Con piel de cordero. Parte III.

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—¿Vino? —Volví la mirada hacia la persona que me había preguntado y encontré a un chico joven, no mucho mayor que yo, vestido completamente de blanco y con una enorme jarra plateada en las manos.

Le miré estupefacta. Nada tenía sentido. Todo parecía misterioso y embrujado esa noche, nada que ver con la casa señorial y acogedora de La Ciudad de un año atrás. El chico interpretó mi silencio y se alejó en busca de otro invitado. Cuando me adentré más en el lugar, la cosa no mejoró. La impresión fue idéntica a la que había tenido al llegar: todo era diferente. Pero el aspecto general de aquella fiesta no era lo único que había cambiado. La sinuosa melodía dejaba patente algo mucho peor; la cantidad de corazones latiendo por doquier. Ni siquiera podría decir cuántos eran, pero, desde luego, muchísimos más que los que, como el mío, permanecían silenciosos.

—Tú eres la última De Cote —dijo de pronto alguien a mi izquierda. Me giré y encontré un rostro extrañamente familiar.

—¿Le conozco? —pregunté. Pero al fijarme en el uniforme militar que llevaba puesto, le recordé.

—Parece que fue ayer, ¿verdad? Es ridículo celebrar los años, no da tiempo de que ocurra nada nuevo. Le miré con las cejas ligeramente arqueadas.

—Parece que sí que ha ocurrido algo, Cánovas. Nada es igual.

—Tonterías.

Intenté escuchar su corazón, pero no había nada moviéndose dentro de él. Eso me alivió. Como mínimo significaba que no estaba con los Dubois.

—¿Sabe lo que está ocurriendo? —me atreví a preguntar.

—Solo un par de grandes predadores locos que andan por ahí hablando de las virtudes de una vida poderosa y despreocupada —rio con voz profunda—. ¿Te parece acaso que no tengamos ya una vida llena de lujos y sin preocupaciones?

—Tal vez la preocupación sea tener que vigilar su espalda si les dice eso.

—El temor es lo que les ha hecho poderosos. En la guerra eso nunca estaba permitido. El miedo es lo que te lleva a errar en tus cometidos. —Se acarició una prominente barriga. Le miré. Era extraño. Parecía ser el único que no se había convertido en una auténtica belleza al morir. Él se dio cuenta de inmediato de lo que estaba mirando y rio—. Los gusanos no pudieron con esto. —Soltó una carcajada despreocupada—. Me hace destacar entre todos esos "caballeros". Apuesto a que aún llevo dentro ese último estofado.

—Apuesto a que sí —dije para mí misma, a punto de esbozar una sonrisa—. ¿Sabes... sabe dónde estamos?

El hombre me miró extrañado.

—¿Acaso no lo sabe usted, señorita?

—No, la verdad es que...

—¿Cómo es que sir William no ha venido esta noche? —interrumpió—. Le vi hace dos días y parecía algo alterado.

Eso captó por completo mi atención.

—¿Le vio? ¿Dónde?

—No lo recuerdo bien. He viajado mucho, últimamente. Ha sido un largo recorrido para venir aquí. Esta fiesta es lo único memorable al año pero hoy es un tedio soberbio.

—¿Habló con él? —insistí de nuevo.

—Solo un par de palabras de cortesía. No tenía buen aspecto, para ser él, por supuesto. —Volvió a reír. Para mi sorpresa, le vi tomar un generoso sorbo de una copa. No pude evitar que mis ojos se abrieran como platos.

—¿Puede beber?

Él sonrió de forma alegre y profunda otra vez.

—El sabor de este dulce manjar rozando mis papilas y mi garganta compensa los espasmos posteriores. —En ese momento le vi retorcerse y, a continuación, se acercó otra copa en la que supuse que acababa de aterrizar de nuevo el vino.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora