La pequeña carnicera. Parte 1.

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En cuanto abrieron las puertas, sentí que mis rodillas temblaban. No sabría decir si era pánico, admiración o ambas cosas. Habían acondicionado la sala principal para esa noche. No parecía desde luego abandonada. Era más grande y hermosa, habían decorado cada rincón con telas y cortina- jes, con cintas de colores e impresionantes velas y antorchas. Los bancos habían desaparecido para ofrecer una amplia pista de baile. Me sobrecogió lo maravilloso de esa visión. Al lado de esta, la fiesta de los Lavisier había sido como un picnic en la piscina; con la diferencia de que aquí todo estaba lleno de grandes predadores con sus máscaras, sus trajes y sus atronadores corazones. Más impresionantes aún que la propia sala.

Nos adentramos despacio. La gente se volvió hacia Hernan para saludarlo con una leve inclinación de cabeza. Ninguno se fijó en mí, por suerte, mi expresión debía de estar delatándome sin ninguna duda. Escuché música y Hernan se detuvo para que pudiera contemplar el baile.

Era horrible que utilizaran un lugar así para reunirse. Eran asesinos, seres crueles y desalmados que parecían reírse de esa forma de toda esperanza humana. Era una burla, una broma de mal gusto, una despreciable falta de escrúpulos. Pero también era hipnótico e increíble estar allí, contemplando a esos hombres y mujeres, esas auténticas máquinas de matar, demostrar el significado de las palabras elegancia y belleza, tan sincronizados, tan devastadoramente perfectos. En ese momento, comprendí por qué decían ser una raza superior. No quiero decir que los cazadores no fueran hermosos, Liam y Lisange eran sin duda mucho más impactantes que la gran mayoría de ellos, pero era ese halo de misterio, tal vez el hecho de que llevasen sus rostros cubiertos, la ironía que suponía que esas personas se encargaran de torturar a gente inocente o, tal vez, la peligrosidad que su propia hermosura despertaba lo que los convertía en un imán de deseo. Verlos era enigmático, hipnótico, era...

—Poder, Lena —susurró Hernan a mi lado, completando mi pensamiento en voz alta—. Esto era lo que quería que vieras.

Conseguí apartar la vista y observé los juegos que había entre los demás. Sin duda el espectáculo no estaba solo en la pista, también en la forma en que se hablaban, distantes a la vez que atrayentes, fríos pero embaucadores, seductores, irresistibles a la vez que inalcanzables. Era todo un entramado impactante y preciso de lenguaje no verbal, movimientos sutiles y miradas. Viendo aquello me di cuenta de lo que Hernan había estado intentando explicarme. ¿Cómo podía ser suficiente alguien como yo frente a toda aquella fascinación?

—Nunca había visto nada igual —confesé.

—No hay miedo en ellos —siguió él—, no hay vacilación. Solo la seguridad de estar en la cima del mundo, de controlar su existencia sin temor de nada, ni de nadie. Celosos protectores y dueños de su territorio. Privilegiados, sin defectos que los marquen. Grandes Predadores, Lena, la cumbre de la cadena alimenticia de este mundo.

Mis ojos se clavaron entonces en los de una figura al otro lado de la sala. Lo reconocí al instante. A una distancia considerable, y al lado de una mujer cuya identidad también podía adivinar, estaba él, Christian. Fue como si todo el mundo desapareciera a su alrededor, no podía prestar atención a nada más que a él. Iba vestido con el mismo tipo de traje negro que Hernan, con fajín y máscara dorados y guantes de un blanco impoluto. Lo vi entornar los ojos y ladear apenas unos milímetros la cabeza hacia un lado, pero Elora le susurró algo al oído y apartó por completo su atención de mí.

—Es él —musité—. Me ha reconocido.

—No lo ha hecho —respondió Hernan. Se giró hacia mí, me miró y se llevó mi mano a su boca para besarla—. No bailes, te reconocería al instante. Da una vuelta, acércate, obsérvalo si quieres y luego te sacaré de aquí. ¿Ha quedado claro? —Asentí con la cabeza—. Bien, procura no disfrutar demasiado. Jamás me lo perdonaría.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora