A hurtadillas. Parte II

302 61 0
                                    


—Sé que tienes a Jerome. He venido por él.

—¿Y los demás?

—He venido sola —mentí.

—¿Acaso crees que puedes mentirme? —Me soltó en tierra firme—. Tu amigo no está aquí. No has venido por ese guardián. Has venido porque me necesitas.

—Solo me importa él. —Me defendí.

—Mientes. —Se agachó un poco hacia mí—. Sé que deseas dejar de sentir todo eso, ¿no es verdad? La ira y la rabia carcomiendo tus entrañas. Quieres demostrarle a todo el mundo que no necesitas a nadie pero, por encima de todo, deseas calmar el hambre que azota todo tu cuerpo. No es un apetito común, Lena, se llama Venganza.

Me encogí y cubrí mis oidos con mis manos.

—¡Sal de mi cabeza! ¿Qué me estás haciendo? — susurré sin apenas respiración.

Él rio con ganas.

—El corazón es, a veces, el más cruel de todos. No soy culpable de lo que sientes por él. Solo te he dado las armas para enfrentarlo.

—¿Qué armas? —titubeé.

Se acercó aún más y bajó el tono de su voz.

—Eres parte de mí. He plantado la semilla en tu corazón. Nútrela y conocerás el poder.

—¿Puedes controlarme?

Se apartó un poco.

—No eres un gran predador. —Me miró de arriba abajo con un brillo extraño en los ojos—. La atracción que sientes se llama deseo. —Le miré con intensidad—. No hay absolutamente nada en este mundo que no pueda poseer, Lena, ni deseo que no pueda evocar. Pero ahora dime, si solo buscabas satisfacer tu cuerpo y las preguntas de tu mente, ¿para qué necesitabas esto? —Alzó de pronto mi brazo. El mismo donde llevaba enterrada la daga—. Tenía la certeza de que ya había cierta complicidad entre nosotros.

—Para defenderme.

—¿De mí? —sonrió.

—¿Debería? —Deseaba salir corriendo. Correr y esconderme.

—Desde luego —susurró y, de cuajo, la arrancó de mi brazo. Yo grité y me cubrí el brazo en carne viva—. Chasseurs... —murmuraba mientras lanzaba mi arma lejos—. ¿Cuándo aprenderéis? Ahora bien—agarró mi cara con sus largos dedos—, ¿dónde está el resto?—Titubeé. No era una pregunta. Era como si ya conociera de antemano la respuesta, pero estaba tranquilo y sereno.

—Ya te lo he dicho. He venido sola —balbuceé.

Me soltó. Caí al suelo, sujetándome el brazo mientras un dolor insoportable lo punzaba una y otra vez.

Miré a mi alrededor. ¿Dónde estaba Lisange? ¿Y Christian?

Algo había salido mal.

Detecté la daga en el suelo a unos metros de distancia y me lancé sobre ella. Hernan me agarró del brazo, asegurándose de enterrar sus dedos en mi herida antes de que pudiera llegar a alcanzarla.

—¿Qué pretendes hacer con eso? —siseó—. No puedes conmigo.

—Soy más fuerte que tú.

—Entonces, hazlo.

Me sostuvo la mirada de forma intensa. Estaba inmóvil. Él comenzó a reír. No podía matar a un gran predador. Todo se iría a la mierda si lo hacía, pero estaba segura de que él acabaría conmigo. Me obligó a ponerme de pie. Cogió mi mano con fuerza y, de improviso, me hizo un tajo en un lado del cuello. Grité e intenté soltarme.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora