Pasado Imperfecto

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—¿Qué es esto? —tartamudeé, mirando la fría ydescompuesta piedra.

Aún había flores, y estaban frescas.Nadie respondió. Me levanté y le encaré

—¿Es una broma?

—No.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Le empujé delpecho—. ¿Cómo te atreves? ¿Cómo te has atrevido...?

—Debes...

—¡NO! —grité y mi grito recorrió el cementerio—.¡No hables! ¡No se te ocurra decir ni una palabra!

Eché a andar para alejarme de allí. Entonces, algosobrecogió mi corazón. Miré alrededor.

—¿Dónde estamos?

Aquel barrio residencial de clase media se alejabamucho de los paisajes solitarios de la isla en la que estábamos segundos antes. Ni Reidar ni Christian respondieron,a la espera, supongo, de que yo misma lo intuyera. Y lo hice.De pronto, un hormigueo empezó a recorrerme por todo el cuerpo y eché a andar veloz con una renovada fuerza,primero despacio, luego más rápido...

—Lena, no puedes hacer eso —dijo adivinando exactamente lo que se pasaba por mi mente en ese instante—.Lena...

—¡Déjame en paz!

En ese momento, eché a correr.

Había algo familiar en el ambiente. Podía sentirlo.Ignoraba qué era, si se trataba del olor del aire o de la formadel horizonte, pero yo ya había estado ahí antes. Mi menteaún luchaba encarnizadamente contra la niebla que cubríamis recuerdos.Un banco, un callejón, las figuras de la entrada de unacasa de la calle... Sentí una punzada en mi corazón.

—¡Lena!

No sé exactamente qué guiaba mis pasos, pero eracomo una cuerda invisible que tiraba de mí hacia algunaparte. Tampoco lo cuestioné. Solo corrí. Corrí hasta que mispies pararon en seco delante de una casa... Era cuadrada,de ladrillo rojo y bordeada por una reja cubierta de madreselva...

Christian se detuvo un segundo más tarde a un par depasos de distancia.

—Es... es esta... —balbuceé—, ¿verdad?

Me faltaba el aire, los ojos me ardían y mi corazónestaba tan encogido como si un gran predador hubiera atravesado mi pecho y lo estuviera estrujando con fuerza.

Mevolví hacia Christian.

—Sí que lo es —musité.

Él ni siquiera parpadeó. Su silencio fue más que suficiente.Avancé, despacio, hasta la cerca. Alcé una mano y rocéla palma con el pico de sus hojas. Luego acaricié su superficiesuave y lisa... Su olor era tan... familiar. Pero no fue el únicoolor. Sin pensarlo ni un segundo, me aferré a las ramitas ytrepé por la cerca de la entrada hasta caer al otro lado.

—Lena, no hagas esto... —oí a Christian desde el otrolado.

Nada de lo que dijese él serviría para detenerme. Nadade lo que dijera nadie, en realidad. Mi cuerpo deseaba correrhacia la entrada acristalada, pero mis movimientos eranlentos y pesados. Tenía miedo, miedo a lo que podría encontrar. Deseaba y temía aquello de tal manera que mi corazónamenazada con romper a latir de un momento a otro.Cogí aire y me acerqué a la puerta trasera. Estabaabierta. Las cortinas blancas de encaje se inflaban por elaire, que transportaba también el sonido de una televisión. Era un telediario dando noticas horribles pero ¿quéimportaba ahora? Mis piernas temblaban. Me acerqué a laventana y miré en el interior. El mobiliario era escaso y entonos blancos y negros, bastante modernos, pero no habíanadie, a pesar de que parecía que acababan de abandonar lacasa con todo encendido.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora