Como acto instintivo, me llevé una mano al pecho. Guardé silencio intentando captar el movimiento de mi corazón, pero no encontré nada, ni un tenue latido. Volví a insistir. Yo lo había sentido, recordaba perfectamente cómo había saltado al ver a Christian por primera vez. Pero ya no era así, ahora no había movimiento en mi interior. Tomé aire repetidas veces. Respiraba. Eso tenía que significar algo, ¿no? Pero entonces recordé que no había conseguido comer nada en los dos días que llevaba allí, aunque no tenía ni un poco de hambre; tampoco había sentido frío ni calor, ni ninguna otra necesidad, excepto la de llorar.

¿Por qué había tardado tanto en relacionar todas esas cosas? Sacudí la cabeza; todo era un mal sueño. Salí del baño y corrí hacia la calle.

Atravesé lugares que no había visto nunca, abriéndome paso entre la gente sin ninguna delicadeza, sin molestar- me en disculparme al golpearles. Corrí hasta que no pude más, que fue mucho tiempo a pesar de mis escasas fuerzas.

Llegué a un callejón sin salida, pero mi mente no estaba lo bastante lúcida como para retroceder y buscar otro camino, así que me derrumbé junto a la fachada de una casa de aspecto pobre. Todo eso me superaba, no lo aguantaba ni un solo minuto más. Quise llorar, pero no pude, los ojos me escocían, me ardían y no podía aliviarlos. Me di con la cabe- za contra la pared, sintiéndome muy miserable. Me agarré el pelo y tiré de él con fuerza, pero no se desprendió ni un solo cabello. Me abracé las piernas y hundí la cabeza entre las rodillas, ahogando un grito que habría podido desgarrar cualquier tímpano humano. Permanecí ahí, refugiada del mundo, con los ojos cerrados, mientras me juraba a mí misma que aquello no estaba ocurriendo.

No sé cuánto tiempo llevaba en aquel lugar, agazapa- da en la esquina de esa calle abandonada, cuando oí unas pisadas sobre el suelo de arena. No me hizo falta levantar la vista para saber quién era. Su olor llegó a mi mente con toda claridad antes de llegar a ver sus pies. Horas antes me habría aliviado su presencia, pero ahora me irritaba. Tenía que estar sola, alejarme de todo y de todos.

—Si no vienes a matarme, lárgate —solté escupiendo cada palabra impregnada en un profundo odio. —Él no respondió nada. Me levanté para encararle —. ¡LÁRGATE! —le grité, pero no se movió—. ¡MÁRCHATE DE AQUÍ!

No hizo nada. Le lancé todo lo que encontré a mí al- rededor: piedras, latas..., pero no acerté ni una sola vez y él seguía ahí, implacable. Desesperada, puse el cristal roto de una botella contra su garganta.

—¿Has terminado ya? —me dijo en un tono monótono mientras yo lo amenazaba—. Si de verdad crees que voy a irme de aquí por un puñado de piedras, es que no has prestado atención a nada de lo que se te ha contado —añadió mirando el cristal que apretaba contra su piel—. No vas a hacerme daño con eso.

Aparté la botella de su cuello y la apreté contra el mío.

—¿Y QUÉ HAY DE MÍ? —pregunté—. ¿QUÉ PASA SI ME CORTO? ¿NO PUEDO MORIR? —Su cuerpo se tensó sutilmente a mi lado.

—No de esa forma.

Lancé la botella contra una pared.

—¡ENTONCES HAZLO TÚ! —chillé.

—No —respondió con una serenidad exasperante—. Aún no.

—¿POR QUÉ NO? ¿ES POR ESE ESTÚPIDO TRATO? —Se mantuvo en silencio—. ¡Estoy harta! —solté—. Es insoportable no poder recordar nada, odio no reconocer- me a mí misma, ni saber dónde aprendí todo lo que sé o cómo lo hice. —Tomé aire, apenas podía hablar por el nudo de mi garganta—. ¿Por qué? —Lo miré suplicante, mis ojos estaban a punto de arder en llamas—. Dime por qué no soy capaz de sentir ni siquiera el palpitar de mi corazón, ni el aire en mis pulmones. —Me di la vuelta intentando sosegar- me, cada vez me costaba más trabajo hablar—. Tengo la piel amoratada y vomito hasta un pequeño vaso de agua. —Me volví y le encaré—. ¿Qué es lo que me ocurre?

Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Where stories live. Discover now