Me acercó a él y me abrazó. Yo me aferré a su cuerpo y hundí mi cara en su pecho.

—No hay culpables, Lena —dijo a mi oído—, todos tomamos las decisiones que consideramos adecuadas. Los De Cote no son cazadores recién nacidos, ni yo un simple gran predador. —Alzó una mano y acarició mi mejilla con el dorso de su dedo—. ¿Tienes idea de lo difícil que es matarnos?

—Flavio murió —le recordé.

—Flavio era muy joven, Liam y Lisange son ancianos. Además, él estaba sentenciado. No digo que nosotros no lo estemos, pero eso no quiere decir que vayamos a dejar que nos destruyan. Si nos derrumbamos, Lena, nos volvemos vulnerables, y en este mundo, en el nuestro —recalcó—, la debilidad es un riesgo que no nos podemos permitir. Y la culpabilidad otro. Eres cazadora, el dolor te hace fuerte, aprovéchalo para crecer, transfórmalo en poder y deja la culpa para los guardianes. Solo eres responsable de tus decisiones y de tus actos. Solo tú decides lo que quieres hacer, y la buena noticia es que puedes hacer lo que quieras. —Cogió mis manos entre las suyas—. Lo que yo te pido que hagas ahora, es venir conmigo, y esforzarte por sacar esos pensamientos de tu cabeza. Los guardianes huelen la culpa, así que no permitas que nos encuentren.

—¿Y cómo lo hago? —Bajé la mirada.

—No soy el más indicado para responder esa pregunta.

—Creía que eludir la culpa era vuestra especialidad.

—He pensado en lo que dijiste ayer. Quiero que seas feliz así que voy a llevarte conmigo unos pocos días, mientras Gareth y Gaelle inspeccionan la zona y se aseguran de que la Orden no está cerca. Ven conmigo, e intentaré hacerte olvidar lo que ha pasado, al menos durante este tiempo.

La idea sonaba tentadora. Sabía el esfuerzo que debía suponer para su instinto protector, pero por atractivo que pareciera, las palabras Valentine seguían suponiendo un problema que no podía revelar.

—¿Crees que es sensato olvidarlo?

—No para siempre. Pero deja que sea yo quien lo recuerde. —Besó con delicadeza mi frente y se puso en pie, conmigo en brazos—. ¿Me acompañarás?

¿Acaso tenía elección? ¿Qué podía hacer? ¿Quedarme allí, lamentándome, y atraer a toda la Orden de Alfeo? Él me posó en el suelo, tomé su mano y juntos regresamos a la calle.

—¿Coche nuevo? —pregunté a unos metros de distancia, al percatarme del robusto pero elegante vehículo gris metalizado, que intentaba sin éxito robarle un poco de protagonismo a Christian.

—Supongo que no esperabas que nos trasladásemos en la vieja chatarra de Gareth —respondió con total tranquilidad.

—¿Sabes? Hay quien aprecia los clásicos —comenté mientras llegábamos junto a él.

—Lena. —Frunció el ceño—, ese automóvil no es un clásico, es la oveja negra de toda su carrocería.

—¿Y tu alternativa es... esto? Creía que no debíamos llamar la atención.

—Solo es temporal, hasta que pueda traer el mío. Vamos. —Me abrió la puerta del asiento delantero—, se hace tarde.

El interior desprendía un fuerte olor a tapicería recién estrenada. Un olor demasiado fuerte a mi gusto.

Le dio gas al motor, haciendo ese particular sonido de los coches deportivos; supongo que para regodearse o a la espera de que yo saltase con algún tipo de piropo hacia su carísimo juguete nuevo. Pero no lo hice, así que, finalmente, puso el vehículo en marcha.

—Resulta difícil impresionarte —comentó.

—No te hace falta un trasto de chapa para eso —apunté.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora