Amores que matan. Parte 2

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¡YA ESTOY AQUÍ! jejejeje. Continuamos!!

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Allí, descubrí una pequeña escalera a menos de un metro de distancia de mí. Corrí veloz por ella, saltando los peldaños de tres en tres.

No había alcanzado ni la mitad cuando ellos abrieron la puerta de golpe. Apreté los dientes y luché por ser más rápida que ellos. Salí de las escaleras y me metí en una habitación, esa daba a un pasillo con montones de puertas. Debía haber una casa anexada a la iglesia. Corrí por él y me metí en una de las primeras habitaciones. Cogí lo primero que encontré y atranqué el pestillo. Podía escucharlos, inspeccionando todas las estancias. Era solo cuestión de tiempo que me encontraran. Me dirigí a la ventana y la abrí de par en par, pero unos barrotes hacían imposible salir por ella. Escuché un golpe y me volví en seco; ya habían llegado a la habitación contigua.

De nuevo, mis músculos estaban rígidos, comencé a sentir una enorme presión en el corazón. Traté de no hacer ruido pero, entonces, alguien intentó hacer girar el pomo. Primero despacio, pero al comprobar que estaba atrancada, con mucha más fuerza. Llevada por el pánico, intenté encontrar algo útil a mi alrededor. Todo estaba cubierto por sábanas. Busqué y rebusqué hasta que, en el último instante, encontré un hueco en la pared, oculto tras una inmensa sábana, que conducía a través de una estrechísima escalera a algún lugar en un piso superior. Sin pensarlo, me arrojé hacia ella justo cuando la puerta se venía abajo. Subí veloz y di a parar a una pequeña buhardilla. Rápido, analicé todo a mi alrededor pero allí no había más salidas, estaba atrapada. Si ellos descubrían esa entrada, me encontrarían. Corrí hacia la ventana y mi corazón dio un vuelco al comprobar que ahí arriba no había barrotes.

Desesperada, subí el cristal, para abrirla, pero estaba atrancado. Volví a intentarlo. Era imposible abrirlo del todo, ni siquiera hasta la mitad. En ese momento, pisaron el primer peldaño de la escalera.

—¡Por aquí! —gritó uno.

Me escurrí a toda velocidad a través del pequeño hueco. El aire me golpeó con violencia en la cara y varias tejas resbalaron en cuanto posé una mano sobre ellas. Estaba justo en el borde del precipicio, con una amplia panorámica de ese abismo ante mis ojos. Saltar no parecía la solución más sensata.

—¡Vuelve aquí! —escuché que gritaban.

Todo ocurrió en segundos. Me lancé hacia fuera, ya casi había salido, pero una pálida mano apareció de su interior y me aferró con fuerza. Acosada por el pánico, lo atraje hacia mí con fuerza, para que me soltara, pero en vez de eso, comenzó a arrastrarme hacia él, al interior. Me aferré con fuerza a todo lo que encontré, intentando contrarrestar sus músculos. Mis uñas arañaban la piedra, las tejas resbalaban y caían.

—¡NO! —grité con toda la fiereza que pude desprender de mi garganta, e intenté pegarle una patada—. ¡AYUDA! —grité a la noche—. ¡AYUDA!

Un último tirón me devolvió bruscamente al interior, haciéndome caer con un fuerte golpe contra el suelo. Justo después, alguien me agarró del pelo y me puso en pie.

—Se te ha acabado la diversión.

—¡SUÉLTAME! —grité desesperada, lanzando zar- pazos en todas direcciones.

Me arrastró sin ninguna delicadeza por toda la casa hasta llegar de nuevo a esa enorme iglesia. Allí, me lanzó sin ningún tipo de cuidado contra el suelo. De poder, estaba segura de que estaría sangrando. Me removí en el suelo; había consumido todas mis fuerzas en intentar escapar de allí, y había fracasado. Ese último golpe me había reducido por completo. Ni siquiera tenía ya ningún sentido intentar resistirse. No quería ni tan solo abrir los ojos. Intenté escuchar sus risas, pero estaban callados. Solo se oían sus latidos acompañados por mis débiles gemidos. Entonces, unos pasos retumbaron en el silencio y alguien se arrodilló a mi lado. Lo siguiente que sentí, fue una mano deslizarse hasta mi hombro y tirar de él con fuerza para darme la vuelta. Dejé mi cuerpo inerte, para que hicieran lo que quisieran con él, pero me negué a abrir los ojos. Si había una cosa que tenía clara, era que no pensaba contemplar cómo se divertían a mi costa. Pero en ese momento, alguien me apartó con cuidado el pelo de la cara.

—No te lo he dicho —susurró la voz de quien tenía al lado—, pero estás preciosa.

Lentamente, abrí los ojos mientras él continuaba despejando mi rostro. Lo miré confundida, sin comprender por qué razón me decía eso. Su voz sonaba sincera y dolida al mismo tiempo. Pasó un dedo por mi rostro, acariciando mi nariz, mis labios, mi barbilla, mi cuello... pero, a pesar de que su voz hubiera cambiado, su roce continuaba resultándome desagradable. Mi respiración se aceleró y mis ojos ar- dieron como nunca antes lo habían hecho.

—Te... quiero —sollocé entre balbuceos como última esperanza, sabiendo que esa verdad era mucho más dolorosa que cualquier cosa que pudieran hacer conmigo.

Él me clavó los ojos y volvió sus dedos a mi mejilla.

—Tu testarudez siempre ha sido digna de admiración.

—¿Es esto lo que quieres? —musité sin apenas fuerzas—. Por favor, déjame ir.

Una leve arruga surcó su pálida frente, tan confundido por mi reacción como yo. Pero las dudas no le duraron demasiado tiempo. Se deshizo de mi mano y estiró el cuello.

—Ya has hablado bastante —dijo con voz seca—. Conserva el aliento para los gritos.

—No... —supliqué, sin poder evitar que los sollozos comenzaran a brotar de mi garganta. No quería hacerlo, no quería regalarles muestras del daño que me estaban haciendo, pero mi fuerza de voluntad cayó por completo al contemplar sus ojos—. Christian...

Alguien bufó y volvió a agarrarme del pelo y me obligó a ponerme en pie.

—Lástima que Shakespeare no esté aquí para contemplaros —se burló Elora—. Esto empieza a no ser divertido.

—De un empujón, me lanzó a los brazos de Christian—. Hazlo de una vez o pásasela a otro.

—Christian... por favor —supliqué de nuevo.

—Entrégamela a mí.

—Limítate a hacer lo que tengas que hacer, Hernan. Llevas pidiendo esto mucho tiempo. —Él ensanchó una enorme sonrisa. Christian me soltó y caí al suelo—. Pero no la dejes inconsciente.

—Por supuesto que no —respondió, luciendo aún más su dentadura—. Adoro los gritos. No hay expresión más plena del dolor y yo ardo de deseos de escuchar los suyos.

—Luego se volvió hacia mí y se acercó lentamente. Intenté zafarme, pero Lester me cogió por detrás y me obligó a ponerme en pie—. He de decir que será un placer. —Posó su mano sobre mi pecho—. No es nada personal.

—Lester, pronuncia una oración por su alma —siseó Elora con sorna.

—Que el Señor se apiade de su alma y de la nuestra —murmuró con voz gutural.

—Así sea —respondió Hernan. Me dirigió una última sonrisa y desvió sus ojos hacia mi corazón. Lo contemplé aterrada, apenas podía respirar—. No temas, seré muy piadoso contigo.

Eché una última mirada hacia Christian. Mis pupilas se encontraron con las suyas y, justo en ese momento, todas las luces se apagaron.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Hernan.

Justo después, todo empezó a temblar, cada vez con más y más intensidad. Una elaborada lámpara del techo comenzó a tambalearse peligrosamente. Conseguí lanzarme hacia un lado solo medio segundo antes de que la lámpara cayera al suelo, justo en el lugar donde estábamos antes. Me incorporé tambaleándome y me encontré cara a cara con Christian, quieto, de pie en la oscuridad, observándome impasible. Lo vi acercarse a mí, con andar decidido, con el rostro inexpresivo y con la mano extendida en mi dirección pero, cuando su piel estaba a punto de rozar la mía, alguien me cogió de la cintura. Sentí una extraña presión en la nuca, y la habitación entera desapareció.    

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He publicado un juego muy chulo allí para saber cuál es tu personaje de la trilogía Éxodo. Te espero!

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora