Quien dijo que el amor duele, no tenía ni idea. Parte 2.

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—Nada de eso ha cambiado.

—Claro que sí.

—Déjame protegerte. —Avanzó un paso hacia mí.

—Ya hay demasiada gente que solo quiere protegerme, Jerome. No necesito a nadie más que me vea como el elemento débil. Necesitaba a alguien que me viera como una persona normal. Solo como alguien normal.

—Pero... no lo eres.

—¡Ya lo sé! —Solté aire—. ¡Todo el mundo se empeña en recordármelo! —Me giré y me dirigí hacia la puerta—. Cuídate.

Él no dijo nada. Yo abrí y salí de allí. Debería haber corrido hacia mi habitación, esa era mi forma habitual de actuar, pero no lo hice. Supongo que algo estaba cambiando dentro de mí. Tal vez fuera que ya me había cansado de todo eso, de que nada pudiera salir bien. Así que me limité a andar, arrastrando los pies por la acera, sin ninguna prisa, hasta esconderme en el frondoso bosque, con los ojos ardiendo y un gran nudo en la garganta, pero, sobre todo, con un gran vacío en mi interior.

En ese instante, sentí que un coche se detenía en la carretera a pocos metros del lugar donde yo estaba escondida. Asomé la cabeza para mirar justo cuando el conductor salía al aire libre.

—Mierda... —musité a la oscuridad, en cuanto pasó por delante de los faros encendidos.

Aparté la vista y me escondí tras el árbol en el que estaba apoyada. Dejé de respirar y me quedé quieta, con el pánico palpitando bajo mi piel e invadiendo mi cuerpo a pa- sos agigantados.

—Sé que estás aquí —anunció de pronto su voz, rompiendo con el silencio de la tarde. Hasta la suave brisa pare- ció detenerse en ese instante—. Sal, debemos hablar. —Ha- blar no era el mejor plan que se me ocurría. ¿Cómo me había encontrado?— Aborrezco los juegos, Lena, no me obligues a ir a buscarte.

El silencio fue mi única respuesta. Un segundo más tarde, oí las ramas del suelo crujir bajo sus pasos. Estaba cerca, demasiado cerca. Busqué a mi alrededor y calculé la distancia que podía haber hasta los árboles más cercanos. Me puse en pie con cuidado, intentando no hacer ningún ruido y salí de mi escondite.

No podía verle, pero sí oírle. Él no ponía ningún cuidado en no hacer ruido. Yo, en cambio, caminé de puntillas, cargando el peso en las rodillas para pasar desapercibida. Aguardé ahí, escondida, hasta que sentí que se alejaba. Ese era el momento adecuado para salir corriendo. Y así lo hice.

Corrí, controlando el sonido de mis pasos, mirando hacia atrás todo el tiempo, pendiente de él, hasta que, de golpe, choqué contra algo y caí al suelo. Cuando alcé la vista, me encontré con sus ojos.

—Acompáñame —fue lo único que dijo. Se dio la vuelta y echó a andar entre la negrura.

Parpadeé un par de veces e intenté coger aire. Me puse en pie y lo observé. Internarse en medio de un bosque oscuro con alguien que ha asegurado matarme, no era una de mis prioridades.

—No —respondí.

Él se detuvo en seco y se volvió hacia mí.

—No es un buen momento para elegir ser prudente —no había mofa en su voz.

—¿Debería? —balbuceé.
—Depende de ti y de tu instinto de supervivencia. — Me observó un segundo y añadió—: Pero ya has demostrado en otras ocasiones carecer por completo de él. —Lo miré sin decir nada. Él tomó aire de forma paciente—. No voy a matarte esta noche, Lena, pero te agradecería que tuvieras la bondad de acompañarme.

—Hazlo. —Me enfrenté directamente a sus ojos—. Estoy tan cansada de todo esto..., me harías un favor.

—Esa no es la actitud que busco.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now