Historias de terror. Parte I.

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Capítulo 1/3 de una mini maratón de domingo. 

Espero que os guste! Muchísimas gracias por vuestros votos y comentarios. Me hacen mucha ilusión <3.

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En algún momento la noche tocó a su fin para dar paso al día y, con las primeras luces del sol, todo, absolutamente todo, quedó en silencio. El cese del sonido del furioso oleaje me sacó del letargo en el que la resaca del mar y el ruido de mis pensamientos me habían sumido. Por un segundo, incluso había olvidado todo lo ocurrido, pero el dolor de mi pecho me devolvió de golpe a la realidad. Abrí más los ojos, con desgana, con la esperanza de que mis pupilas se acostumbraran a la luz y que la niebla desapareciera. Cuando mi campo visual se despejó, descubrí que estaba acurrucada en la esquina del camarote, en un espacio tan pequeño que, al estirarme, crujieron todos mis huesos. El dolor de mi pecho no se había atenuado ni un poco y continuaba amenazándome con partirme en dos. Aun así, apreté los dientes y me puse en pie. Mis rodillas sonaron y se tambalearon, pero conseguí avanzar hasta la ventana. Miré por el ojo de pez y la luz me deslumbró de nuevo. Cuando conseguí acostumbrarme a ella, solo la inmensidad del océano se extendía ante mis ojos. 

Una vez más. La puerta del camarote se abrió de golpe y Elora entró con paso firme. Me giré tan rápido que casi caigo, más aún al ver su expresión. No había rastro de su sonrisa taimada. Es más, algo en ella resultaba más amenazador que nunca. Un mal presentimiento recorrió todo mi cuerpo. Iban a hacerlo. Iban a acabar conmigo. 

—Hernan quiere verte —fue lo único que dijo.

 Vacilé. ¿Me habrían visto espiarles? Me tomó del brazo sin mucha delicadeza y me obligó a caminar delante de ella hasta una enorme puerta doble de madera. Abrió y me hizo entrar, pero ella se quedó fuera. Sentí la tensión recorrer cada milímetro de mi cuerpo. Ya me habían dado una paliza y habían hecho que se alimentaran de mí. Nada de eso había involucrado a Hernan, el peor de todos. Él no se había recreado conmigo aún y, en cambio, era el que más me odiaba. Mis manos temblaban. ¿Qué iba a ser lo siguiente? 

Miré a mi alrededor sin moverme ni un milímetro en busca de una ruta de escape. El Sol entraba a chorros a través de unos enormes ventanales inclinados que cubrían del techo al suelo. Me sorprendió encontrarme en un lugar tan luminoso teniendo en cuenta las cosas que iban a ocurrir ahí. Las paredes estaban cubiertas por enormes paneles labrados de madera casi enrojecida, como de roble, igual que los muebles robustos y algo recargados. Parecía una mezcla entre un gran salón y una biblioteca de algún adinerado caballero inglés. Sin embargo, mi fugaz barrido a través de la estancia no consiguió encontrar ninguna manera de escapar de allí, a no ser que decidiera atravesar los ventanales y acabar en medio del océano. Entonces, justo en el momento en que comenzaba a valorar la opción de alunizar contra la cristalera, mis ojos se detuvieron en una pequeña puerta, muy sencilla, que parecía semi oculta a la izquierda.

 —Me alegra ver que te mantienes en pie. 

Pegué un bote. Su voz me había sobresaltado. Giré los ojos en la dirección de la que provenía y, entonces, le vi. Estaba oculto en la sombra de una gran chimenea y me miraba, tranquilo, con las manos enlazadas frente a su cuerpo. A pesar de su escondite pude distinguir que llevaba un traje antiguo, negro, bajo un abrigo largo y delicado. En una mano, portaba una especie de vara terminada en una pequeña bola de plata. Cada milímetro de mi ser se estremeció. 

—¿Qué tal te encuentras esta mañana? —Había sorna en su pregunta, en su tono y en la manera en que casi curvaba sus labios. 

Esperó un par de segundos mi respuesta, pero yo no dije nada. Su media sonrisa se congeló y desapareció. Cogió una copa de la repisa de la chimenea y olfateó lentamente el contenido rojizo. Por un momento, me pregunté si sería sangre. 

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora