—Es divertido, Lena. Dime que lo sientes. No puedo creer que no lo estés disfrutando. —Paró de reir y se acercó al humano. Me dirigió una mirada profunda, juntó sus labios a él y, con una sonrisa, le susurró algo al oído.
En ese momento, él sacó un stick de detrás de su espalda y me amenazó con él.
—¿Qué haces con eso? —pregunté, retrocediendo y alzando las manos en señal de paz—. Cálmate.
Alzó el palo hacia mí y lo bajó con fuerza para golpearme, pero en un acto reflejo, lo detuve con una sola mano. Nos mantuvimos el contacto visual fijamente, el sudor corría por su frente a causa de la fuerza que estaba ejerciendo contra mí.
—¿Qué clase de monstruo eres? —me preguntó con los ojos muy abiertos, confundido, y con la cabeza temblando de rabia.
Retiró la vara e intentó golpearme una y otra vez hasta que se hartó y se tiró contra mí. Ambos caímos al suelo, forcejeando. No quería utilizar mi fuerza, no quería hacerle daño, pero sus ojos estaban idos, enloquecidos y solo intentaba llegar a mi cuello. Empecé a sentir pánico. Sabía que no podía hacerme nada, que no podía dañarme, pero ese pánico se trasformó de pronto en unas perturbadoras ganas de hacerle pagar por ello. Ese pensamiento me sorprendió y asustó tanto, que por un instante, me quedé inmóvil. Él me sujetó del cuello y contemplé cómo apretaba sus dientes con fuerza mientras las gotas de sudor caían de su frente en mi cara.
—¿Qué crees que estás haciendo? —rugió de pronto la voz de Christian detrás de él. Por un momento, vi pasar veloz por su cara un destello de incomprensión y pánico.
—Búscate tus propios asuntos —le desafió él.
«No hagas eso», pensé. Entonces, Christian lo cogió de la sudadera y lo hizo volar hasta caer a varios metros de distancia.
—¡No! —exclamé, mientras Christian se dirigía hacia él. Víctor se puso en pie, aturdido. Se limpió con la manga
una herida en la frente y fulminó a Christian con la mirada.
—¡Estás loco! —le gritó—. ¡Todos vosotros!
—Aún no has visto nada. —Elora rio de forma alegre.
—¿Qué significa esto? —rugió Christian lanzando una gélida mirada a la mujer.
—No es cosa mía. —Sonrió de forma mordaz—. Tu cazadora se pasó de la raya con ese humano.
Christian me miró con una extraña expresión, pero no fue el único. El chico clavó sus ojos en mí, señalándome como culpable. Christian se giró hacia él y lo señaló con un dedo.
—No la mires, no la toques, ni se te ocurra acercarte a ella si aprecias mínimamente esta vida.
—¿Vas a dejarlo ir? —Elora parecía confundida. Christian se acercó a mi y me rodeó con un brazo.
—Hazlo tú. Voy a llevarme a Lena de este lugar.
—Les diré a todos cómo sois. ¡Llamaré a la policía! Juro que te acordarás de mí, De Cote —dicho esto, escupió en mi dirección.
—Eso ha sido un error —murmuró con voz lenta, volviéndose hacia él, amenazador.
—Lo contaré. —A pesar de la valentía de sus palabras, el humano retrocedía—, lo contaré todo. Lo pagaréis caro.
Miré asustada a Christian. No sabía lo que había visto pero desde luego no era algo para tomarse a la ligera. Él me soltó y me echó ligeramente hacia atrás, apartándome de la escena. Acto seguido, avanzó hacia Víctor y lo agarró del cuello.
En ese momento, mi temor se acrecentó hasta transformarse en auténtico pavor. Christian estaba descontrolado.
—¡NO! ¡Suéltale! —le grité.
—¡Lena, apártate!
—¡Suéltame, animal! —aullaba Victor.
Hice lo único que se me ocurrió: aferrarme a su espalda y tirar de él hacia atrás.
—¡Por favor, deja que se marche! —pedí.
—¡Elora! —Christian estaba fuera de sí.
Entonces, sentí que unos fuertes brazos me apartaban de él con una facilidad asombrosa.
—Disfruta de la escena —me susurró ella al oído, mientras sujetaba mi cuerpo para evitar que corriera de nuevo hacia él—. Es lo mejor que puedes hacer ahora, créeme.
Me soltó pero por alguna razón me quedé anclada en ese mismo lugar, sin poder reaccionar, demasiado impresionada como para poder hacer nada. Contemplé perpleja cómo ella se reunía con Christian y ambos desaparecían detrás de unos enormes matorrales.
Los gritos del chico se mezclaron con los míos hasta que un horrible sonido cortó ambos. Sentí que mis ojos se saldrían de sus órbitas, mi cuerpo sufrió una sacudida de espanto y tras ese breve segundo de silencio grité desgarradoramente. Quise llorar. Lo deseé con vehemencia. Mis músculos fallaron y me sentí desfallecer. Entonces, mi grito cesó y el silencio se adueñó de todo, uno monstruoso y agudo, mucho más que horrible; era algo pesado, que lo envolvió todo, penetrando hasta mi corazón, mezclado con un terrible vacío. Durante un instante, no reaccioné, no pude hacer nada más que escuchar la nada. Era como si algo invisible me hubiera atravesado, cortando mi respiración. Me agazapé en el suelo y cubrí con fiereza mis oídos. No sé cuánto tiempo pasó, si fue poco o mucho, pero sentí un ardor en mis manos y la sensación de aislamiento disminuía seguido de un escozor en mi piel.
—¿Estás bien? —Christian intentaba que le mirara, pero yo no me atrevía a levantar la cabeza hacia él. Todo mi cuerpo temblaba de forma descontrolada—. Vamos, te llevaré a casa.
—No me toques. —Balbuceé con algo parecido a un escalofrío—. Aléjate de mí.
—Lena —sonó diferente, como acongojado—, no voy a hacerte daño.
—Vete, por favor —supliqué con voz ahogada, negando con la cabeza.
—Debemos irnos ya —señaló Elora, desde algún lugar detrás de él.
—No voy a dejarte aquí —me susurró aprisa, más para sí que para mí. Tiró con fuerza de mis brazos hacia arriba hasta que me puso en pie. Tomó con delicadeza mi cabeza entre sus manos y me obligó a enfrentarle. Entonces, me vi reflejada en sus ojos, encogida, aterrada, como si estuviera a punto de subir al paredón. Durante un instante ese mismo temor recorrió los suyos—. Tengo que sacarte de aquí.
—¿Dónde... dónde está? —tartamudeé. Él no contestó, mi respiración se desbocó por completo—. ¿Qué le habéis hecho?
De nuevo no contestó nada. Alzó una mano hasta mi mejilla y entonces me quedé petrificada. Había sangre en su ropa. Me aparté de él con un movimiento brusco, y retrocedí todo lo que pude. Mis piernas temblaban tanto que amenazaban con tirarme al suelo.
—Lena... por favor. Tengo que sacarte de aquí.
—No —dije, alzando una mano—. Apártate. No quiero que te acerques.
Christian se detuvo y me miró de forma extraña.
—¡Lena! —escuché desde algún lugar del parque. Christian se tensó. Elora se acercó a él, inquieta.
—Déjame sacarte de aquí —insistió él.
—No, marchaos los dos.
—Lena, por favor...
—Ya la has oído, vámonos ya —apremió ella—. No pueden vernos así.
Él me miró con un deje de súplica en sus ojos, pero yo aparté la mirada.
—¡Vámonos ya!
Noté cómo Elora le aferraba y un poco después les escuché desaparecer entre los árboles.
—¿Qué ha ocurrido? —Era Jerome, por fin—. ¿Qué haces aquí?
—Tenías... tenías razón —balbuceé.
—¿En qué tenía razón? —urgió él.
—Él... Christian... ha... ha matado a Víctor. No sé qué le ocurría. Víctor llegó gritando, acusándome de haberle hecho daño... pero él... Christian...
—¿Dónde está Víctor?
—Detrás de esos arbustos —señalé con la cabeza.
Él salió despedido hacia allí. Pasaron un par de minutos hasta que regresó de nuevo a mi lado.
—Le han arrancado el corazón —susurró deprisa. Me cubrí la cara con las manos, recordando ese horrible sonido—. Escucha, no tengo mucho tiempo antes de que el cielo se cierre por completo. Puede que no tengamos otra ocasión como esta. Necesito tu ayuda.
—¿Ocasión para qué?
Él avanzó hacia mí y me abrazó. Pero no fue un abra- zo normal. Antes de que pudiera darme cuenta, desempuñó una daga y la colocó en mi cinturón.
—Si lo amas, Lena, sálvale. Sálvalo de sí mismo. — Alcé la mirada hacia sus ojos, confundida—. Entrégamelo, déjame acabar con él.
—¿Matarle? —Lo contemplé horrorizada—. ¡No!
¡Claro que no! —Me aparté de él—. ¿Qué os pasa? ¡Todos sois como animales!
—No se trata de nosotros, Lena, se trata de los huma- nos —insistió—. No hay buenos ni malos aquí. Esto no es el paraíso. Todos estamos aquí por una razón. La cuestión es cuánto de nosotros mismos somos aún capaces de salvar. Aún puedes hacer algo por él.
—No, no puedo hacerlo —sollocé desesperada.
—Hazlo o lo haré yo.
—Te mataría.
—No esta noche.
—No... ¡Déjame! No quiero hablar.
—¡Mientras tú huyes, la gente continúa muriendo por su culpa! ¡Y por la tuya también!
Lo miré fuera de mí.
—¡YA SÉ QUE SOY COMO ÉL! ¡Exactamente igual, Jerome! ¿Contento? Ahora déjame tranquila. —Le eché una última mirada dolida y salí corriendo.
_____________
¡Hola! Para quienes aún no lo sabéis, ya está disponible mi nuevo libro "Somos polvo de estrellas" en vuestras librerías habituales y a través de plataformas digitales. Hay una muestra en mi perfil ¡Espero que lo disfrutéis mucho!
Sígueme en instagram: anissabdamom