Espejito, espejito, ¿quién es la más bella? Parte I

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La imagen que me devolvió el reflejo una hora mástarde me observó fría, distante y diría que altiva. Pasé unamano por mi pelo, acariciando la lisa y brillante superficie con la punta de mis dedos y me miré a mí misma a losojos. Alcé la barbilla un poco para ver con claridad cómo laoscura y grisácea mancha de mi cuello había desaparecidopor completo. Las cicatrices provocadas por Elora y Lestertambién se habían esfumado sin dejar rastro.Seguramente estaba rozando los límites de la vanidadporque no podía dejar de mirarme, pero necesitaba averiguar si seguía siendo yo. No me reconocía por fuera... ni pordentro...De pronto, me vi como todos los demás, como algobello, hipnótico y... poderoso. Sin embargo, en cuanto lafascinación inicial comenzó a disiparse, el temor fue barriéndola y ocupando su lugar a pasos agigantados.

—Nunca me había alimentado así. Yo nunca habíahecho nada de lo que...

—Shhh —interrumpió, colocando un dedo en mislabios—. La carne llama a la carne y el espíritu al espíritu. No tienes nada de lo que avergonzarte. —Cogió un mechónde mi pelo y lo hizo girar entre sus dedos.

—Me siento diferente —musité.

—Te sientes fuerte porque te has alimentado.

Me giré hacia él, de modo que quedáramos cara acara. Ni siquiera me atreví a respirar. Estaba tan cerca...Mis ojos se desviaron a traición hacia el inicio de la cicatrizque asomaba por encima de su bata. Lisa, brillante y pálida.Tan parecida a la de Christian... Millones de sentimientos semezclaban en mi mente a una velocidad vertiginosa. Fascinación, miedo, dolor, deseo...

El último era el peor de todos.

Hernan siguió la dirección de mis ojos y tiró del cinturónlentamente, deshaciéndose de la prenda. Su torso firme yesculpido vibró bajo el frágil haz de luz que proyectabanlas velas. Por un momento, todo desapareció. Solo existíasu respiración. Su aliento acariciando mi piel, el hipnóticosonido que cobraba fuerza sobre el silencio del barco y eloleaje lejano. Me atreví a mirarle de nuevo a los ojos. Estabanerviosa, sí, y cargada de una extraña energía. Ni siquierasabía por qué. Entonces, él tomó mi mano, estiró mis dedoscon delicadeza y los posó sobre su cicatriz. El electrizantetacto de su piel penetró desde mi mano para recorrer encuestión de segundos todo mi cuerpo, como una explosión.

—La venganza es dulce. Siente la fuerza —susurró—.Es la raíz de nuestro poder.

—Lo hago —reconocí.Soltó mi mano y descendió hasta mi cintura. Sentí queme faltaba el aire pero solo giró mi cuerpo un poco para obligarme a mirar de nuevo el espejo.Con cuidado, apartó mi pelo a un lado y descubrió miespalda.Ahí, estaba mi propia cicatriz. Era la primera vez quela veía, la primera en todo ese tiempo. Él pasó un dedo por ella, despacio, de la forma más delicada y sensual en quepodría hacerse algo así. Su corazón latía con fuerza contrami cuerpo.

—¿De qué es? —pregunté.

—Del día de dejaste este mundo para volver a él.

—No sabía que los cazadores también tuviésemos una.

Él alzó levemente la comisura derecha de sus labios enuna pequeña sonrisa.

—No la tenéis. Esta es diferente.

—¿Por qué?

—Porque se hizo en el momento de tu muerte pero poralguna razón no tuvo el resultado esperado.

Vi a través del espejo cómo mi ceño se fruncía.

—¿Qué resultado?

—¿Qué importa eso ahora?

Me giró para que me viese de frente. Me fijé en que lacicatriz de su puñal en mi pecho había desaparecido y esodesvió mi atención. Rocé con mis dedos la piel donde pocoantes destacaba esa horrible cicatriz negra, sin encontrar niuna leve imperfección.

—¿Qué me hiciste? —pregunté por enésima vez.

Él suspiró, meditabundo.

—Viví mi vida encerrado en unas mazmorras —susurró mientras acariciaba el mismo recorrido que hacíanmis dedos—. La única belleza que conocí fue aquella a laque podía acceder a través de un libro. —Me miró desde elreflejo. Yo le devolví una expresión confusa. No entendía elgiro en la conversación—. Creo en su pureza, en la esperanzaque genera y en el poder que inspira porque fue la belleza dequien me trajo a este mundo lo que me devolvió a la vida. Hevisto centenares de cosas hermosas desde entonces, Lena. —Detuvo su recorrido por mi cicatriz y pasó su mano por mi hombro—. Tu corazón es una de ellas. —Pasó sus dedos a mibarbilla—. No es mi intención corromperte. Solo darte poder.

—¿Intentas confundirme? —musité.

Ladeó una sonrisa.

—Es muy pronto para responderte a esa pregunta.

—¿Era esto lo que querías? ¿Alimentarte de mí?

Él sonrió y cogió con cuidado mi cuello.

—Y tú de mí, tal y como ha sido, pero es solo unapequeña parte —susurró. Su aliento rozó mi cara y un dedoacarició mis labios.

—¿Por qué?

—Porque es una ínfima prueba de lo que el mundopuede ofrecerte. —Me miró con intensidad y me soltó concuidado—. Ve con Elora y dile que tienes mi aprobaciónpara venir a la fiesta.

Le miré confundida por el cambio de opinión.

—¿Y qué hay de Jerome?

Rio y se apartó de mí. Cogió su bata y volvió a envolverse con ella.

—Tu amigo ya se ha alimentado. Estará bien. Tienesmi palabra.

Él abrió la puerta y esperó a que saliera, sin añadirninguna otra palabra.Cuando estuve de nuevo en el pasillo, la extraña sensación y la confusión se incrementaron.Me sentía desnuda y, por alguna extraña sensación,también culpable. Nunca me había gustado alimentarmepero, ¿por qué debería sentirme así por hacerlo de alguiencruel como él? ¿Por qué iba a importarme su bienestar?Pero no era eso. Dentro de mí sabía que no temíahaberle hecho daño. Era más bien que el hecho de haber compartido eso con él me hacía sentir incómoda y avergonzada. Como si hubiera hecho algo realmente malo y... sucio.En cambio, no podía negar que me sentía mejor de loque nunca me había sentido antes. Tenía fuerza, confianza...Incluso me sentía lo bastante valiente como para superar elhecho de que todo el mundo me hubiera mentido. Jerome yyo formábamos un buen equipo ahora. Tal vez podría limitarme a existir, como él, y olvidar a Christian, a los De Cote,y todas sus mentiras.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora