Parte XIV Dolor, simple y llanamente, dolor

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—¿Estás bien? —me preguntó.

—Sí —mentí. La mano derecha me empezó a temblar y me apresuré a esconderla bajo la mesa antes de que ella pudiera verla—. Creo que voy a dar una vuelta; necesito despejarme.

Huí a la esquina más alejada y escondida de la biblioteca. Estaba rodeada de estanterías, así que pude refugiarme allí sin que nadie se diera cuenta. Esa zona siempre parecía especialmente desierta. Intenté leer los títulos para averiguar la razón, pero lo veía todo muy borroso. Algo en mi interior se convulsionó, me doblé y me precipité al suelo impulsada por un fuerte mareo. Comencé a hiperventilar, pero la asfixia cada vez era mayor. Apreté los dientes y contuve la respiración para no gritar.

—Lisange... —musité entre espasmos.

Solo con ese movimiento,una oleada de dolor me golpeó con violencia. Me aferré como pude a una de las baldas de la estantería e intenté ponerme en pie, pero una nueva sacudida hizo que mi mano resbalara y volví a caer. ¿Qué estaba ocurriendo?

—¡Lena! —Lisange me sujetó antes de que pudiera tocar el suelo—. Vamos ahora mismo a casa —susurró cargándome sobre su hombro.

Salimos por la puerta trasera antes de que nadie fuera capaz de ver el lamentable estado en el que me encontraba. Lisange me ayudó a entrar en el coche y no frenó ni una sola vez hasta que llegamos frente a la puerta de casa. Me cogió en brazos y subió a toda prisa las escaleras que conducían a la entrada.

—¡Liam! —gritó nada más abrir la puerta de una patada—. ¡Se está transformando!

—¿Qué? —pregunté casi con miedo.

Liam apareció a toda prisa por el marco de la puerta con la misma expresión que Lisange.

—Liam... —repitió.
—Lo he oído —dijo, sujetándome ahora él. —Vayamos a su habitación.
Lisange nos precedió hasta ella. Una vez allí, acosada por una repentina prisa, se dirigió hacia las ventanas que yo siempre mantenía abiertas, corrió las cortinas y accionó dos aparatos de aire acondicionado que yo no había visto has- ta entonces. Liam me depositó con cuidado sobre la cama mientras Lisange buscaba algo en el armario, y luego miró la calle.

—Ya es de noche; mejor —sentenció—. No hay riesgo de que pase ningún humano por aquí.

Sus voces me llegaban lejanas, como si estuvieran en otra habitación o se me hubiera metido agua en los oídos. Sentí otro golpe de dolor y ambos se volvieron hacia mí; una alarma se despertó en mi interior.

—¿Llamamos a Flavio? —preguntó Lisange con un hilo de voz; de pronto parecía mucho más preocupada.

—No llegará a tiempo.

Lisange respondió algo, pero no pude entenderlo; ahora todo se movía y las palabras se perdían en el aire. Me aferré a la almohada y la apreté con fuerza al sentir un nuevo latigazo. Cada vez eran más frecuentes y mucho más dolorosos. Había dejado de pensar con claridad.

—Todo se mueve —exclamé sin saber muy bien si había conseguido que mi voz se oyera o si solo se había queda- do en un pensamiento.

Ambos me miraron con preocupación.
—Lena..., intenta relajarte.
Volví a hiperventilar justo antes de gritar de nuevo. Me retorcí y, entonces, me quedé casi inconsciente.

—Liam, esto no es normal.
—Lo sé. —Él se acercó a mí y tomó mi cabeza entre sus manos—. ¡No os durmáis! ¡Abrid los ojos!

—Liam —la voz de Lisange estaba acongojada—,¿qué pasa si no lo supera?

—No va a morir, no vamos a permitir que eso suceda...Lena, abrid los ojos.

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now