Hambre. Parte I

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Jerome tenía peor aspecto por la mañana. Yo no habíapegado ojo en toda la noche, para variar, pero ya apenas quedaba rastro del ataque nocturno y el sol brillaba con fuerza contra las maderas del barco. Jerome, sin embargo, no parecía inmutarse por ello. La verdad es que no tenía ni idea de si los guardianes dormían o no, pero el caso es que parecía aletargado. Ni siquiera reaccionó cuando le meneé del brazo para espabilarle. El único indicio válido de que aún estaba en este mundo fue el típico gruñido del que no quiere levantarse en una mañana de gripe invernal. Casi me dio pena dejarle solo contra las cuerdas, pero el sol era demasiado intenso para mí y comenzaba a sentir el calor en mi cuerpo. 

Cuando me levanté para irme, las gaviotas sobrevolaban el barco a pesar de no haber nada vivo en él, y descubrí que habíamos dejado la costa atrás. A lo lejos, aún podían verse resquicios de humo negro ascendiendo entre las nubes, fundiéndose como si se tratara de nubes de tormenta. Era estremecedor. ¿Cuánta gente habría perdido todo, incluso la vida, aquella noche? La respuesta que me devolvió mi mente me horrorizó. 

Cuando regresé a mi camarote fui directa a la bañera y volqué los enormes cubos de agua que habían dejado a un lado. Me sorprendió no encontrar a la chica allí, pero decidí pensar en ello más tarde. Necesitaba refrescarme y aclarar mi mente durante unos minutos. Además, había empezado a sentir un intenso calor que, poco a poco, comenzaba a agobiarme. Sin duda, Jerome no era el único afectado por la falta de "alimento". El alivio llegó casi de inmediato en cuanto me quité la ropa y me hundí por completo en el agua. El sonido del mar, de los corazones y de la voz de mis pensamientos se amortiguó al instante y, por primera vez en mucho tiempo, creí la ilusión de sentirme en paz. Al menos hasta que mi macabramente decidió dejar de creerse la mentira. Tenía un agujero en el pecho imposible de ignorar. 

Saqué la cabeza del agua y me senté en el centro de la pila de metal. Abracé mis rodillas y todo el ruido a mi alrededor regresó como un golpe a mis oídos. Echaba de menos a Christian, sí. Él era la pieza que hacía que mi puzle quedara incompleto. Pero no era lo único que faltaba. Era incapaz de quitarme de la cabeza la fiesta de los Lavisier. Para ser sincera conmigo misma, aún no había decidido si quería volver a ver a los De Cote o si en realidad deseaba ese encuentro para que explicaran las mil y una dudas que me invadían por dentro, empezando por el motivo por el cual me habían ocultado toda la verdad. Y el caso es que no tenía mucho tiempo para decidir. Si había una buena ocasión para encontrarles, esa sería la fiesta.

 Apoyé la mejilla izquierda contra mis rodillas y cerré los párpados. Tal vez dejar mi orgullo inútil a un lado sería la solución más acertada, aunque solo fuera a favor de mi salud mental. Necesitaba las respuestas, cerrar los ojos sin verla a ella y a Christian esa noche allí. Necesitaba volver a dormir... 

Salí de la bañera y me vestí pensando aún en todo ello. Dejé de lado la túnica y me puse una de las camisetas que Elora me había "prestado". Una blanca y lisa sin mangas que combiné con unos vaqueros que tuve que doblar para no pisar. Una fugaz mirada en el espejo reveló mi peor imagen. Las manchas de mi piel eran grandes y oscuras y las cicatrices seguían ahí. Casi sentí la tentación de volver a la túnica, pero el calor era tan asfixiante que la sola idea consiguió que me mareara. De todas maneras, ocultarlas no iba a hacer que desaparecieran, así que respiré hondo un par de veces y salí al pasillo para plantarme en su puerta. 

Allí, llamé dos veces. Poco después, el perfecto rostro de Elora me recibió con la misma expresión con la que uno comprueba los zapatos después de haber pisado algo blando y escurridizo. 

—¿Qué haces aquí? 

Algo en ella parecía radiante. Más hermoso que nunca. Como si acabara de alimentarse. 

—Quiero ir —dije de pronto—. A la fiesta. 

Ella rio con ganas y cerró la puerta en mis narices. Tuve que esperar un par de segundos para reaccionar y llamar de nuevo. 

—Apestas mi entrada —fue su segundo saludo. 

—Quiero ir —repetí. 

Apoyó un brazo con calma contra la jamba de la puerta. 

—Pretender ser vista en nuestra compañía es pedir demasiado. Incluso para ti. 

—Yo no elegí estar aquí. 

Inclinó un poco la cabeza hacia atrás y me escudriñó con sus oscuros ojos. 

—¿Por qué quieres ir? No pareces amante de las fiestas.—Entonces, sonrió y recompuso su perfecta y regia postura con las manos en sus caderas y me miró, calando en lo más profundo de mi corazón—. Los De Cote. ¿No es así? 

Yo no dije nada, me limité a mirarla. Sí, era transparente. No tiene sentido negarlo, ¿no? ¿Para qué iba a querer ir yo, si no, a una fiesta que, sin duda, estaría plagada de grandes predadores? 

—¿Por qué querrías ir tú? —me atreví a preguntar. 

—Por la comida y el placer de un poco de diversión,¿no crees? El mar es tedioso. 

—Entonces, no me preguntes por qué quiero ir yo. 

Ella rio para sí misma. Se inclinó un poco y me dejó paso. 

—¿Qué has pensado hacer para convencer a Hernan? 

—Él dijo que era libre. 

—El concepto de libertad es subjetivo a quien lo piense y a quien se refiera. 

—Yo solo quiero ir. 

—Convénceme a mí, entonces. 

—Buscáis a los De Cote. Os será más fácil encontrarlos si estoy ahí. 

—¿Qué te hace pensar que me importen esos cazadores en lo más mínimo? 

—He oído cosas... —aventuré. 

—¿Te ofreces como cebo? ¿Pretendes, de verdad, queme crea eso? 

—Solo busco respuestas. Lo que hagáis con ellos no escosa mía —mentí. 

Ella se giró y me dio la espalda. Pareció meditarlo mientras se reclinaba sobre la elaborada superficie de mármol dela mesilla. 

—No te creo —me dijo altiva—, pero en realidad me resulta indiferente tu presencia o no allí. Si quieres venir, yo pongo las reglas, empezando por tu aspecto —dijo aún sin mirarme. 

—No me importa la ropa. 

Se giró de nuevo y me recorrió con la mirada con claro desagrado. 

—Pero a mí sí. Si quieres venir, aliméntate. No regreses hasta que haya desaparecido la última de esas manchas. 

—No puedo alimentarme aquí. 

—Una pena, ¿verdad? —sonrió—. Tendrás que quedarte, entonces. Tienes un día. Y ahora sal de aquí antes de que me entren náuseas. 

Intenté protestar pero ella se metió en el baño dando por zanjado todo intento de diálogo. 

Resignada, regresé a la cubierta exterior. Ir a esa fiesta iba a ser más complicado de lo que esperaba. Tal vez podría escabullirme en cuanto atracáramos o alimentarme de algún humano que estuviese ya lo bastante corrompido. En cualquier caso, ir parecía ser la única posibilidad que podría tener de encontrar a los De Cote en mucho tiempo... 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora