8. Algunos secretos no pueden ser guardados.

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Britanny se queja del dolor ante mi golpe en su pómulo, pero no duda tres segundos en devolverme el favor con una cachetada en mi mejilla izquierda, ni siquiera me inmuto. Me duele, no lo voy a negar. Solo que no le daré el gusto.

—¿Por qué hiciste eso? —le pregunto dolida.

—Porque todos merecen saber la verdad —responde con desprecio mientras se toca el rostro—. Aparentas ser la buena de la historia. Ahora todos saben que no es así, eres la puta—eso ultimo lo murmura, como si fuese para ella misma.

Me quedo en silencio por unos instantes. ¿Qué tiene esta chica en la cabeza, mierda, aire? ¡Ninguna mujer debería decirle puta a otra! Nadie, si vamos al caso.

—Dejemos las cosas claras —suspiro con cansancio, no termino de despertarme y me doy con todo esto tan temprano—. No te conviene meterme conmigo. Tú no sabes por lo que pase, nadie lo sabe, así que ni tu ni nadie me va a juzgar y menos como lo acabas de hacer.

Le doy una mirada que podría llegar a matar, al ver que no responde nada, simplemente me mira con odio, giro y con todos los ojos puestos en mi, camino hacia la salida, sin mirar atrás.

No estoy en humor para que ninguno de los chicos se me acerque, para que Kath, Penny y Hanna intenten consolarme, para nada. Solo necesito estar sola, siempre lo necesito pero al parecer, este continente tiene algo con no poder dejarme sola. Me gusta estar sola, sin que nadie esté dando vueltas constantemente preguntando que me sucede, aprecio el cuidado, no me malinterpreten pero me gusta más lidiar con las cosas de la manera que siempre supe hacer, de la única manera que tenia; sola.

Agradezco mentalmente que nadie me haya hecho volver.

Salgo de la escuela y perdida ya que no conozco la ciudad, camino por donde sea. Solo quiero alejarme y si es posible, perderme. Paso demasiados edificios y restaurantes hasta que doy algo que me llama la atención mientras doblo por una sinuosa calle.

Un lugar que luce como un bar.

No creo que me dejen entrar al menos que... Meto una mano en mi mochila, buscando entre libros y cuadernos mi billetera, rogando que lo que quiero este ahí. Sonrió cuando veo mi identificación falsa.

Me acerco, no creyendo que este abierto, ¿Qué bar está abierto un miércoles a la mañana? Pero parece que un loco lo dirige, porque efectivamente está abierto. Entro, sintiendo como el olor a encierro, a tabaco y a alcohol. Me doy con que también funciona como cafetería ya que veo a dos señores en mesas separadas tomando un café con el periódico entre sus manos. Observo la barra, está vacía así que me siento en uno de los taburetes del centro y apoyo mis codos en la madera.

Un hombre se encuentra de espaldas, limpiando unas copas. No se ha percatado de mi presencia, ni siquiera cuando entré y la campanita de la puerta aviso mi llegada.

—Eh —lo llamo.

Este sube la cabeza y se da vuelta. Miro al chico, es castaño cabello desordenado, ojos color café. Entrecierra sus ojos al verme y me pregunta qué quiero. Cuando le respondo, me pide ver una identificación.

—Tienes veinte —se ríe él—. Puedo darte una soda.

Parpadeo confundida esperando a que se ría y me diga que es broma pero no lo hace. Entonces lo recuerdo, en Estados Unidos no puedes beber hasta ser mayor de veintiuno.

—Una soda, entonces —respondo sin más y él me entrega un vaso cargado de Coca Cola con un sorbete color rosa, sospecho que lo hace apropósito.

Mi teléfono suena. Es Drake. Rechazo la llamada y estoy a punto de ponerlo en modo avión cuando recibo un mensaje de Sean.

Una Casa 7 Problemas (COMPLETA)Where stories live. Discover now