28. Tenemos que hablar.

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—¡SEAN, HABLO EN SERIO!—chillo mientras le golpeo brutalmente con las palmas mis manos en la espalda.  No diré que por su tremenda fuerza, él no sentía mis golpes porque estaría mintiendo, también tengo mis fuerzas eh, no hay que subestimar a una chica nunca. Se queja, pero no me baja de su hombro.

Captamos muchas miradas curiosas de todos nuestros compañeros en la escuela, ¿acaso nadie ha visto esto antes? ¿En qué clase de mundo aburrido viven?

—¡Alex, quédate quieta!—exclama Sean tratando de sujetar mis manos también, en un claro intento fallido. Aprovecho para bajarme ya que me tiene en su hombro como si fuese una bolsa de patatas. Apenas mis pies tocan el suelo, debo extender mis manos para no perder el equilibrio, estuve demasiado tiempo boca abajo. 

Al instante en el que me recupero,  me echo a correr con todas mis fuerzas sabiendo que es la opción más inteligente.  ¿Pero es que tan malo es esconder un globo de pintura en su casillero, que estalló cuando abrió su respectiva taquilla? ¿Estar cubierto de pintura roja? ¿A quién en su sano juicio se le ocurre abrir su casillero en hora de clase?

Por desgracia, Sean no demora en alcanzarme. Grito justo antes de que me sujete por la cintura y con enojo, me empuje a una de los salones de clase vacíos, llevándonos junto a nosotros las miradas de todos. No piensen mal, por favor. Sean tiene lo suyo pero no, nunca. Ni en un millón de años.

—¿Qué me vas a hacer, Mitchell? —le pregunto cruzándome de brazos y con mi característica mirada desafiante.

—¿Hacerte pagar, quizá?—suelta tras gruñir. Tranquilo, Bulldog—. ¡TENGO LA CARA ROJA!

Me alzo de hombros y  pongo una mueca. Pues que problema tienes entonces, amigo.

—Combina con tu camiseta.

Cierra sus ojos con fuerzas y resopla. Doy unos pasos hacia atrás e inspecciono el salón de historia. No es el de la señora Podds, por lo que todo me resulta nuevo. Le presto atención a las hojas pegadas en las paredes con frases célebres de figuras del mundo y a las coloridas banderas de todos los países que cuelgan del techo.

El salón de clases de la señora Podds es tan sobrio que dos segundos dentro, te quitan todas las ganas de vivir que te quedan.

Vuelvo a Sean. Elevo mis cejas al ver que se ha quitado la camiseta para pasársela por el rostro en un intento de quitarse la pintura. Mientras esta distraído, aprovecho para mirar con detalle los tatuajes de su torso y como sus abdominales se marcan cada vez que se tuerce.

—¿Disfrutando la vista, psicópata? —su voz me desprende de mis pensamientos. Parpadeo y lo miro burlona.

—¿Qué significan tus tatuajes? —le pregunto.

No es que tenga todo el cuerpo tatuado pero el que más me llama la atención es es una especie de ave en su torso izquierdo. Siento que ya le he visto en algún lado, en una fotografía o algo así pero no logro recordar qué es.

—Eso nunca se le pregunta a la gente con tatuajes, Alex —responde y me mira con diversión—. Quizás algún día, cuando no quiera matarte, te cuente.

—¿Entonces por qué los tatuajes? ¿Cuándo empezaste a hacértelos? —inquiero con curiosidad sin despegar mi vista de ellos.

—Me hice el primero cuando tenía quince —me sorprende que me responda, después de todo pensé que iba a esquivar la pregunta.

Eleva su brazo y me muestra una flecha que apunta hacia abajo y ocupa todo su antebrazo.

Estoy por preguntarle el significado pero me callo. No quiere responderme eso.

Una Casa 7 Problemas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora