Nadie se acerca a la mansión de los De Cote

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Nadie se acerca a la mansión de los De Cote

Era culpa mía. Jamás debí haberme hecho ilusiones con él. Lo malinterpreté todo y al final lo había fastidiado. Ahora ya no volvería a verle. Me sentía sola y culpable... Tenía ganas de romper cosas, de lanzar todo lo que tenía por la ventana y de arrancarme la piel si eso fuera posible.

Tonta, tonta, tonta, pensé, ¿pero qué has hecho?

Hice una lista mental con todos los insultos que era capaz de recordar, pero ninguno representaba lo estúpida que había sido. Tendría que haberle escuchado. Él quería alejarse de mí únicamente porque yo había presenciado eso en el baile; si no, me lo hubiera dicho antes, había tenido un montón de oportunidades para hacerlo.

Tal vez no era tarde, quizás aún podía regresar arrastrándome y suplicándole perdón. Si tan solo pudiera volver a hablar con él... aunque solo fuera una vez. Dudaba que pudiera encontrarle en la biblioteca, pero también podría ir a su casa. Entonces, una extraña sensación me subió por la espalda y me apresó el cuello, recordándome lo que haría si yo regresaba allí.

Alguien llamó a la puerta.

—Lena, ¿estás bien? —preguntó Lisange al otro lado. Me costó abrir los ojos. Estaba agotada. Había dormido sin pesadillas, pero no había conseguido descansar. Los recuerdos cayeron sobre mí. Me froté los ojos y observé el techo sobre mi cama. No había nada que me motivara a levantarme, no si Christian se había ido definitivamente.

—¿Lena?

Volví a frotarme los ojos con brío intentando que el escozor que había regresado a ellos desapareciera.

—Estoy bien.

Me levanté luchando por no caerme a causa de un repentino mareo. Deambulé hasta la puerta y la abrí.

—No tienes buen aspecto —me dijo Lisange—. ¿Has llorado? Sabía muy bien que no podía, pero así llamábamos al hecho de querer hacerlo.

—No he dormido bien —mentí—, nada más.

—¿Seguro?

Asentí con la cabeza. Tenía razón, todo había sido un sueño. Ahora había despertado y debía volver a enfrentarme a la realidad.

—¿Por qué no nos avisaste para regresar contigo?

—No merecía la pena. Christian quería hablar —dije, y comprendió de inmediato a qué me refería.

—¿Cómo te encuentras?

—Bien, todo está bien, Lisange —volví a mentir—, solo hablamos, pero la fiesta estuvo bien.

Lo que menos me apetecía esa mañana era tener que aparentar que todo había sido maravilloso, y contarles lo que había ocurrido con Christian tampoco era otra de mis grandes ilusiones. No hacía falta mucha imaginación para adivinar que ellos aguardaban este momento desde que descubrieron que me veía con él, y ver ese centelleo de júbilo en las profundidades de sus ojos solo me haría aún más daño. No, mejor así, ellos no tenían por qué saber nada. Era posible que ya se imaginaran algo por lo que habían presenciado en la fiesta, pero era mejor dejarlo pasar.

Era un día caluroso, así que Liam y Lisange decidieron quedarse en casa, renunciando a su habitual visita al centro de equitación. En el fondo, creo que también tenía algún tipo de relación con mi estado de ánimo. Lisange no me había vuelto a preguntar nada, pero estaba segura de que ella sospechaba la verdad.

Había pasado tanto tiempo fuera desde mi transformación, que no me di cuenta hasta esa mañana de lo fresca que era la casa. Antigua, de piedra y húmeda, todo ello seguramente para hacer el ambiente lo menos caluroso posible, teniendo en cuenta que la humedad no nos afectaba a la salud, aunque por alguna razón sentí que la mía estaba resentida; el frío que me había invadido la noche anterior aún no se había ido, ni siquiera había perdido intensidad.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora