Quien dijo que el amor duele, no tenía ni idea. Parte 1.

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¡AQUÍ TENÉIS UN POQUITO MÁS!  

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Alguien me llevaba en brazos. Podía sentir el aire bajo mi cuerpo. Iba rápido, pero yo lo sentía lento, despacio, como si me meciera con suavidad o como si flotara en un espacio infinito solo turbado por voces distorsionadas y grotescas, sin sentido, sin dueño..., como si vinieran de una realidad muy, muy lejana.

—¿Lena? —el murmullo de una voz más clara se abrió paso entre el abismo—. ¿Lena?

Alguien me depositó en algún lugar, porque sentí el tacto de una suave y aterciopelada superficie.

—¿Qué le han hecho a esta pobre criatura? —la voz de Gaelle fue lo bastante chillona como para reconocerla.

—Todas sus venas están negras. —Noté que unas manos palpaban mi cuerpo con urgencia—. No había visto esto nunca antes.

—Hernan —llamó alguien desde algún lugar un poco más alejado. Poco a poco los sonidos se volvieron más nítidos, pero era incapaz de abrir los ojos. Mi cuerpo entero se estremeció al escuchar ese nombre, ¿él estaba ahí?

—Ni hablar —soltó Lisange junto a mi oído—. Ese gran predador no va a tocarla.

—Si se te ocurre algo mejor, este es el momento de deleitarnos con tu sabiduría, Lisange. ¿Tienes alguna alternativa? —Ella guardó silencio—. Hernan —Volvió a llamar.

—Por mucho que me tiente la idea de enterrarle el puño en el pecho y bombear su corazón con mis dedos, me temo que jamás haría tal cosa con un fin que no fuera meramente recreativo. No tengo por costumbre salvar la miserable vida de mal afortunados cazadores. —Rio—. No obstante, tal vez otro gran predador desee mostrarse más misericordioso con esta imprudente joven. —Se prolongó un incómodo silencio, seguido de su risa de satisfacción , pero no pude seguir prestando atención porque un repentino temblor comenzó a sacudir todo mi cuerpo.

—¡Hernan! Si no lo haces juro que...

—¿Juras, De Cote? —se mofó él—. ¿De modo que vuestra única protección para esta criatura es un gran predador? ¡Qué ironía! Al parecer el clan De Cote está perdiendo facultades para proteger a los suyos.

Sentí cómo Lisange se levantaba de un salto con intención de enfrentarle.

—Lisange, no hay tiempo para eso.

—¡Sacadle de aquí! —gritó ella.

Él rio de forma más pronunciada. Entonces, algo se hundió en mi cuerpo con un golpe directo, profundo y cálido y un brote de dolor estalló en mi corazón. Grité, con los dientes apretados con fuerza. Mi espalda se arqueó, cerré los puños y mis piernas se retorcieron por el dolor punzante, intenso y abrasador que me invadía por dentro.

—Detente —ordenó otra voz—. Su piel quema de frío—anunció Lisange.

—Repitámoslo, pues —sugirió Hernan con voz jovial—. Esto puede resultar divertido.

—No —interrumpió alguien desde un lugar más alejado—. Sus venas están recuperando el color.

Hernan se separó de mí y lo escuché dar vueltas alrededor de la habitación.

—Prepara el baño —susurró Lisange a alguien—. Lena, ¿puedes oírme?

—Tengo frío —balbuceé, sin abrir aún los ojos. Mi boca estaba pastosa y sentía dentera en los dientes. El dolor seguía sin mitigar.

—Deberías matarla de una vez.

—¡Cállate! —le gritó Lisange, completamente fuera de sí—. Llévatelo de aquí, nosotros nos ocuparemos de ella — su voz sonó helada.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora