Capítulo 6

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—Despierta de una vez, dormilona.

Fahim tiró de la sábana de Shazia, que se removió con pereza, llevándose la almohada a la cabeza.

—Lárgate.

El mayor la miró con desaprobación, llevándose las manos a las caderas.

—Como quieras, siempre puedo llamar a padre y que venga él a...

—¡Estoy despierta!—Exclamó incorporándose de un salto. Su larga melena se le cayó sobre el rostro, escondiendo sus dormidos ojos tras opacos mechones enredados.

Un poco asustada por la amenaza, obedeció al instante, levantándose, dirigiéndose al armario y escoger una vestimenta para el día de hoy. Tomó de ella una simple camiseta clara y pantalones de lino. Su hermano la observó con un poco de desaprobación, negando sutilmente con la cabeza.

—Deberías de saber morderte la lengua, Shazia.

—Lo sé—musita tristemente, buscando entre sus calzados unas manoletinas.

—Imagina que hubiese sido padre, sabes que no hubiese sido bueno contigo.

—También lo sé—repite malhumorada.

Fahim se sentó en la silla del escritorio, esperando a que su hermana menor se cambiase tras una mampara de madera que ocupaba una esquina del cuarto. Esperó jugando con las tapas del libro que llevaba en mano, un vieja novela de Salinger que tuvo que leerse años atrás.

—Y tu humor. No voy a cansarme de repetírtelo, hermana. Abdul no va a tolerar ese comportamiento, y sufrirás por ello.

—¿Crees que no soy consciente de ello? —Preguntó una voz irritada tras los tallados paneles de madera.

—A veces parece que no.

—Si no quiere una mujer con un poco de cabeza, que se busque a otra. No pienso ser sumisa de nadie.

El chico suspiró pesadamente, llevándose una mano al pelo, preocupado por su hermana y su creciente rebeldía. La quería como a ninguna, disfrutaba de su compañía y compartir con ella los conocimientos que adquiría en los estudios, aunque tuviese que ser a escondidas. Ella era lista, y astuta, pero también cabezota, y a veces, que una mujer tuviese todos estos factores dentro de cualquier familia extremadamente religiosa y conservadora como la suya, podría tener consecuencias, unas muy malas.

—Vas a tener que acostumbrarte, Shazia. Mentalizarte a que te vas a casar con ese hombre y asimilar la situación lo mejor posible.

Una vez vestida se sienta a su lado, calzando sus bailarinas con más facilidad con desánimo.

—¿No hay nada que podamos hacer?

—Hablar con padre es imposible, lo tiene claro.

—¿Para aumentar las estúpidas riquezas? ¿Acaso no tiene suficiente? ¿No le llega tener una casa gigante? ¿Tres mujeres? ¿No es suficiente comer todo lo que quiera y conducir un coche distinto cada día de la semana que tiene que casar a su hijo con un desgraciado? —Estalló, sus mejillas tornando más rosadas sobre su tostada piel olivácea.

—El dinero lo es todo para él.

—A estas alturas creo haberme dado cuenta—agachó la cabeza indignada, con la mirada perdida en la alfombra persa que cubría gran parte del suelo.

Su mente cayó hipnotizada en el frecuente remolino de pensamientos que la invadía. Abdul era un hombre mezquino, tenía unos cincuenta años y tres mujeres a su disposición. Ella sería la cuarta de un hogar en la que no tendría ni voz ni voto. Sería una criada, una esclava sexual de un hombre vanidoso, gordo y muy, pero que muy peludo.

Free me | zayn |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora