La Orden de Alfeo

5.9K 905 78
                                    

Se bajó de la moto, me tomó por la cintura y con una ligera sonrisita me alzó para luego depositarme con suavidad sobre la acera. Me soltó sin decir nada, solo me miraba mientras me colocaba un poco el pelo alborotado por la repentina brisa. Yo, en cambio, me mantuve sujeta a él.

—Me alegro de que ahora vivas aquí —le susurré al oído.

—Seguro que sí.

No se liberó de mi abrazo; en lugar de eso, me volvió a coger y me elevó del suelo caminando, sin ninguna dificultad, de espaldas a la entrada mientras yo le depositaba pequeños besos en torno al cuello. Podía notar su garganta vibrar por una tenue risa. Pero, entonces, tropezó con el primer escalón y nos desplomamos en el suelo. Ambos nos echamos a reír.

—Eres un peligro, Lena. Nunca me había ocurrido algo así.

—Eso te pasa por no concentrarte en el camino —alegué entre carcajadas.

Ambos guardamos silencio analizando la situación.

—No creo que les guste encontrarnos así —comentó refiriéndose a sus nuevos compañeros de casa.

Miré en dirección a la pequeña mansión de los De Cote; no había luces y reinaba un gran silencio; luego, me volví de nuevo hacia él.

—No parece haber nadie —dije esbozando una sonrisa pícara.

—De modo que estamos solos. —Fingió seriedad—. Creo que no debería entrar.

—¿Por qué?

—Temo lo que pueda ocurrir —respondió sonriendo de nuevo.

Arqueé una ceja, divertida.

—¿Christian Dubois tiene miedo?

—Todos tenemos un punto débil —se defendió.

—¿Y quién me protegerá si no me acompañas? —señalé. Frunció los labios, fingiendo que evaluaba algo.

—Cierto,en ese caso...

Se puso en pie sin apartarse ni un milímetro de mí y llegamos hasta la puerta.

—Han cerado con llave —informó Christian al querer abrirla.

—¡Vaya! Pues no tengo las mías, las perdí hace tiempo.

—Por suerte para ti, yo no.

Sacó de su bolsillo una alargada llave de latón, la metió sin problemas en la cerradura y entramos. Busqué a tientas el interruptor de la luz mientras Christian se concentraba en besar todo resquicio de piel que estuviera al descubierto. No me estaba poniendo nada fácil focalizar mi atención en un insignificante botón, teniéndole a él tan cerca, además, ¿quién necesita luz? Yo no tenía ningún inconveniente en estar a oscuras y dudaba que Christian prefiriera lo contrario, así que me olvidé de la impertinente búsqueda y puse toda mi atención en él.

—¿Qué ha pasado con la luz? —susurró sin cesar en su labor.

—Olvídate de ella —susurré tomando esta vez yo la iniciativa. Soltó una risita, pero no puso ningún impedimento. Estaba tan entregada a mi «exploración» que me olvidé por completo de mantener la compostura. Nuestros pies se enredaron y provoqué que Christian perdiera de nuevo el equilibrio. Caí contra la pared, pero él me sujetaba lo bastante fuerte como para impedir que llegara a tocar el suelo, aunque no pudo evitar que me golpeara contra ella y, para mi sorpresa, también contra el interruptor, que se encendió de inmediato.

—Lo has vuelto a hacer —me reprochó.

—No creo que el problema sea solo mío...

Pero en ese momento me quedé helada. Horrorizada, me llevé las manos a la boca para ahogar el grito que escapó de mi garganta al desviar la mirada hacia lo que había detrás de él. Christian se volvió de inmediato y me soltó, lentamente, casi tan paralizado como yo.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora