Nada, absolutamente nada, tiene sentido. Parte 2

Start from the beginning
                                    

—Han sido mis últimas palabras al respecto —su voz sonó muy firme.

—En tal caso nos iremos nosotras.

—No podéis hacer eso. Sería muy desagradecido.

—¿Qué quieres decir? —pregunté. Gareth suspiró y dijo:

—Lamentablemente, si os marcháis, todos pareceremos culpables. Debéis quedaros hasta que se demuestre que no es así. Es lo más prudente.

—Lo prudente sería marcharnos, Gareth.

—Aceptasteis cumplir nuestras normas, Lisange, así que lo repetiré de nuevo: debéis quedaros. —Ella les dirigió una mirada severa y desapareció por las escaleras. Valentine rio—. Espero que lo entiendas, Lena. Nos comprometimos a ayudaros pero también debemos proteger a nuestra familia.

—Lo sé, Gareth. No te preocupes. Supongo que lo entiendo...

Lisange no reapareció en todo el día, así que aproveché la última hora de la tarde para escabullirme por la ventana de mi cuarto. Salir de esa casa a escondidas se había convertido en una costumbre. Todos daban por sentado que me pasaba horas encerrada en mi habitación, a la espera de que Christian llegara. Seguramente eso es lo que debería haber hecho, no por esperarlo, sino por la cantidad de veces que me habían advertido sobre el incremento de víctimas que estaba habiendo en ese lugar, en concreto, en el descampado que yo tanto frecuentaba. Pero no podía; era desesperante pasar las tardes encerrada entre esas cuatro paredes o, en el mejor de los casos, viendo cómo Lisange y Reidar se regalaban algo más que muestras de afecto, y luego, claro, estaba Valentine. Esa niña, y la enorme sonrisa que me anunciaba «estás muerta», era lo que me hacía querer escapar en todo momento; cada vez que me veía, no dudaba en relatar sus continuos encuentros con el gran predador del que yo estaba dolorosamente enamorada.

Sin darme cuenta, la noche se me echó encima. Suspiré y decidí dar la vuelta para regresar a casa. No había perdido tanto el juicio como para vagabundear por ese lugar a oscuras, y menos teniendo que atravesar el prado. Sin em- bargo, lo hice sin ningún problema. Reí con amargura para mí misma al descubrir que ya ni siquiera les interesaba a los guardianes.

Subí despacio la escalinata pero aún no me apetecía regresar, así que decidí dar una vuelta por las pequeñas calles de ese pueblo y serpentear en busca de alguna zona que no hubiera visto ya. No había ni un alma en ellas. Nunca mejor dicho. Me sorprendió descubrir que aquel lugar estaba ligeramente cuesta arriba. Al parecer, la casa en la que yo estaba pertenecía a las afueras porque, detrás de ella, no había nada. Nunca lo había recorrido en su totalidad.

Conforme me iba alejando de la casa donde yo «vivía», los edificios estaban más y más abandonados, hasta el punto de acabar en unas ruinas. Contemplé el techo caído de una casita. No me extrañaba que pensaran que ese lugar estaba encantado. «Yo también lo haría.» Unos pequeños ruidos sacudieron, entonces, el silencio que rodeaba toda esa zona.

Extrañada de que de verdad hubiera gente allí, seguí el rastro de ese sonido. Después de todo lo que me había pa- sado, tenía bastante claro que internarse sola por esas calles profundas, era una acción temeraria, pero también había tenido tiempo suficiente para conocerme y descubrir que no podría evitar la curiosidad de averiguar si había más gente allí, así que escalé por los restos hasta llegar a lo que parecía el tejado. Las piedras se tambalearon un poco y tuve que hacer algo de equilibrismo, pero aguantaron. Una vez ahí arriba, volví a sentir esos ruidos. Las casas estaban tan cerca las unas de las otras que podía saltar sin problemas de un tejado al otro a pesar de mi aparente falta de agilidad.

Seguí correteando por los tejados hasta que encontré tres figuras entre las sombras de una callejuela. Me detuve al instante, pero lo que vi me dejó helada en el sitio y mi corazón dio un vuelco. Ahí estaba él, sujetando con fuerza el cuello de un hombre contra la pared mientras Elora hacía con él exactamente lo mismo que yo le había visto hacer a Christian aquella noche en La Ciudad. No podía ver la cara de la persona porque ella lo tapaba pero, sí que vi cómo, de pronto, Christian dejó de apretarlo, y el cuerpo cayó inerte al suelo. Me llevé una mano a la boca para ahogar un grito.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now