaba patas arriba, desde las cortinasajadas a los muebles caídos. Valentine estaba tumbadade lado en la cama, con los pies en alto contra una de lascolumnas de mi pequeña cama y jugueteaba con uno de losrizos de su pelo cano.Al otro extremo, alguien se agazapaba, como un ovillode carne y tela, en la esquina opuesta de la habitación. 

Paséla mirada de una a otra, intentando adivinar algo. 

—¿Qué le ha ocurrido? —pregunté alarmada, acercándome a la chica. 

Valentine rio. 

—Está cansada. Creo que se han alimentado muchode ella. 

Quise ver qué tal estaba, pero me detuve porque enese momento había empezado a sollozar y dudaba que yopudiera consolarla. 

—¿Qué le has hecho? —pregunté alarmada. 

—Yo no la he tocado —se defendió con tranquilidad—.Pero no deberías haberla dejado sola. 

—¿De qué estás hablando? 

—Es un regalo. —Sus ojos fingieron una vez más esafalsa inocencia de la que solía abusar. 

—¿Un regalo? 

La niña sonrió con todos los dientes. 

—¿No sabes quién es? 

Pasé la mirada de ella a la harapienta chica del suelo,sin entender nada. Ese desconcierto me alarmó. Un sextosentido se despertó dentro de mí, advirtiendo que algo noiba bien.Valentine soltó una carcajada y bajó del sillón conun saltito. Corrió hacia ella y la cogió del pelo, tirando confuerza hacia atrás para que alzara la cara hacia mí. Luego seinclinó hacia su oído y la escuché susurrarle: 

—Mírala. 

La chica alzó poco a poco sus ojos desorbitados hacia mí.Me horrorizó el desconcierto y el sentimiento de noentender nada. Pero, entonces, me miró y su rostro pasó dela dispersión al miedo, y del miedo al pánico. 

—No —musitó, aferrándose a Valentine—. No, no, no. 

El temor se reflejaba en cada rasgo de su cara.Solo cuando vi esa expresión, mi mente pareció caeral agujero del pasado. Y no fue un recuerdo de mi vidahumana, sino de esa misma existencia. De mí, en La Ciudad,en aquel hospital... 

—Claire —balbuceé y miré a Valentine de inmediato—.¿Claire Owen? —Valentine volvió a reír—. ¿Qué hace aquí? 

—No es humana, Lena. Al parecer murió con muchodolor. 

—¿Por... por mi culpa? —retrocedí. De pronto balbuceaba.Claire comenzó a gritar. 

—¿Quién sabe? 

De pronto escuché un ruido escalofriante y la chicadejó de gritar de inmediato. Miré horrorizada a Valentine.La chica se desplomó en el suelo, a los pies de la macabraniña, dejando al descubierto su mano ensangrentada y algorojizo en su mano. 

—¡NO! —grité. 

Valentine pasó por encima del cuerpo de Claire Owencon el corazón en la mano y lo soltó sobre mi regazo, mientras yo, estupefacta, me mantenía en shock al borde de lalocura. De golpe, reaccioné y me aparté. El corazón rodópor mi vestido y cayó al suelo, manchando la alfombra yrodando varios centímetros hasta los pies de la niña. 

—Has manchado todo —dijo ella—. Elora se va aenfadar. 

Supongo que se fue a continuación porque no volví aoírla, pero yo ya no era capaz de prestarle atención. Estabaen shock.De pronto, reaccioné y me lancé al pasillo. Llegué hastala cubierta y me doblé contra la barandilla para vomitar unnuevo rastro de sangre. Me aferré a aquellas maderas comosi pudieran salvarme o, al menos, librarme del dolor quesentía por todo el cuerpo. Durante una fracción de segundo,incluso la idea de saltar pareció tentadora. Pero no lo hice yno tengo ni idea de por qué. 

Cuando mis piernas se doblarony me hicieron caer, sentí un movimiento inusual ahí fuera.Lester (que me dirigió una sonrisa aterradora), Lavisier, elhombre enorme de la coleta, Silvana y algunos más iban deun lado a otro, entrando y saliendo con cuerdas, maderas ytrozos de telas hasta que no quedó prácticamente nada ahí fuera. 

Poco después, en cuanto el sol comenzó a ocultarse, elbarco entero pareció sumirse por primera vez en un fantasmagórico, intenso y profundo silencio.Entonces me di cuenta de algo que, hasta ese momento,había olvidado por completo. Cuando, por fin, me atreví aalzar la mirada y mirar al incipiente cielo estrellado, descubríque no había luna. 

Conseguí ponerme en pie, a duras penas. Giré a mialrededor, mientras el viento me zarandeaba, para verificarque era cierto. Y así fue. Dirigí la mirada un poco más alláy distinguí el borde difuminado de la costa. Aún no estábamos lejos. De pronto, una sensación muy diferente meembargó por dentro y unas nuevas fuerzas recorrieron micuerpo como una corriente eléctrica. Apreté los puños condecisión y avancé un paso, de nuevo hacia el habitáculo delas bodegas en el que había amanecido. 

El pasillo me recibió con el mismo silencio antinatural.Sabía que pronto escucharía gritos de dolor, pero aún nohabía empezado.Pensé en Jerome, encadenado, pero no podía regresara comprobar que estaba ahí. No sin luna. Solo me quedabarogar que estuviera a salvo y esto no acabara con él. Cogíel mango del hacha con más fuerza. Algo burbujeaba confuerza en mis venas, acompañado de una extraña y claradeterminación.Avancé en solitario por la sala en la que había pasadolas últimas horas, o días, con el suelo crujiendo bajo mispies, el viento y la madera protestando a ambos lados y lospuños apretados con fuerza. Ningún gran predador, cazadoro guardián se interpuso en mi camino. 

Con paso veloz, crucé, decidida, los escasos metros queme separaban de las paredes. Ni siquiera miré a mi alrededorentre la oscuridad. El barco estaba plagado de grandes predadores deseosos de arrancarse el corazón y de cazadoresy humanos intentando convertirse en grandes predadoresdispuestos a cargarse a cualquier cazador que se cruzaseen su camino, pero nada de eso importaba ahora. Ese erael momento. Esa era mi misión. 

Alcé los brazos que empuñaban el hacha y, con toda la fuerza de mi cuerpo, los bajécontra los tablones de madera. La hoja penetró en ella comosi de plastilina se tratara.Un instante después, un afilado chorro de agua saladaempapó mi cara y mi ropa. Volví a cargar el hacha y a agujerear la quilla. Un nuevo chorro a presión volvió a salpicarme, esta vez en los ojos, pero volví a repetir la acción unatercera, una cuarta y una quinta vez. Pensé en el dolor, enla ira, en todo lo que me carcomía por dentro hasta que oíque alguien en la cubierta superior corría dando la voz dealarma. Me detuve y aguardé un momento, expectante. Elagua entraba a chorros por diversos puntos de la sala y mispies ya chapoteaban al andar. Decidí que era el momento deir a por Jerome. 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora