Érase una vez un ángel llamado Jerome. Parte 2.

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—¿Y tú has venido a rescatarme? —solté de forma irónica, alzando una ceja; él no tenía ni idea de lo que era vivir una pesadilla.

—Te ofrezco una ayuda mutua.

—¿No tienes amigos?

Él sonrió y me adelantó un par de pasos.

—Ten un buen día, Helena. Medité un instante y le seguí.

—¿Por qué piensas que necesito tu ayuda? —Pasé la mochila de un hombro a otro, incómoda.

—Porque soy el único aquí a quien no le pones los pe- los de punta —susurró y siguió de largo.

Arrugué el ceño y eché una disimulada mirada a mi alrededor. Muchos nos observaban.

—¿Es cierto? —pregunté, alcanzándole.

—Eres rara, nueva y vives al otro lado del campo. Mezcla todo eso con una conducta un tanto antisocial y tendrás lo que todos piensan de ti.

Me habría encantado decirle que ya me habían puesto esa etiqueta en cuanto puse un pie dentro, que nadie se había esforzado en intentar conocerme pero, en lugar de eso, decidí atacarlo a él. El único que en realidad se había molestado un poco en hacerlo.

—¿Y por qué tú eres diferente?

—Porque siento curiosidad.

—¿Curiosidad? —repetí, rogando para que no me hiciera sentir como una atracción de feria.

—Quiero saber por qué la chica más guapa de todo el instituto no quiere acercarse a nadie.

Desvié un poco la mirada, agradeciendo no poder sonrojarme. Eso me había pillado totalmente desprevenida. Su sonrisa me dejó congelada durante un instante, me recordó mucho a Christian. Tal vez porque ambos alzaban más una comisura que la otra.

—Tengo que irme.

—¡Acabas de llegar! —alegó mientras me desviaba en otra dirección.

—Lo estudiaré por mi cuenta —dije, volviéndome hacia él. Luego me giré y continué andando.

—¡Nos veremos por aquí! —me gritó, dándose por vencido.

Salí antes de que el chico que decía llamarse Jerome pudiera agregar algo más. Había algo desconcertante en el efecto que tenía en mí.

Definitivamente, necesitaba a Christian con desesperación.

—Llegas pronto —saludó Gaelle nada más oírme en- trar por la puerta. Apareció por el pequeño patio interior con un delantal de puntilla algo apolillado sobre la ropa y una manopla para sacar cosas del horno enfundada en una mano—. ¿Qué ha ocurrido?

—No me encontraba bien.

—No puedes irte por las buenas —reclamó de forma autoritaria—. Debes ser responsable.

—Tengo toda una eternidad para hacer el último año de instituto —solté mis cosas sobre la mesa—. Que haya faltado a las dos últimas horas no es un drama.

—No me gusta esa actitud —dijo, poniéndose las manos en las caderas.

Era extraño, quería discutir. Estaba deseando hacerlo, pero no con ella, no con Gaelle que, al fin y al cabo, me había acogido. Respiré hondo y bajé la mirada.

—Lo siento —mentí, aunque no era del todo falso: la- mentaba decepcionarles, pero no perderme esas fascinantes horas de clase. Dudaba que nadie, en su sano juicio, despertara en esa nueva vida para graduarse. Tal vez Lisange, pero ella era... bueno, ella era Lisange. El nudo de mi garganta volvió a formarse con fuerza—. ¿A qué huele? —pregunté, intentando analizar el aroma que percibía.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now