La Magia No Existe. Parte 3

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Por alguna razón que desconocía, los cazadores más jóvenes (en apariencia, al menos) se estaban reuniendo tras una puerta en la que no había estado. Noté la mirada de varios chicos humanos fija en mí. No se molestaron en apartar los ojos cuando me volví hacia ellos, lo que me incomodó aún más, así que dejé el vaso y me alejé en dirección a esa zona plagada de no vivos. Pero un brazo me cortó la entrada. Retrocedí un paso. Era un hombre enorme.

—¿Edad? —me preguntó con voz ronca.

—17 —dije sin pensar.

—Entonces, este no es lugar para ti, niña.

Sonreí percatándome entonces del problema.

—No creí que lo preguntaras en serio —bajé la voz—. Siglo XIX. —Él me recorrió de arriba abajo, evaluando la verdad de mis palabras—. Debería bastarte con el color de mis ojos —mascullé.

—No es suficiente.

—¿Y el apellido De Cote? —insistí. Alzó una ceja con disimulo.

—¿De Cote? —Estaba tan sorprendido como todos los demás.

Bufé indignada cruzándome de brazos.

—Aunque no lo parezca. —Rió, pero se hizo a un lado—. ¡Caray! —exclamé nada más entrar.

Retrocedí un paso, asustada; debía de haberme equivocado de fiesta. Todo era completamente diferente: habían sustituido las lámparas por antorchas que colgaban de las paredes y la música no era suave y melodiosa como en el resto de la casa, sino algo casi escandaloso, más parecido al rock & roll, pero mucho más... ¿cómo decirlo? ¿Salvaje? No había rastro de los movimientos dóciles y elegantes de las danzas que había contemplado minutos antes. Ahora, lo primero que había visto era gente saltando por los aires. Parpadeé, pero todo seguía ahí. No me atreví a acercarme. Estaban utilizando su fuerza y su condición de «inmortales» para bailar a lo loco, por el suelo y por el aire, realizando movimientos imposibles, y eso me asustaba.

Me alejé del epicentro de aquella locura; en ese momento no me apetecía formar parte de ella. Encontré una zona desierta y en penumbra; era un pequeño invernadero separado de los salones por otra magnífica vidriera, más pequeña que la anterior y más sencilla. Me apoyé contra ella y cerré los ojos. Necesitaba un poco de tranquilidad.

—Vaya... —susurró alguien a mi oído. Di un pequeño respingo—. Creo que acabo de encontrara la gran revelación de la noche.

Me volví para ver de quién se trataba. Era un hombre joven, rubio platino y con ojos de color negro intenso enmarcados por unas oscuras ojeras. Era mucho más alto que yo, incluso más que Christian y, sin lugar a dudas, mucho más corpulento. Sus facciones eran recias, cuadriculadas, pero atractivas. Vestía de color pálido, con una chaqueta larga y acampanada sobre un chaleco largo y bordado,calzones, medias blancas y zapatos con hebilla. Había algo en la forma de mirarme y en el modo en que sonreía enseñando la mayor parte de su dentadura que me obligó a retroceder un paso para alejarme de él.

—Creo que alguien aquí no ha sido muy honesta con su atuendo —afirmó observándome de arriba a abajo con detenimiento.

—¿Qué quieres? —le pregunté dudando si dar otro paso atrás.

—¡Oh, qué torpeza, no me he presentado! Puedes llamarme Hernan —dijo inclinando la cabeza hacia delante a modo de reverencia—. Creo que ya conoces a mi joven y testarudo «hermano» pequeño, Christian...

Vacilé. Hernan... Recordaba perfectamente lo que Christian me había contado poco antes sobre él.

—Sí...

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora