40. Advertencia - Cassie

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Cassie – Philadelphia

Taller de Bob – 00:10 am


Espero sentada en la acera, a la luz de la única farola que ilumina la entrada del destartalado garaje, abrazándome las rodillas, tratando de combatir el frío. Necesitaría un abrigo. El invierno está cada vez más cerca y, aunque la vieja sudadera que llevo es abrigada, no me protege del frío de la madrugada. Desearía estar en la cama. Me da igual cual, ya no tengo mi propia cama, pero desearía estar en algún lugar calentito, cerca de Byron. El coche sigue abierto, pero no quiero entrar en él. Me siento sola, y sé que si entro en el coche me sentiré más sola aún. Estoy preocupada.

Byron me prometió que volvería, y no puedo evitar aferrarme a su promesa como a un clavo ardiendo. Es lo único que tengo. Soy consciente de que me fui con él en contra de su voluntad, pero lo necesitaba. Necesitaba a alguien que me creyera, que creyera en mis palabras y en mi don. Lo necesitaba de tal forma que me hizo abandonar el lugar donde hasta entonces había vivido. Pero no era un hogar. Mi hogar... es Byron.

— ¿Y tú quién eres?

La voz a mi espalda me sobresalta y me pongo en pie de un brinco. Me doy la vuelta y me encuentro con un hombre en vaqueros, camiseta y chaleco de cazador, con una gorra roja desgastada, que se enciende un cigarrillo. Es mayor porque tiene el pelo lleno de canas y la cara con bastantes arrugas. Le miro, algo desconfiada.

— Niña, te he hecho una pregunta.

— Cassie – respondo con voz firme.

El hombre da una calada y deja escapar el humo por la boca.

— Ah, eres esa mocosa que se ha pegado a Byron como una lapa... — comenta, señalándome vagamente con la mano.

Entrecierro los ojos, pero parece ser que mi mirada fulminante no tiene efecto en él, porque sigue fumando tan tranquilo.

— ¿Y tú quién eres? – pregunto.

— Soy un amigo de Byron.

Le miro de arriba abajo. Al menos, con él, no siento la sensación de peligro.

— ¿Y tienes nombre? – vuelvo a preguntar.

El hombre vuelve a fumar y luego responde simplemente:

— Bob.

Le miro una última vez. No creo que tengamos necesidad de hablar. En cuanto Byron vuelva, nos iremos, y probablemente no vuelva a ver a este hombre en mucho tiempo. Me aparto un poco de la acera y me apoyo en la pared de ladrillo del garaje, me cruzo de brazos y espero. Empiezan a caer unas pequeñas gotas de agua, apenas una lluvia fina de finales de otoño, que acompaña a nuestro silencio. No me gustan los silencios. Una parte de mí se muere de ganas de hablar. Y mi curiosidad se dispara en el momento en el que me encuentro interrogándole, como acostumbro a hacer con la mayoría de la gente.

— ¿Conoces a Byron desde hace mucho?

— Hace algunos años.

— ¿Tú también eres...? — Me callo un segundo, por si acaso. — Ya sabes...

Bob levanta las cejas.

— ¿Cazador? – inquiere.

Asiento. Bob suelta una carcajada amarga.

— Mis días de caza terminaron hace tiempo.

— ¿Por qué?

Bob me contempla un instante en silencio. Luego, se coloca el cigarro en la boca, se agacha y con ambas manos se remanga la pernera del pantalón, revelando una pierna ortopédica desde la altura de la rodilla. Ahogo una exclamación de sorpresa, se me descruzan los brazos y mis ojos se abren más de lo que hubiera querido. Parece ser que es la reacción que él esperaba, porque sonríe, vuelve a taparse su pierna falsa y sigue fumando como si nada. Le miro, todavía asombrada. ¿Eso se lo hizo... cazando?

— ¿Cómo te has hecho eso? – pregunto en un hilo de voz.

— No recomendado para menores de trece años – responde.

— Tengo doce – rebato.

— Qué pena... — ironiza él.

Pongo los brazos en jarras.

— Oye, mira, mi trabajo es proteger a Byron de este tipo de cosas, así que quiero estar preparada para lo que sea.

Bob suelta una risa amarga que no me gusta nada.

— ¿Protegerlo? – Asiento. — ¿Tú? – Vuelvo a asentir, y Bob sonríe, divertido.

— Puedo hacerlo – le aseguro.

— Para protegerlo, ¿no deberías estar en la iglesia con él ahora mismo? – inquiere Bob.

Tiene razón, pero me tomo un instante antes de responder.

— Él no quería que fuera... — murmuro.

— Pues claro que no. Ese no es lugar para una niña. Y, sinceramente, no entiendo cómo es que Byron deja que sigas a su lado. De todos los cazadores que conozco, él es el último al que imaginaría cuidando de una cría.

Eso me suscita curiosidad.

— ¿Por qué? – pregunto.

Bob me mira.

— ¿Qué sabes de Byron? – pregunta muy despacio.

— Sé que es cazador desde hace mucho tiempo. Y que es un buen cazador – añado.

Bob me contempla, a la espera, pero no digo más.

— ¿Y ya está? – pregunta, incrédulo.

— Y que tiene un perro – vuelvo a añadir. – Y que es un buen perro.

Por toda respuesta, Bob suspira y niega con la cabeza.

— Mira niña, no te conozco, pero pareces alguien inocente, así que te voy a dar un consejo: – Le miro, a la espera. — Aléjate de Byron.

Arrugo la frente, siento una fuerte presión en el pecho, y no sé por qué, noto cómo si las lágrimas quisieran escaparse de mis ojos.

— ¿Por qué?

— Porque Byron solo tiene una cosa en la cabeza, y no parará hasta conseguirla, y en el momento en el que te conviertas en un estorbo para él, en el momento en el que retrases aquello que más desea conseguir, te dejará tirada.

— ¡Eso es mentira! — exclamo, negado fervientemente con la cabeza.

— Ese cazador al que tanto quieres dejó en la estacada a los que lo cuidaron y entrenaron, a los que consideraba su familia. ¿Crees que no hará lo mismo contigo?

Hago un poderoso esfuerzo por contener las lágrimas y aprieto los puños a mis costados.

— ¡Pues haré lo que sea para que no lo haga!

— No te pierdas tú tampoco en su cacería, niña. – Bob da una calada, y le miro sin entender. — Byron solo busca una cosa, y no es algo bueno. Y no parará hasta conseguirlo.

— ¿Y qué es? ¿Qué es eso que Byron tanto quiere? – pregunto, desesperada.

Bob se termina su cigarrillo, lo tira al suelo y lo pisa. Después, me contempla desde debajo de su gorra.

— Venganza – responde.

HUNTERS ~ vol.1 | COMPLETATahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon