Parte XI Día de vaqueros parte 2

9.1K 1K 137
                                    


Diez minutos después, quedó más que demostrado que mis conocimientos sobre equitación eran nulos. Me habían elegido un caballo de color caramelo que se suponía que era muy dócil, pero a mí no me hacía caso, iba por donde quería y al ritmo que él marcaba.

—Apretad las rodillas —indicó Liam a un lado, cabalgando sobre un precioso ejemplar negro andaluz—. Debe saber que sois vos quien mandáis.

—No creo que haya tenido nunca habilidades de liderazgo—le dije luchando para que El Cordobés siguiera una línea recta. Daba igual lo que hiciera, me sentía torpe, extremadamente torpe y ridícula.

—No le temáis, si ve que dudáis habréis perdido la batalla.

—Ya estaba perdida antes de empezar —jadeé.

Me estaba poniendo nerviosa. El caballo se movía inquieto debajo de mí y además, para aumentar mi desesperación, el casco se me caía sobre los ojos cada dos por tres, limitándome la visión. Suspiré resignada; sentía ganas de quitármelo y lanzarlo ladera abajo. Lo que más me apetecía en ese momento era apearme de ese caballo y regresar a casa donde, al menos, no me sintiera tan horriblemente inexperta.

Liam me miraba con una extraña sonrisa, como si ese momento tuviera algo de entrañable.

—Preparaos —avisó de pronto.

Lo miré con los ojos muy abiertos.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a ayudaros. Sujetad bien las riendas.

No me dio tiempo casi ni a reaccionar. Sacó una pequeña fusta de debajo de un brazo y la hizo sonar en los cuartos traseros de mi caballo. El Cordobés y yo salimos despedidos hacia delante. Proferí un grito del susto. Intenté sujetarme como pude, con las rodillas bien apretadas. ¿Cómo era posible que pudiera correr a esa velocidad?

—¿Mejor?

Liam ya me había alcanzado y cabalgaba a mi lado con una espléndida sonrisa en los labios. Le lancé una mirada aterrada como única respuesta y él rió alegremente.

—Ya cabalgáis como una auténtica amazona —bromeó—.Seguidme.

Me adelantó con tanta elegancia que podría haberme hecho perder el equilibrio.

La verdad es que, una vez pasada la primera impresión, sí que resultaba reconfortante atravesar bosques y prados a esa velocidad. Era como estar en una película del oeste.

Seguí a Liam a través de toda una arboleda, cruzando bajo una gran gama de tonos verdes, todos ellos muy vivos. El sol se filtraba entre las hojas de las copas arrancando destellos de luz de las hebillas de Liam. Salimos a una planicie donde, a lo lejos, podía verse el mar algo alborotado. En el linde del bosque nos esperaban Lisange y Flavio.

—Estábamos a punto de regresar para ver qué os había ocurrido —me dijo Flavio ayudándome a desmontar.

—No conseguía hacerle andar —reconocí algo avergonzada mientras intentaba no tambalearme al pisar suelo firme—; él me ha ayudado.

—Liam siempre tan galán...

—¿Qué tal la experiencia? —preguntó Lisange uniéndose a Flavio.

—Ha sido... —intenté buscar la palabra adecuada—intensa. Sonreí, para demostrar mi contento. Había conseguido sentirme mejor durante unos minutos, e incluso en ese momento a causa de la emoción del trayecto. Miré alrededor.

—¡Vaya! —exclamé.

El sol comenzaba a caer reflejándose en la superficie del mar, miles de brillantes centelleaban al ser regados por los últimos rayos de luz. Durante un instante, los cuatro nos quedamos en silencio observando el maravilloso espectáculo que nos ofrecía la naturaleza.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora