Estudiar demasiado puede alterar gravemente la imaginación

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El día antes de comenzar los exámenes, el nerviosismo creció entre todos nosotros.

Imaginaba que Lisange estaría frenética, que durante unas horas se evadiría de todos los problemas que nos rodeaban, embargada por la emoción del día que tanto había estado esperando, pero no fue así. Esperaba poder alegrarme de verla feliz, de contemplar un pequeño reflejo de lo que era ella antes de lo de Flavio, pero se mantuvo fría. Se había preparado a conciencia para esas pruebas con un entusiasmo sobrecogedor y, en cambio, ahora parecía como si fuera un simple trámite, algo que se veía obligada a hacer para salir adelante, y eso me dolió.

Mi entusiasmo por las pruebas era mínimo, pero había sido así desde el principio. En cambio, era algo que consideraba necesario; no sabía a qué deberíamos enfrentarnos si de verdad nos cambiábamos de ciudad y era lo único por lo que había estado «luchando» desde que desperté, sin contar mi relación con Christian. También Lisange había tenido mucho que ver; haberla escuchado tantas veces hablar de esos exámenes hacía que ya los sintiese como una obligación y ahora necesitaba pensar que había hecho bien algo. Además, era lo único que podía ofrecerle a Flavio en honor de las «clases» que me había dado.

Al parecer, las pruebas serían en la universidad debido a un cierre temporal del colegio por una inoportuna plaga. Lisange insistió en estar ahí a primera hora, pero, por des- gracia, un autobús se averió en mitad de la avenida principal y llegamos diez minutos después de la apertura. Eso era una fatalidad para ella. Observarla revolverse en el asiento a la espera de que le entregaran su primer examen me hizo sentir bien, en el fondo sabía que seguía deseando ese momento.

A pesar de haber un curso de diferencia entre ambas, compartíamos el aula del examen. Éramos más bien pocos los que nos presentábamos de esa manera, así que utilizar una sala por año académico parecía una tontería. Rogué con todas mis fuerzas para que en literatura no preguntaran sobre Shakespeare así que respiré aliviada cuando vi que se trataba de Kafka.

Cálculo fue horrible, un desastre de magnitudes astronómicas. Ya empezaba a escuchar a Christian en mi cabeza diciéndome lo mala que era por no haberme esforzado más. Pero, para ser sincera, en las circunstancias en las que me encontraba, mi nueva situación en el mundo y el poco tiempo que había tenido para estudiar, ¿qué esperaba?

Mi último examen del tercer día era el único que no compartía con Lisange: Historia. Ella decía que no podía enfrentarse a esa asignatura porque era incapaz de contar las cosas tal y como las ponían en los libros; el hecho de haberla vivido en primera persona hacía que su forma de contarla fuese bastante distinta, así que había preferido examinarse de Filosofía, que empezaba una hora más tarde que el mío.

Concentrarse en una hoja de papel cuando hay tantos sonidos a tu alrededor es una proeza digna de medalla, pero lo estaba haciendo bastante bien, por lo menos hasta el momento. Poco después de empezar ese último examen, capté unos pequeños golpes contra lo que parecía una tubería de metal. Agudicé el oído; eran toques lentos y uniformes que parecían... campanadas.

Alcé la vista y miré a mi alrededor; parecía que nadie más lo había escuchado. Sacudí la cabeza e intenté volver a concentrarme en la página que tenía frente a mí. La guerra de independencia de 1898. Intenté recordar. «La guerra de 1898 se desató entre España y EE. UU. —comencé a escribir— durante el reinado de...» me puse nerviosa, había vuelto a sonar.

— ¿Algún problema, señorita... —miró una lista— De Cote? El noventa por ciento de la gente que había en el aula se volvió para mirarme, el otro diez por ciento aprovechó para echar un vistazo a sus chuletas.

—Ninguno. —Me aclaré la garganta y volví a escribir. Por suerte, pude terminar el examen sin que ese sonidito volviera a interrumpirme. Entregué mi ejercicio y salí fuera del aula.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora