Gatos

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Me despertó el sonido del claxon. Estaba segura de que acababa de dormirme, pero al mirar el reloj vi que eran las cinco y tres minutos de la madrugada. Gruñí para mí misma y me dejé caer sobre la almohada; no podía ser lega llevantarse a esa hora... Pero alguien dio unos golpecitos a mi puerta.

—¡Lena, nos vamos!

De repente lo recordé. ¡El viaje! Salté de entre las sábanas como si me quemaran, agradeciendo mil veces haber aprovechado las horas de insomnio para preparar el petate.

—¿Lena? —La voz de Lisange sonaba muy apura- da—. ¿Estás ahí?

—¡Sí! —dije como pude mientas me pasaba una camiseta por la cabeza—. ¡Ya voy!

—Date prisa, debemos salir antes de que salga el sol o el viaje será bastante incómodo.

—Sí, sí —grité, y caí sobre el colchón peleando contra mis vaqueros para meter las piernas en el lugar adecuado—. ¡Ya estoy!

—Date prisa, debemos salir antes de que salga el sol o el viaje será bastante incómodo.

—Sí, sí —grité, y caí sobre el colchón peleando contra mis vaqueros para meter las piernas en el lugar adecuado—. ¡Ya estoy!

Busqué un par de calcetines debajo de la cama y las botas de montaña. Me recogí el pelo en una coleta, me colgué la bolsa al hombro y salí disparada escaleras abajo, allí Lisange me esperaba junto a la entrada con el pequeño Caín en brazos. En cuanto me vio aparecer hizo un ademán con la mano metiéndome prisa. Salté a la calle; aún permanecía a oscuras, aunque no tardaría en empezar a clarear. Lisange cerró la puerta mientras yo metía mi equipaje en el maletero abierto. Me senté en el asiento trasero justo a la vez que Lisange lo hacía en el del copiloto e inhalé aire pausadamente para recuperar el ritmo normal de mis respiraciones.

—¿Todo en orden?

Liam me miraba a través del espejo retrovisor con las gafas de sol ya puestas y una sonrisa en los labios. ¿Cómo era capaz de estar tan sonriente a esas horas de la mañana?

—Sí —dije avergonzada—, lo siento.

    —Vayámonos ya, pues. Nos aguarda un largo trayecto. Arrancó y en poco tiempo dejamos el caserón atrás.Eché un último vistazo con una punzada de dolor; sabía que no volvería a ver a Christian en mucho tiempo, quizá nunca más, aunque «nunca»fuera entonces una palabra demasiado grande. Vi pasar la ciudad a través de la ventanilla de cristales tintados. No había gente en la carretera, ni siquiera las luces de las casas estaban encendidas, y la calle tan solo la transitaban los que regresaban de una noche de fiesta en el centro.

Liam puso una música lenta que me adormeció un poco. Él y Lisange hablaban entre ellos en tono muy bajito, casi ni movían los labios, para que yo pudiese volver a dormirme. Poco a poco la claridad del cielo fue cada vez más evidente. Las farolas comenzaban a apagarse y los primeros coches, los de los trabajadores más madrugadores, salían ya de sus respectivos garajes. La ciudad dio paso a un bosque y este al campo, cada vez más agreste y salvaje.

Dormité durante un rato, más o menos hasta que, sin previo aviso, Liam suspendió el motor en seco. Me precipité hacia delante y luego caí hacia atrás, golpeándome contra el propio asiento. Liam se volvió hacia mí con una sonrisa torcida.

—Espero que hayáis dormido, Lena.

—¿Por qué? —pregunté.

Intercambió con Lisange un gesto de complicidad.

—Porque, de no ser así, habréis desaprovechado una gran oportunidad.

—¿Ya hemos llegado?

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora