No me importaron los guardianes de ahí fuera, ni el Ente. Solo sabía que debía alejarme. Estaba furiosa y dolida. Era cierto lo que Christian decía sobre protegerme. Él no quería hacerme daño, Liam le había metido esa absurda idea en la cabeza, lo había puesto entre la espada y la pared y yo... yo había creído sin más ese cambio. ¡Christian me quería! ¡Me quería de verdad! Pero yo había seguido dudando de él y ahora lo había estropeado todo. Intenté enfadarme con Liam, pero no pude. Quería odiarle por haber pertenecido al Ente, por haber convencido a Christian y por todo lo que todos me habían ocultado. ¡Era injusto! ¡Era injusto y cruel ocultarme todas esas cosas! Habían conseguido que yo hiciera daño a la persona que más se había sacrificado por mí.
Pedaleé a través de la noche hasta su antigua casa aunque, en realidad, no sabía por qué. No esperaba encontrarle allí ni nada parecido. Tal vez necesitase ver esa pequeña parte de Christian que aún quedaba en La Ciudad.
La encontré tan vacía y falsa como la recordaba. Apoyé el manillar en el suelo y me acerqué a ese frío edificio. La luz del atardecer le daba un aspecto más cálido, algo que no creí posible. Debía reconocer que ese lugar hacía que me temblaran las rodillas, pero imaginaba la razón: torturas, luchas, muertes,... Ni siquiera sabía qué hacía yo allí. Christian se había llevado una importante parte de mí misma y quería recuperarla, aunque estaba claro que allí no la encontraría.
—Sabía que estabas en la ciudad pero no esperaba una visita formal —dijo una voz socarrona frente a mí, oculta entre las sombras.
—¿Cómo me has encontrado? —pregunté con cautela. La última vez que había visto a Hernan Dubois había terminado cayendo por un acantilado, así que dudaba que estuviese de muy buen humor.
—Has sido tú quien ha acudido a la guarida de un gran predador. No es un destello de brillantez, si me lo permites, pero, en cualquier caso, me temo que eres demasiado predecible. —Rio y salió a la luz de la noche—. Solo hay un lugar al que Lena De Cote querría ir.
—¿Christian también está aquí? —No sabía si deseaba o no encontrarlo.
—Le clavaste un puñal en el corazón. —Me recordó—. ¿Esperabas que regresase corriendo a buscarte? —Por mucho que me odiara por reconocerlo, tenía razón—. Él sabía lo que encontrarías aquí. —Entendí de inmediato que se refería a Liam—. ¿Para qué iba a regresar? ¿Para que terminaras lo que empezaste? —Rio.
—¿Y tú?
—Tengo un mensaje para ti.
De pronto, un sonido entre los árboles me sobresaltó.
—¿Qué es eso?
—Te están rodeando. —Se acercó un paso a mí, riendo, y me habló al oído—. Están aquí, Lena, y tienen hambre y sed de venganza.
—¿La Orden? ¿El Ente? ¡Dime quién!
—Ahora mismo te están observando.
—¿Dónde? —di vueltas a mi alrededor, asustada.
—En todas partes: entre los árboles, en las esquinas,... no creo que tengas tiempo de llegar a la casa. —Me agarró del brazo y me acercó hacia él—Búscale esta noche, Lena, si no quieres que muera.
—¿De quién hablas? ¿Christian? ¿Qué quieres que haga?
—Corre. —Rio de forma cruel—. Nos encanta que corráis.
Me empujó hacia delante justo en el momento en que los arbustos más cercanos comenzaban a moverse. Del golpe caí al suelo, pero pude ver perfectamente un par de ojos azules eléctricos entre las sombras. Medio segundo más tarde, cogí la bici y eché a correr. De fondo, escuché las risas de Hernan, alzándose sobre el silencio.
La tarde era fría, podía notarlo en el ambiente. Los restos de alguna lluvia habían dejado grandes charcos en la acera que ahora comenzaban a helarse con el frío de la inminente noche. Corrí cuesta arriba y cuesta abajo, por calles desiertas y habitadas, pero siempre con la misma sensación de que varios ojos me miraban. No me detuve ni una sola vez. De hecho, no sabía ni a dónde iba hasta que me encontré en el club de hípica al que había asistido en una ocasión con todos los De Cote.
Me detuve, dudando. No podía pedalear sin ningún rumbo, necesitaba esconderme en alguna parte hasta que amaneciera. Recordaba a Renoir, el recepcionista de aquel lugar, que había resultado ser un guardián de la Orden. Sin embargo, ahora aquel sitio parecía completamente abandonado, como casi todos los demás negocios de La Ciudad.
Saqué a Flavio de la mochila para averiguar si él sentía algún tipo de vibración extraña, pero el pequeño gato parecía tranquilo. Los animales seguían allí y, para mi sorpresa, en bastante buen estado, aunque más delgados, pero no había ninguna señal de humanos. Dejé a Flavio en el suelo, llené los bebederos y comederos de los cinco ejemplares que aún quedaban allí y me quedé absorta viéndolos comer. Cogí un pequeño utensilio, dispuesta a cepillarlos, cuando alguien apareció por la puerta, sobresaltándome.
—Entiendo vuestro disgusto, pero no podéis huir así.
—¿Cómo me has encontrado? —Le amenacé con ese ridículo peine para caballos.
—Os he seguido. —Se descolgó del hombro un carcaj y un arco y lo posó contra la pared. Su aspecto parecía haber empeorado un poco.
—Si no vas a entregarme a ellos, ¿por qué has venido?
—Porque sois parte de mi familia. Lamento que hayáis venido aquí, huyendo de él, pero lo creáis o no, es lo mejor. He sido testigo de todos los pasos que él perpetuó para romper vuestro corazón. He aguardado en silencio, me he mantenido en la sombra por el único placer de veros sonreír, pero no puedo seguir apartado, Lena. No, cuando os estoy viendo sufrir.
—Eso no es asunto tuyo, Liam —musité.
—La eternidad es como un oscuro e interminable túnel. —Posó con cuidado una mano sobre mi mejilla—. Largo, vacío,... Sentís miedo, corréis, os sentís encerrado y vulnerable. Vos sois la luz en ese túnel. Dais luz a la oscuridad, pero debéis entender lo que os he contado. Deseo vuestra felicidad.
—No tengo el corazón que todos pensáis.
—No llegasteis a matarle —me recordó.
—Él tampoco a mí —alegué—. ¡Lloró sangre, Liam! Su alma se partió y aun así he sido incapaz de darme cuenta de que de verdad me quiere. He tenido que esperar a que tú me dijeras eso para creerle...
Me detuve de golpe, incapaz de continuar. Los caballos habían enmudecido, Flavio estaba rígido y Liam ya no me prestaba atención.
—Están aquí —dijo él frunciendo el ceño.
Ambos nos acercamos veloces a la puerta. Liam la abrió unos milímetros y yo miré a través de la rendija. Ahí, de entre los árboles, estaban surgiendo numerosos guardianes provistos de azadas, palos y rastrillos.
—¿Qué ocurre ahora?
—Son guardianes. Llevan meses sin alimentarse.
¿Guardasteis lo que os entregué antes? —Me dirigí hacia mi mochila y saqué de ella la daga plateada—. No matéis a nadie, pase lo que pase, y tampoco permitáis que os atrapen. Si lo hacen. —Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó una cápsula de sangre de guardián, que me puso en la mano—, claváosla en vuestro corazón.
—¿Qué clase de consejo es ese? —Lo miré aterrada—. ¿Quieres que me mate?
—Vamos —susurró, cogiéndome de la mano y tirando de mí hacia las escaleras—. Debéis salir de aquí.
—Pero...
Me guió deprisa hacia uno de los caballos y empezó a ensillarlo. El Cordobés; aún recordaba el nombre de aquel animal.
—Alejaos todo cuanto podáis y escondeos.
—¿Y tú?
Apretó las correas y me ayudó a montar.
—Yo intentaré entretenerlos. —Me entregó a Flavio—. Lleváoslo a él también.
—No voy a dejarte —exclamé negando con la cabeza.
—No tenéis elección. —Arrancó con un solo movimiento las tablas de madera que bloqueaban esa puerta y se volvió hacia mí—. No puedo garantizar vuestra seguridad con ellos aquí.
—Ya me han visto —le recordé. Tres figuras encapuchadas bajo capas de terciopelo verde envejecido se habían abierto paso entre los recién llegados y se acercaban hacia nosotros—. Saben que estoy aquí. Es tan peligroso irme como quedarme, y yo prefiero estar contigo.
Él montó a pelo en otro magnífico ejemplar.
—Seguidme hasta el bosque. Allí nos separaremos.
Lo miré fijamente, dispuesta a negarme una vez más pero, en ese momento, oímos un gran estruendo y el establo entero se vino abajo.