Entre bambalinas. Parte I.

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Capítulo 3/3 de la mini maratón.

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Iba de regreso a mi camarote cuando crucé ante una puerta entreabierta. No tenía nada especial excepto por el hecho de que era la misma tras la que había visto a Hernan y Elora desde la cubierta. Estaba segura porque lo primero que había captado mi atención era la rejilla del techo desde donde yo les había escuchado. En ese momento, una sola idea pasó por mi mente: los papeles que habían estado mirando. Eché un vistazo a un lado y al otro, dudando, antes de atreverme a posar un dedo sobre el picaporte. Con suerte, los papeles que le había visto a él dejar allí, seguirían en el mismo lugar. Respiré hondo, apreté los dientes con fuerza y empujé la madera para entrar. 

—Vaya... —solté nada más entrar, pasmada por la imagen que acababa de materializarse a mi alrededor.

 Desde arriba, no había podido apreciar absolutamente nada de lo que tenía alrededor. Cada pequeña esquina emanaba lujo, estilo, elegancia y una impresionante sobriedad. Desde la cama cubierta por impresionantes cojines de seda y terciopelo nacarados, a las borlas de los cortinajes que enmarcaban los enormes ventanales de ese76camarote. La chimenea, las grandes velas desgastadas, las plumas y los tinteros, los muebles, robustos y tallados enmadera perfectamente pulida y trabajada y los coquetos silloncitos tapizados en la misma seda que decoraba la cama recordaban a esos antiguos palacios de los museos. Era como una versión de Lisange muchísimo más exagerada y ostentosa y eso que nunca había visto a la pelirroja privarse de ningún lujo. Todo, además, estaba bañado de forma sutil por el cuidado perfume de Elora, aunque ese detalle consiguió erizar el vello de mi nuca. 

Dejé de respirar y me obligué a centrarme. Tampoco sabía cuánto tiempo tendría antes de que ella regresara. Rebusqué a toda velocidad entre los papeles que cubrían buena parte de una enorme mesa de madera maciza pero solo encontré decenas de recortes sobre noticias de guerras humanas y sobre lo que parecían conflictos políticos, pero nada que tuviera sentido. Entonces, un ruido me detuvo al instante. Había sido sutil y breve, como si algo muy liviano hubiera caído desde un lugar elevado, aunque lo suficiente como para poner en alerta todos mis sentidos. Alcé la vista y, de repente, reparé en algo que no había visto antes. A mi izquierda, había otra puerta abierta. Estrecha y mucho más sencilla, pero aun así recargada. Me acerqué con sigilo y descubrí que era la unión de varios camarotes repletos de... ¿ropa? 

—¿Qué haces tú aquí? 

Me giré sobresaltada. A mi lado, unos enormes ojos blanquecinos me acechaban desde el suelo.

—Me he equivocado de habitación. —Lo dije sin pensar, pero no me di cuenta de lo poco creíble que sonó hasta que las palaras flotaron en el aire. 

—¡Querías robarle! —gritó. 

—¿Yo? —titubeé nerviosa. Miré de reojo hacia la puerta. Su grito podría haber alertado a alguien—. No es cierto. —Miré sus manos—. Eres tú quien está robando. 

La niña sonrió con todos los dientes y se levantó, haciendo gala de una desmesurada elegancia.

 —Péiname —ordenó. 

La repelente criatura me colocó el peine en la mano con un golpe. Las púas afiladas se clavaron en mi piel, pero a ella, claro, no le importó. Caminó erguida y presumida devuelta a la habitación y se subió al tocador. 

—Trescientas veces cada lado —exigió. 

Sentí la tentación de oponerme, pero me había encontrado espiando en territorio de Elora. Mi instinto me ordenaba tenerla contenta... Así que me froté la palma dolorida y procedí. 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora