Capítulo 34|Cena.

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—¿Sabes que, Ethan? Alex se puede encargar de preparar el hechizo. Emma y yo te cuidaremos la espalda.

—Henry, Leo dictó claramente que fuera solo.

—¿Qué te garantiza que no tenga gente de su lado allá? No dejaremos que nada te pase —se apresuró a decir—. Te estaremos observando desde lejos.

Me quedé pensando.

Si algo salía mal ellos podrían intervenir, o quizá su intervención sea lo que haga que las cosas salgan mal.

Suspiré, tenía que confiar en ellos.

—Es mejor irnos ahora.

F se enteró de todo y apresuró la búsqueda de lo que se necesitaba para el hechizo. Estaba nervioso por dos cosas: porque Leo estaba ahí con ellos y por mis padres.

No los había visto desde hace tiempo. La única razón ahora era Leo, necesitaba saber para que me quería, y porque llegaría tan bajo al grado de involucrarlos a ellos.

Al llegar los chicos se escondieron detrás de otras casas. Caminé a lo que alguna vez de niño llame hogar y toqué el timbre, después abrieron la puerta.

Parada frente a mí estaba una señora de cabello castaño que le llegaba a los hombros, junto con una playera de diseñador, unos pantalones ajustados y zapatillas negras. Estaba igual, con esas joyas que siempre traía, la diferencia es que se había cortado el cabello. Su sonrisa era la misma de cuando yo vivía aquí.

—Hola, madre —dije y ella alzó los brazos para abrazarme.

Le regresé el abrazo y se separó.

—Hace tiempo que no te dabas una vuelta —dijo con los ojos llorosos—. Pasa, tu padre está en la sala.

Entré a la casa cautelosamente, inspeccionando cada rincón del lugar.

Como agente secreto me habían enseñado a observar mi alrededor, cualquier rastro de peligro siempre se detectaría con la mirada. Leo pudo poner alguna bomba o trampa en la casa, inclusive intenté memorizar todos los objetos que se atravesaban en mi camino por si los ocupaba.

De hecho, algo en el suelo captó mi atención.

—¿Por qué tienen un arco? —le pregunté a Iza; mi madre.

—No es de nosotros —se apresuró a decir—. Lo trajo Leo, dijo que era un regalo para... ella.

Keitlyn.

—¿Y para qué un arco?

—Porque... me enteré que mi pequeña hermanita le gusta practicar la arquería. Tú tienes que saberlo ¿no? Vives con ella —Leo apareció en mi campo de visión y todos mis sentidos se pusieron alerta.

—Claro que lo practica —le seguí el juego.

—¿Y por qué se le ha venido a la cabeza practicar algo tan peligroso? —preguntó el padre de Keitlyn: Alan.

—Sus gustos cambiaron Alan. Se le da muy bien, es como hereditario —dijo Leo y gruñí internamente.

—Ya veo —pronunció Alan—. Por cierto, ¿de qué se ha enfermado?

Leo me miró como si toda la situación le diera gracia. ¡Maldito imbécil!

—Tiene temperatura, además no deja de vomitar —mentí.

—Vaya, es como una enfermedad de otra dimensión —apreté los puños ante lo dicho por Leo—. ¿Han encontrado algo que la cure?

Corrección.

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