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Al entrar en la casa, iba a pasar de largo y subir directamente a la habitación, pero algo me obligó a detenerme. Valentine estaba allí, pintando con sus colores, como siempre. Pensé en salir de nuevo de la casa y huir de ella, o intentar subir a mi habitación sin hacer ruido, pero una extraña idea acababa de cruzar mi mente. Intenté ignorarla, pero en cierta manera tenía sentido. Si había una sola persona que pudiera aclararlo, era ella, la misma niña rubia que ansiaba acabar conmigo.

—Los mayores dicen que es de buena educación saludar —replicó su vocecilla.

—Creía que ya no vivías aquí.

—Una prueba de tu mala suerte. ¿Verás a Hernán esta noche? —Rio.

—Les diré que has regresado con los grandes predadores.

—Ya lo has hecho —respondió con algo más que odio infantil—. Y no te ha servido de nada. Ellos siempre me preferirán a mí —añadió con retintín.

Estaba sentada en una mesa junto a la pared. Los pies le colgaban de la silla y los balanceaba distraída de delante a atrás mientras tarareaba una cancioncilla. Tomé aire y me acerqué despacio a ella. Parecía que estaba dibujando algo pero lo tapaba con un brazo, de modo que nadie más pudiera verlo. Me senté con cautela a su lado. Era como entrar en la jaula de un león sin estar seguro de si está dormido o no. Creí que diría algo, pero se limitó a seguir con su tarea.

—Cuéntame lo que has visto —solté—. ¿Por qué me odias tanto? No me creo que sea porque Christian me prestaba más atención a mí.

—Te dije que yo siempre estaría por delante para él.

—Quiero entenderlo —reconocí, jugándomela en un intento por ser amable. Ella soltó una risotada infantil y continuó tarareando, sin hacerme el menor caso—. ¿Puedo ver qué es lo que pintas? —«Segundo intento...» Volvió a reír. Se la veía de muy buen humor—. ¿Qué te hace tanta gracia? —pregunté incómoda.

—Procuras ser buena conmigo, como si eso pudiera salvarte. —Rio.

—¿Viste mi muerte? —pregunté sin más rodeos.

Su sonrisa desapareció y su expresión se ensombreció a una velocidad abismal.

—Veo muchas cosas. —Dejó una pintura y cogió otra.

—Viste... —Apreté los dientes con fuerza para infundirme valor—. Viste que yo acababa con Christian, ¿verdad?

La pintura se partió entre sus dedos.

—No lo nombres —dijo sin volverse hacia mí, con una expresión realmente enfadada y peligrosa—. Lo ensucias solo con pronunciarlo.

—Tuvo que ser eso. —Me eché hacia atrás y me crucé de brazos, analizándola con los ojos entornados—, es la razón por la que intentaste matarme. Pero luego viste que él me mataría a mí y perdiste el interés en acabar conmigo—aventuré.

—Se cansó de ti —soltó de pronto—. Te cambió igual que cambia de coche. No eras más que una nueva distracción hasta que encontró algo mejor.

—¿Es lo que te sucedió a ti? —pregunté de forma intencionada. Su comentario me había dolido porque en el fondo era muy probable que tuviera razón.

—Yo siempre he estado ahí para él. —Clavó sus mem- branas en mí con fiereza—. Se le pasará. —Sonrió, cogió su papel y bajó de la silla—. Para ti —dijo, entregándome el dibujo—. Me gustan los regalos. —La miré extrañada. Bajé la vista hacia el dibujo y me quedé helada. Ahí, con una precisión y un realismo increíbles, estaba representada mi propia muerte—. No hay de qué —canturreó—. Tengo muchos.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora