El día en que un sueño perturbó mi mente

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Peleé contra mi mente en una de esas batallas épicas entre el bien y el mal. Una parte, la más racional, me decía que tan solo estaba confusa, que lo que sentía por él no era amor, sino algo parecido a una amistad mezclada con una inevitable atracción física. Eso era lo que había creído hasta ese momento y no me había ido demasiado mal, pero la otra parte, la más masoquista, me decía que estaba enamorada de él y me lanzaba imágenes a traición de su rostro, su sonrisa, sus manos... Me enfurecí conmigo misma. Su rostro,su sonrisa y sus manos eran iguales que la primera vez que lo vi. Entonces,¿qué había cambiado ahora?

Pedaleé tan fuerte que la cadena salió despedida y perdí por completo el control. Tardé en darme cuenta de que descendía a toda velocidad por una carretera bastante em- pinada. Luché contra el manillar, pero este se dobló como si fuera de goma. La bicicleta voló por los aires y, segundos después, contemplé irritada cómo terminaba golpeada contra un árbol de la linde de un bosque.

—Genial...

Propiné una patada a uno de los postes de hormigón que bordeaban la carretera. Apenas había llegado a rozarlo, pero se resquebrajó en pedazos. Di un paso atrás, asustada por mi propia fuerza.

Me dejé caer al suelo, boca arriba, ocultando el rostro con las manos. El sol penetraba entre mis dedos, tiñendo la oscuridad de color anaranjado. Un coche frenó detrás de mí. Oí una puerta abrirse y cerrarse y unas pisadas acompasadas acercándose.

—¿Necesitas ayuda?

¿Era mi imaginación o de verdad él estaba ahí? Rogué por que no fuera así. La luz desapareció, algo me hacía sombra y su olor era inconfundible. Sí; por desgracia, era él. En momentos así es cuando una desea con todas sus fuerzas que la trague la tierra.

—¿Estabas siguiéndome? —le encaré mientras me ponía en pie de un salto.

Estaba enfadada por las condiciones en las que me había encontrado y por su costumbre de aparecer de la nada en el momento más inesperado. Seguramente fuera injusto hablarle de ese modo, pero estaba intentando escapar de él, de su rastro y de pronto, ¡regresaba ante mí! Y encima me descubría tirada en el suelo, con la bicicleta deshecha y los últimos restos estrellados contra un árbol: ¡era humillante!

—Compruebo que todo va bien.
—No me hace falta tu ayuda, gracias —contesté,y le di la espalda para recoger un pedal que había caído a mi lado.
—Yo no diría lo mismo.

Pude intuir que sus ojos se desviaban hacia el desastre que había ocasionado.

—Es problema mío.

Miré a mi alrededor. No tenía ni idea de dónde estaba, no había nada que me resultara familiar, ¿tanto me había alejado?

—¿Nadie te comentó que no era conveniente que la utilizaras después de transformarte?
—¿Por qué no iba a serlo? —dije cruzándome de brazos.
—Demasiada fuerza en las piernas —razonó—. Al menos hasta que sepas controlarla, deberías dejarla aparcada en el garaje.

¿Por qué no había pensado yo en eso? La verdad es que daba bastante lástima cómo había quedado.

—De todos modos ya no tiene importancia —admití.

Cogí mi mochila, que había salido disparada unos metros más allá, y me la colgué del hombro. Christian examinó con detenimiento la bicicleta de Liam durante unos segundos.

—Si tanto te gusta, puedo arreglártela.
—¿Sabes reparar bicicletas? —pregunté, arqueando una ceja. Soltó una leve risita.
—Solo cuando es estrictamente necesario.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now