El origen de todo

285 43 4
                                    

—Me rindo...

Me dejé caer contra un árbol junto al río que desembocaba en el mar y hundí la cabeza entre mis brazos. No podíasoportarlo más.Un par de segundos más tarde, Jerome se sentó a mi lado.

—Te dije que era un capullo —dijo sin más.

Alcé la cabeza para mirarle. Él tenía la suya apoyadacontra el tronco y miraba con desinterés algo a lo lejos. Talvez los bloques de hielo que procedían de la parte alta delrío, directos de las montañas.

—Os oí antes de tener que salvarte... —explicó.

Alcé las cejas, mitad sorprendida, mitad avergonzada.Por suerte no había sido testigo de lo que había ocurrido enla cueva...

—¿Estabas espiando?

—Estamos solos en este bosque, cualquier oído sobrenatural os habría escuchado, y he de reconocer que empiezoa cansarme de tanto insecto correteando por todas partes. —Tomó aire con teatralidad—. Jamás creí que echara demenos el sonido de la ciudad.

—Si te sirve de consuelo, no eres el único. —Cogí airey lo retuve en los pulmones antes de volver a hablar—. Mellevó a mi casa. A mi antigua casa...

—¿Por qué hizo eso?

—Aun no lo tengo claro—reconocí—. Pero me pusefrenética. Quiere que le perdone pero no hace más queprovocar que le odie.

—No seré yo quien pronuncie una palabra a favor deese gran predador —aseguró.

Le miré.

—¿Qué hacías aquí si prefieres el bullicio? —Ignoré sucomentario—. Apuesto a que te entretendrías más en la casa.

—La tensión se corta por dondequiera que pase.Llámame paranoico pero juraría que ni Gareth ni Liam sesienten a gusto conmigo.

Sonreí de forma triste. En ese momento, Flavio saltó ami regazo para que le acariciara.

—¿Por qué será? —vacilé.

—¿Verdad? Yo tampoco lo entiendo —bromeó, apartándose un poco del gato—. Pero, por toda la eternidad,debo reconocer que me resulta imposible odiar a ese cazador.

—¿A Liam? —arqueé una ceja.

—Sí, parece bastante razonable.

—¿Por qué no iba a serlo? ¿Solo porque es un cazador?

—¿Vamos a ponernos trascendentales? —sonrió—. No son horas del día para filosofar.

—De verdad siento curiosidad. ¿Qué os hemos hecho? Sois vosotros los que nos cazáis.

—Ese es el problema. Pensáis que somos los malosporque intentamos proteger lo que vosotros destruís. Sí, tal vez en nuestro mundo lo seamos, pero en el de los humanos,somos guardianes, sus guardianes, Lena. Es nuestra laboraborrecer y apartar aquello que hace daño a los humanos.

Volví a mirar a la lejanía, pensando.

—Entonces, no sé por qué te extraña que el ambientesea tenso...

—¿También es así con Reidar o es que soy el afortunado?

—La verdad es que no lo sé. No les he visto muchojuntos. Él se pasa el día intentando conseguir información.

—Ese guardián es aún más inaccesible. Entiendo queGareth me rehúya pero, ¿otro guardián?

—No suele fiarse de la gente...

—Y no le juzgo... La traición está a la orden del día.

Respiré profundamente y me crucé de brazos. Depronto, sentía un frío extraño.

—¿Crees que algo volverá a ser como antes?

—Si te soy sincero, no. ¿Pero cómo estaba todo antes?—preguntó—. Por primera vez en mucho tiempo estoy bajoel mismo techo que cazadores y grandes predadores y aúnno nos hemos arrancado la cabeza. —Se detuvo y se hizo ungran silencio.Intenté esbozar una pequeña sonrisa. Flavio seacurrucó en mi regazo.

—¿Cómo hemos llegado a confiar en la Orden de Alfeo?—comenté.

—¿Cómo he llegado intercambiar palabras con lacomida? —Le di un golpecito con el hombro—. ¿Ves? Poreso te digo que nada volverá a ser como antes. Tal vez aprendamos algo, después de todo.

Sentí cómo mi rostro se ensombrecía.

—Pase lo que pase, ni se te ocurra dejar que acaben contigo.

—Es difícil hacer esa promesa, estando cerca de ti.

Torcí el gesto, pensando en algo.

—¿Por qué no hablas con Christian? Quiero decir —alegué veloz en cuanto percibí su mirada— ya que dices quetodo está cambiando. ¿No crees que sería un buen momentopara que intentéis arreglarlo?

Su expresión se endureció en un instante.

—No. Las cosas son así y así deben ser.

—Creí que te lanzarías a por él —reconocí—. Te hasmantenido distante a él, por eso pensé que, tal vez, querrías...

—No es algo que se pueda arreglar, Lena. Tampocopuedes intervenir. Tal vez fuera más piadoso contigo, perome condujo a la locura. A mí, que era como su hermano, soloporque pensó que yo le había abandonado. ¿Y sabes qué?Ni siquiera sé si fue así. No recuerdo si le abandoné o nopero era un niño. Supongo que sí porque siento un arrepentimiento que ni siquiera sé si es real, pero volcó en mí algo queno era mi responsabilidad. Lo único que me detiene eres tú,y la certeza de que su hora está cerca y de que yo mismo measeguraré de que el Ente haga justicia con él. Eso es todo.

—¿Cómo puedes arrepentirte por algo y aborrecer a lavez a esa misma persona?

—El arrepentimiento me trajo a este mundo, pero laaversión la conocí cuando descubrí lo que me había hecho.

—Pero él es un gran predador. ¿Y si es verdad que fuesu instinto animal? Él...

—Todos tenemos instintos, Lena, pero no somosanimales, ni siquiera somos humanos. Estamos por encimade todo eso. ¿Acaso crees que yo no quiero atacarte ahoramismo? —soltó. Yo me revolví, inquieta—. Igual que eligiósalvarte aquella noche en La Ciudad, podría haber elegidoapartarse de ti o de mí. Pero se ensañó con ambos, porque éles así, siempre lo hace, y no le ha importado. Créeme cuando te digo que tu dolor ahora mismo no significa nada para él.Ni siquiera las veces que debió de quedarse mirando mientras te deshacías en lágrimas frente a él cuando te consumía.No hay nada digno, ni humano en él. Ni lo habrá nunca.

—Yo lo vi, Jerome. Yo he visto su lado humano.¿Tengo que ignorarlo? ¿Cómo estás seguro de que el Christian de ahora no es uno diferente al de entonces?

—Tú lo sabes.

Le miré en silencio y aparté la mirada. No, en esemomento no tenía ni idea. Sabía que lo estaba pasando tanmal como yo por lo que había ocurrido hacía unos minutos,pero su inflexibilidad y su falta de empatía con lo que sentíame hacían dudar de si lo que le importaba era mi dolor o elsuyo...Para ser sincera, si pudiera elegir, habría preferido nosentir absolutamente nada por Christian, pero no había sidoasí. Y ya fuera por obligación o por mí misma, lo cierto esque de alguna manera mi corazón estaba ligado a él.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora