Salí del bosque y me encontré cara a cara con Elora.
—No me caes bien, pero he de reconocer que eso ha sido divertido —dijo con voz burlona.
—¿Qué haces tú aquí? —No sabía si enfadarme o asustarme.
—Disfrutar, supongo. He descubierto que provocar dolor físico no es lo único gratificante. Las desgracias ajenas me ponen de buen humor.
—No hay nada aquí de tu interés —me defendí. Ella se echó a reir.
—Cuanto antes lo asimiles, antes podrás hacer algo al respecto.
—Asimilar el qué.
Tomó aire con paciencia.
—Que no eres suficiente para un gran predador y menos para uno como él.
—¿Y tú si? —Me crucé de brazos.
—Vivo con él, torturo con él, me divierto con él. Christian no me interesa pero él sabe que eres débil, que no le durarías más de un par de décadas, como mucho.
—Sé que no es cierto. Él te interesa, me dijo que tú deseabas tener el poder de posesión sobre él.
—No lo necesito, nunca me ha negado nada, pero reconozco que debe de ser fascinante tener ese poder sobre él. Haríamos grandes cosas juntos.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Porque eres una amenaza para todos nuestros planes. —Dio un paso hacia mí.
—Eso no tiene sentido.
—No esperaba que lo entendieras. La inteligencia no es una de las grandes habilidades de los de tu especie. — Sonrió—. Pero, por fortuna, yo no soy necia. Le conozco, al igual que a Hernan, y los dos han mostrado un interés exagerado en ti y en tu patética existencia. He contemplado tus recuerdos, los suyos y las visiones de Valetine, y no me ha gustado lo que he visto. Creo que el tiempo que has pasado con Hernan ha sido una absoluta estupidez. Pero no puedo juzgarle, nunca dejes a un hombre hacer el trabajo de una mujer. —Apoyó las manos en sus caderas— no saben controlarse.
—¿Y qué es lo que quieres hacer tú?
—Voy a hacerte un regalo, uno muy generoso, pero aún debo prepararlo. Te encontraré llegado el momento.
Me dirigió una última sonrisa y desapareció entre los árboles. Intenté no pensar en lo extraño de toda aquella conversación y me dirigí de regreso a la casa. No volví a ver ni a Christian ni a Elora en mi camino. De hecho, no había nadie. Cuando entré, me sorprendió comprobar que ni Gareth ni Gaelle estaban en la casa. Ni siquiera escuchaba a Lisange. Si Reidar estaba cerca, no lo parecía, pero me alegraba.
Subí a la habitación, cansada y con un millón de pensamientos revoloteando en mi cabeza. Pensé en tirarme en la cama y esperar a que llegara el nuevo día pero, justo antes de llegar, escuché unos sonidos procedentes del interior. La puerta estaba entreabierta. La empujé y, entonces, apareció ante mí completamente destrozada. Era como si se hubiera formado allí dentro una tormenta. No había nada, absolutamente nada en su lugar. El armario estaba abierto de par en par, la ropa tirada y rota aparecía incluso colgada de los muebles, los papeles alfombraban gran parte del suelo de madera y la cama estaba revuelta. O alguien buscaba algo allí, o lo habían hecho en un ataque de rabia. No tardé ni dos segundos en formular su nombre en mis pensamientos. Valentine... Me giré a mi alrededor y, como si la hubiera llamado, la encontré. Sola, oculta en la oscuridad de una de las esquinas, respiraba como un toro enfurecido y temblaba. Sin decir palabra, gritó y lanzó algo contra mí. Conseguí esquivarlo y dio contra el marco de la puerta, haciéndose añicos. Christian apareció de la nada.
—¡Has vuelto con ella! —gritó la niña con voz acongojada, esta vez dirigiéndose a él—. ¡Me prometiste que nunca sucedería!
—Las cosas han cambiado.
Avanzó hacia él y lo golpeó con fuerza por encima de su cabeza, justo a la altura del abdomen de Christian.
—¡TRAIDOR! ¡DIJISTE QUE ME PROTEGE- RÍAS! ¡DIJISTE QUE SIEMPRE ESTARÍAS CONMIGO!
—Valentine, relájate.
—¡OS ODIO! ¡A AMBOS!
—Tranquilízate.
—¡ACABA CON ELLA!
—Estate quieta o tendré que encerrarte en tu habitación.
—¡MÁTALA! —repitió.
—¡NO!
Ella forcejeó, se soltó y, antes de lo que hubiera podido imaginar, se lanzó contra mí. Ambas caímos hacia atrás contra el suelo. Intenté sujetarle los brazos pero solo podía ver sus membranas extremadamente abiertas y sus dientes apretados. Christian la apartó de mí haciendo gala de su agilidad sobrenatural y de su rapidez habitual, pero ella consiguió arañarme con la daga a un lado del cuello. Él sujetó a Valentine y la soltó junto a la ventana.
—¡Vuelve a tocarle un solo cabello y me aseguraré de que tu cabeza ruede por toda la colina! —la amenazó.
—¡Lo pagarás caro, créeme! ¡No hago promesas en vano!
Sin decir nada más, lanzó la daga contra el suelo, tanteó el marco de la ventana con una mano y saltó a la calle. Christian se apresuró a asomarse al exterior. Los acelerados pasos de la niña contra la fría noche llegaron hasta mis oídos. Christian se volvió hacia mí, pero yo no dije nada, me deshice de mis zapatillas, mi chaqueta y me fui al baño. Encendí unas cuantas velas en torno a la bañera, me metí dentro, con ropa incluida y abrí el grifo. Estaba muy cansada, a todos los niveles. Me aovillé y apoyé mi cabeza contra las rodillas mientras sentía cómo el agua fría empezaba a reconfortarme un poco.
—¿Estás bien? —su tono era preocupado.
—Sí —respondí mientras se acercaba —. No ha sido nada.
Sin preguntar, se metió también en la bañera.
—Déjame ver lo qué te ha hecho. —Me obligó a obedecer y eché mi pelo hacia un lado.
—¿A dónde crees que ha ido? —pregunté mientras él analizaba con mucho cuidado el corte. Dolía, aunque no era exagerado.
—Solo ella lo sabe —respondió con voz tranquila, mientras mojaba la herida.
—¿Estará bien?
—Tienen mucho más que temer los que están ahí fuera.
—No era eso lo que pensabas cuando llegamos aquí.
—Las cosas han cambiado desde entonces.
—¿Y si acude a la Orden?
—No, no hará nada que pueda dañarme. —Con un crujido, partió un trozo de su camisa.
—Te ha amenazado —le recordé, echando un poco la cabeza hacia atrás para mirarlo—. Y le has dicho que harías rodar su cabeza...
—A ti intenté matarte y aun así continuaste queriéndome —recordó con voz uniforme—. Al parecer, no resulta sencillo alejarme de las vidas de ciertas criaturas.
—Yo he desarrollado un talento antinatural para volverme inmune a tus amenazas de muerte, pero no creo que Valentine sea tan estúpida.
—No me gusta que hables así de ti.
—Todos sabemos que lo soy —alegué.
—No es estupidez. La gente normal huele el peligro, alguien debió cometer algún error al crearte.
—¿Lo dices en serio?
—¿Cómo explicas si no el irremediable amor al peligro?
—Podría culpar a cierto gran predador que decidió acecharme en una biblioteca, en lugar de dedicarse a torturar hombrecillos en callejones oscuros.
—¿Qué hacía una cazadora recién nacida encerrada en una biblioteca?
—Si vivieras con Lisange, lo entenderías. —Él rio de forma un tanto amarga—. Además, yo solo intentaba recordar —me defendí.
—¿Qué querías recordar? ¿Física cuántica? —Rio.
—¿Qué hacías tú, entonces?
—Evaluar una nueva presa, supongo. Elora te vio antes que yo y me convenció para que fuera a echar un vistazo a la nueva adquisición de los De Cote.
—Me encanta cuando me tratas como a un trozo de carne antes de cocinar. —Sonreí sarcásticamente, arrugando la nariz en un gesto incómodo.
—Apenas hay sangre de guardián —dijo contra mi oído, soplando los pequeños cabellos de mi nuca. Mi cuerpo se estremeció.
—Eso explica por qué casi no me duele —razoné con voz débil.
—Aun así, hay que sacarla antes de que la herida se cierre. ¿Prefieres que lo haga Gareth?
—No, no. —Negué con la cabeza. La sola idea de que él succionara una herida de mi cuello me incomodaba—. Hazlo tú.
—De acuerdo.
Acercó sus labios a mi cuello. Tomé aire y cerré con fuerza los ojos, pensando en el dolor que me produciría el ardor de Christian sobre mi piel abierta, pero no fue así. Él volvió a mojar mi cuello, creando una barrera entre su piel y la mía y utilizó un pañuelo para eliminar esa sangre. Era incómodo, sí, porque no dejaba de ser una succión, pero con- forme la sangre de guardián iba desapareciendo, la zona se fue destensando y mi cuerpo comenzó a relajarse.
Cuando terminó, besó la herida y rodeó mi cintura con sus brazos. Sentí su respiración en mi nuca y el calor de su cuerpo envolviendo al mío.
—Me tienes miedo, ¿verdad? —El episodio con Valentine no había borrado el recuerdo de lo ocurrido en el bosque.
—¿Yo, a ti?
—Sí. Temes que me abalance sobre ti y que termine ocurriendo —afirmé.
Pensé que soltaría un «¿ocurriendo qué?», para fingir que no sabía de lo que hablaba, pero me equivoqué.
—Intento protegerte.
—¿De un gran predador en celo? —solté con sarcasmo.
—O de una cazadora hormonada.
—Puedes reírte, pero me gustaría saber si es algo que contemplas en algún futuro o si...
—Te regalé una excelente demostración esta tarde — dijo con voz tranquila—. Pero uno de los dos debe mantener la cabeza fría, por el momento, y creo que está bastante claro que no podemos fiarnos de ti en ese aspecto. Los cazadores sois débiles en todos los sentidos. —Rio de nuevo.
—El día que dejes de intentar alardear de tu ego depredador te construiré un monumento.
—Tú eres mi monumento, Lena.
Arqueé una ceja. Él rio de forma leve pero con ojos alegres.
—Deberías dejar que la naturaleza siguiera su curso y que tú y yo...
—¿Disfrutas provocándome?
—Casi tanto como tú.
—No recuerdo haberte enseñado eso.
—No necesito que lo hagas.
—Sigues creyendo que esto es un juego... —musitó, apoyando sus manos en mis brazos.
—No..., pero necesito bromear sobre ello de vez en cuando o terminaré como tú. ¿Qué pasaría si consiguiera destruir tus defensas? —aventuré, acariciando sus brazos con la punta de mis dedos.
Él sonrió y apretó sus labios contra mi hombro.
—Podría besarte aquí... —susurró. Subió sus manos por mi espalda y besó mi cuello—, o aquí... —Acarició mi oreja con sus labios—. La eternidad no es lo bastante larga para todas las cosas que haría contigo. —Me dejé embriagar por su aroma, dejé que su suave y dulce aliento penetrara en mi cuerpo—. Pero no lo haré —soltó al fin—. Debes descansar.
—Eso ha sido cruel —protesté, parpadeando confundida.
—Soy un maestro en la materia.
—¿Por qué? ¿Por qué tuve que fijarme en tí?
—Porque el destino es caprichoso. —Tomó aire junto a mi oido y me estrechó entre sus brazos, alzándome del agua y saliendo fuera de la bañera— y disfruta jugando con nuestra desesperación.
—Quiero vivir esa experiencia contigo —reconocí sin mirarle.
—Ahora debes descansar. Valentine no regresará esta noche.
—Debería arreglar este desastre —me quejé justo antes de que me depositara con cuidado sobre la colcha de la cama.
—Yo lo haré. —Se inclinó y recogió mi agenda del suelo—. Tengo toda la noche por delante. —Se agachó para coger a Flavio y ponerlo entre mis brazos, luego fue a colocar mi agenda de nuevo sobre la mesilla de noche pero un papel cayó al suelo—. ¿Qué es esto? —preguntó mientras lo recogía.
—¿El qué? —quise saber, reincorporándome un poco. En seguida descubrí por qué razón Christian había contraído tanto su rostro al verlo. Ahí, entre sus manos, había una foto, una de esas horribles imágenes con las que Jerome había empapelado mi habitación. En concreto, la de un niño.
—No lo sé —mentí mientras Flavio se revolvía—. Eso no es mío. —Él perdió su mirada en ese retrato durante un minuto. Me pregunté si sabría lo que era—. ¿Lo conoces?
—tartamudeé.
—No. No sé cómo ha llegado esto aquí. —Cogió y la partió en varios trozos. Luego se levantó y los lanzó por la ventana.
—Tal vez fuera de Gaelle —sugerí cuando volvió a mi lado.
—No importa de quién fuera. Ya no le servirá a nadie.
—Me cubrió con las sabanas y besó mi frente—. Descansa.
Una extraña sensación se apoderó de mi cuerpo al pensar en la frialdad con la que había tratado la fotografía de ese niño. ¿Acaso no le importaba? ¿No la había reconocido?
¿Tan poco le importaban sus víctimas como para llegar a olvidarlas por completo?
—¿Alguna vez... alguna vez has atacado a un niño? — No pude evitar la pregunta, a pesar de conocer la respuesta.
—Tengo un pasado oscuro, lo sabes —respondió acomodándose a mi lado.
—¿Pasado? ¿Ya no es un presente? —insistí.
—No, desde hace un tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Acabo de recuperarte, Lena, ¿de verdad quieres conocer esa historia? —Guardé silencio esperando a que respondiera. Él suspiró—. Desde Valentine —reveló sin más.
—¿Valentine? —Me incorporé en la cama casi de un salto—. ¿Valentine? ¡Dijiste que murió de forma natural!
—Y así fue, pero yo la convertí.
—¿Por qué? —No me caía nada bien Valentine, pero que Christian tuviera algo que ver con eso me parecía una salvajada. Aunque esa revelación explicara muchas cosas.
—Porque todos tenemos un dueño, Lena, y una obligación. Es algo que debes aprender cuanto antes. —Besó mi frente y se apartó—. No es bueno que hablemos de esto. Aunque lo desee, te hace daño. Descansa.
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