Dudas. Parte 2.

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Sonrió con suficiencia al ver mi mirada suspicaz.

—Puedo leer todo tu pasado, no hay un solo recuerdo tuyo o de cualquier otro ser que no pueda ver. —Me sentí cohibida, invadida. Ella se echó a reír—. Tranquila, hay ciertos momentos que no deseo ver. Aunque es increíble la orma en que registras tus encuentros con mi querido gran predador. En fin, siempre es un placer hablar contigo, Lena De Cote, pero he de alimentarme. —Inclinó en un gesto gentil la cabeza y añadió—: Hasta pronto.

—¡Elora! —la llamé cuando ya se alejaba—. Si no la conocías, ¿por qué estabas aquí?

Se volvió hacia mí con una sonrisa torcida, más propia de Christian.

—Porque sabía que vendrías.

Se llevó dos dedos a los labios, me lanzó un beso y son- rió justo antes de desaparecer entre los árboles.

Regresé a mi habitación como un huracán. Estaba frenética; ella solo intentaba ponerme en su contra. Pero sus palabras no servirían de nada, yo estaba completamente segura de que Christian nunca habría hecho algo así, aunque fuera un gran predador y a veces saliera su instinto más salvaje, y menos sabiendo lo mal que yo me sentía respecto al bienestar de Claire. Me estremecí al pensar en lo poco que le habría costado acabar con esa pobre chica. Pero ¿qué estaba haciendo? ¡Dudaba de él! No, no; él nunca, nunca, nunca haría algo así.

Abrí el periódico justo por la página, ahí estaba la terrible noticia. Me dejé caer sobre la cama, releyendo una y otra vez ese artículo; incluso cuando ya me lo sabía de memoria seguí repasándolo y recordando las palabras de Elora. Pobre chica, qué mala suerte tuvo al cruzarse en mi camino esa mañana.

Con ese pensamiento rondando en mi cabeza, caí en un profundo sueño...

Me encontraba en mitad de un campo muy seco, ca- minando por un estrecho sendero. No sabía por qué me encontraba ahí, solo que le buscaba con desesperación. Estaba sola, tremendamente sola, y me sentía pequeña e impotente, con miedo. Oía sus latidos, pero no podía verle a él. Seguí el sonido, atravesando arbustos y matorrales e internándome en una espesura repentina. Las pulsaciones cada vez eran más débiles, más apagadas. Si dejaba de escucharlas, le perdería para siempre. Grité su nombre, buscándolo. La luz se apagaba conforme el silencio se iba extendiendo. De pronto, me hallaba enredada en un gran zarzal, podía notar cómo cada espina se me clavaba en la piel. Contemplé mis manos, de ellas brotaban numerosos senderos de sangre. Un segundo después, el zarzal ya no existía y volvía a estar en mitad del árido camino. A lo lejos lo vi, pero era distinto; su silueta era mucho más oscura y estaba cabizbajo, mirando al suelo de espaldas a mí. Corrí en su dirección, sin avanzar ni un centímetro. Yo corría, pero él ni siquiera se daba cuenta de que yo estaba allí y se alejaba cada vez más de mí, sin moverse.

Entonces caí, y de pronto estaba frente a él. Pero retrocedí un paso; era distinto, era un Christian completamente diferente. Tenía mirada rojiza y pupilas alargadas, como las de una serpiente. Grité, pero ningún sonido salió de mi garganta, ni un gemido. Su camisa blanca estaba ensangrentada a la altura del pecho, y entonces me fijé. No miraba al suelo, sino un corazón que latía entre sus dedos, cada vez más cansado, cada vez más muerto. Él me miró con esos ojos que no conocía y me habló: «Yo sólo deseo hacerte feliz, Lena». Me rodeó el cuello con una mano y lo apretó con fuerza. El aire dejó de llegar a mis pulmones. Intenté deshacerme de su garra, pero cualquier esfuerzo fue inútil. Una densa bruma comenzó a rodearme. Todo empezaba a estar borroso. Volvió a hablarme, pero sus labios ya no eran como siempre, sino que estaban manchados de sangre. Me horroricé al ver que se curvaban para formular sus últimas palabras: «Pero las bestias no aman». Me miró con esos ojos que tanto amaba y, a continuación, sentí una descarga por todo el cuerpo.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora