Estaba claro que no era así. No había contado con el hecho de tener que regresar al instituto. Al parecer, lo que me había ocurrido había sido suficiente para que la policía dejara de sospechar de nosotros. Eso, o era una forma de justificar que hubiese ocurrido algo así delante de ellos sin que hicieran nada por evitarlo. Había sido una suerte que ellos no vieran nada, y la verdad es que me alegraba de que por fin despejaran las calles.
Respecto a Jerome..., lo quería, o al menos lo había querido. Ahora no tenía ni idea de qué sentía hacia él. Solo había enfado y la horrible sensación de que me había traicionado, además del repentino miedo añadido. Eso y el vacío de haber perdido a un gran amigo.
No quería contar nada porque Lisange me sacaría de ese pueblucho antes de que pudiera siquiera parpadear, y no estaba preparada para dejar de ver a Christian. Además, debía reconocer que nada garantizaba que Jerome no acabara con todos nosotros si me atrevía a abrir la boca y revelar lo que sabía.
Finalmente, fui a clase. El día fue tan obtuso como había podido imaginar. Había pasado todo el tiempo huyendo de todo el mundo. Jerome había tenido la poca delicadeza de presentarse allí. Imaginaba que a él nadie lo obligaba a asistir, así que sabía que había ido para buscarme. El tiempo que no estuve en clase corría a guarecerme en los lavabos.
Hasta que llegó la última hora. En cuanto terminó, cogí mis cosas y me levanté veloz de la mesa, dispuesta a marcharme de allí, pero él fue más rápido y me detuvo por un brazo.
—Lena, debemos hablar.
—Aléjate de mí —susurré entre dientes, sin poder esconder un ligero temblor en la voz.
Me solté y me alejé de él, esquivando a toda la gente que alborotaba el pasillo.
—¡Lena!
Corrí para alejarme. Salí fuera, el día era tan malo que apenas había gente allí. Tan solo un par de personas a lo lejos, aparcando sus coches. Me colgué bien la mochila al hombro y me dirigí a la salida pero, entonces, una mano me agarró con fuerza y me volví alarmada. Era él.
—¡No! —grité, y me deshice de él al tiempo que mi mochila caía al suelo. Jerome hizo el intento de volver a hablar pero lo interrumpí—. ¿Qué me hiciste? ¿Qué se supone que me habéis hecho?
—¿De qué estás hablando? —preguntó.
—Ya lo sabes. No recuerdo nada de lo que ocurrió anoche, más que este odioso dolor en el corazón —solté—. ¿Qué fue lo que me hicisteis?
—No deberías culparnos a nosotros de los juegos que te traigas con grandes predadores —dijo cruzándose de brazos.
—Al menos reconócelo.
—¿Reconocer qué, Lena? Jamás te haría daño. Soy un guardián pero eso no tiene por qué cambiar las cosas.
—¿Cómo que no? ¡Los tuyos acaban con los míos, creo que eso sí que lo cambia todo!
—Y los grandes predadores también acaban con vosotros y os torturan. ¿Cuál es la diferencia?
—Yo no los defiendo.
—Pues suspiras los aires por uno de ellos.
—No es lo mismo.
—¿Por qué?
—Porque no lo es.
—¡Dime por qué!
—¡No lo sé! —exclamé llevándome las manos a la cabeza, exasperada.
Hubo un prolongado silencio.
—Yo no quiero hacerte daño, Lena.
—Confié en ti.
—Nada de eso ha cambiado.
—Claro que sí.
—Déjame protegerte. —Avanzó un paso hacia mí.
—Ya hay demasiada gente que solo quiere protegerme, Jerome. No necesito a nadie más que me vea como el elemento débil. Necesitaba a alguien que me viera como una persona normal. Solo como alguien normal.
—Pero... no lo eres.
—¡Ya lo sé! —Solté aire—. ¡Todo el mundo se empeña en recordármelo! —Me giré y me dirigí hacia la puerta—. Cuídate.
Él no dijo nada. Yo abrí y salí de allí. Debería haber corrido hacia mi habitación, esa era mi forma habitual de actuar, pero no lo hice. Supongo que algo estaba cambiando dentro de mí. Tal vez fuera que ya me había cansado de todo eso, de que nada pudiera salir bien. Así que me limité a andar, arrastrando los pies por la acera, sin ninguna prisa, hasta esconderme en el frondoso bosque, con los ojos ardiendo y un gran nudo en la garganta, pero, sobre todo, con un gran vacío en mi interior.
En ese instante, sentí que un coche se detenía en la carretera a pocos metros del lugar donde yo estaba escondida. Asomé la cabeza para mirar justo cuando el conductor salía al aire libre.
—Mierda... —musité a la oscuridad, en cuanto pasó por delante de los faros encendidos.
Aparté la vista y me escondí tras el árbol en el que estaba apoyada. Dejé de respirar y me quedé quieta, con el pánico palpitando bajo mi piel e invadiendo mi cuerpo a pa- sos agigantados.
—Sé que estás aquí —anunció de pronto su voz, rompiendo con el silencio de la tarde. Hasta la suave brisa pare- ció detenerse en ese instante—. Sal, debemos hablar. —Ha- blar no era el mejor plan que se me ocurría. ¿Cómo me había encontrado?— Aborrezco los juegos, Lena, no me obligues a ir a buscarte.
El silencio fue mi única respuesta. Un segundo más tarde, oí las ramas del suelo crujir bajo sus pasos. Estaba cerca, demasiado cerca. Busqué a mi alrededor y calculé la distancia que podía haber hasta los árboles más cercanos. Me puse en pie con cuidado, intentando no hacer ningún ruido y salí de mi escondite.
No podía verle, pero sí oírle. Él no ponía ningún cuidado en no hacer ruido. Yo, en cambio, caminé de puntillas, cargando el peso en las rodillas para pasar desapercibida. Aguardé ahí, escondida, hasta que sentí que se alejaba. Ese era el momento adecuado para salir corriendo. Y así lo hice.
Corrí, controlando el sonido de mis pasos, mirando hacia atrás todo el tiempo, pendiente de él, hasta que, de golpe, choqué contra algo y caí al suelo. Cuando alcé la vista, me encontré con sus ojos.
—Acompáñame —fue lo único que dijo. Se dio la vuelta y echó a andar entre la negrura.
Parpadeé un par de veces e intenté coger aire. Me puse en pie y lo observé. Internarse en medio de un bosque oscuro con alguien que ha asegurado matarme, no era una de mis prioridades.
—No —respondí.
Él se detuvo en seco y se volvió hacia mí.
—No es un buen momento para elegir ser prudente —no había mofa en su voz.
—¿Debería? —balbuceé.
—Depende de ti y de tu instinto de supervivencia. — Me observó un segundo y añadió—: Pero ya has demostrado en otras ocasiones carecer por completo de él. —Lo miré sin decir nada. Él tomó aire de forma paciente—. No voy a matarte esta noche, Lena, pero te agradecería que tuvieras la bondad de acompañarme.
—Hazlo. —Me enfrenté directamente a sus ojos—. Estoy tan cansada de todo esto..., me harías un favor.
—Esa no es la actitud que busco.
—No voy a gritar si es lo que esperas. Mátame si eso te hace feliz, pero date prisa en hacerlo o alguien se te va a adelantar.
—Acompáñame —repitió.
—No voy a ir a ningún sitio contigo, Christian. — Guardó silencio un momento y se acercó a mí, observándome como nunca antes lo había hecho. Retrocedí, asustada, solo deseaba alejarme de allí cuanto antes—. ¿Qué quieres?—musité.
—Como desees. Quítate la camiseta —soltó despacio. Eso me chocó tanto que empecé a sentir el miedo hormigueando de nuevo por mi cuerpo.
—Creo que tú te estás volviendo más loco que yo.
—Estoy seguro de que prefieres que no lo haga yo. —Se cruzó de brazos.
Lo contemplé confundida y negué con la cabeza para mí misma.
—Aléjate de mí —le dije, girándome en dirección a la casa con paso acelerado, pero me siguió—. ¡Aléjate! —le repetí, nerviosa. No le reconocía e ignoraba de qué podría ser capaz ese nuevo Christian.
—¿Se puede saber por qué insistes siempre en correr?
—inquirió, acortando peligrosamente la distancia.
—¡Desaparece de mi vida de una vez! ¡No quiero volver a verte!
—Aún no
—¿No me has hecho ya bastante daño? ¿Qué más quieres? —De un salto, consiguió atraparme e inmovilizarme—. ¡Suéltame!
—¿Crees que puedo olvidar el sonido de tu voz? ¿Qué tus ojos no están clavados en mi corazón como una estaca? Ya he olido antes tu piel con aroma de Lirio, Lena, ¿acaso lo habías olvidado? ¿Qué clase de necio crees que soy? ¿De verdad creías que podías engañarme?
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Déjame ir —supliqué.
—Aún no.
En un movimiento brusco conseguí soltarme, con la mala fortuna de que Christian me atrapara por detrás, per- diéramos el equilibrio y cayéramos rodando cuesta abajo. Por suerte, yo aterricé sobre él, de modo que pude reincor- porarme e intentar salir corriendo de nuevo, pero en cuanto conseguí ponerme en pie, sus manos aferraron mi cintura y volví a caer al suelo.
—¡Suéltame!
—¡Quédate quieta!
—¡NO!
Empecé a soltar zarpazos en todas direcciones. En uno de ellos, escuché con total claridad cómo se rompía la tela de su camisa. Entonces, él consiguió agarrarme las muñecas y las sujetó con fuerza contra el suelo, una a cada lado de mi cabeza.
—No hagas esto difícil.
—¡No me hagas daño!
Se mantuvo así, sobre mí, sujetándome las manos, hasta que mi respiración volvió prácticamente a la normalidad.
—Ya es demasiado tarde para pedir eso —advirtió.
Con cautela, aflojó la presión que ejercía con sus manos y las fue apartando de las mías. Las dirigió hacia mi camisa y comenzó a desabrochar los botones, dejando mi piel al descubierto. Sentí algo parecido a un escalofrío y mi respiración volvió a agitarse, cada vez más y más.
—¡No! —grité. Con un movimiento, intenté empujarlo para apartarlo de mí. Sin darme cuenta, mis manos se abrie- ron paso entre la tela de su camisa y tocaron su pecho desnudo. Pude sentir cómo su piel y sus músculos se retorcían por el contacto. Su pecho comenzó a hincharse y deshincharse cada vez más rápido hasta que, de pronto, juntó mis muñecas y las agarró con una sola mano, colocándolas sobre mi cabeza—. ¿Qué vas a hacer? —pregunté aterrada.
Él no me respondió. Con un movimiento, me dio la vuelta y me colocó boca abajo. Así, volvió a coger mis muñecas y las juntó en mi espalda.
—Esto que estás sintiendo ahora, es lo que siempre debiste sentir por mí. Lo que tienes en tu cabeza, lo que piensas, es justo la clase de animal que soy. —Luego, cogió el cuello de mi camisa y lo desgarró sin ninguna delicadeza. Un instante después, mi piel quedó al descubierto. Forcejeé de nuevo, intentando soltarme. Él apoyó una mano en mi cabeza inmovilizándola y apartó mi pelo hacia un lado, dejando al descubierto la piel de mi espalda. Con un dedo, trazó una línea a la altura del omóplato—. ¿Cómo entraste allí? —Me dio la vuelta, atrapando mis manos bajo mi propio cuerpo.
—No es asunto tuyo —respondí.
Él se echó hacia atrás y sacó una daga de debajo del pantalón. Me removí, asustada.
—No te muevas.
Con determinación, bajó el cuello de mi destrozada camisa, acercó el frío metal hasta mi pecho y, sin que yo pudiera hacer nada al respecto, lo hundió en mi piel. Apreté los dientes e intenté reprimir el grito de dolor que habría dejado salir si no me hubiese sentido tan humillada. Lo miré, desafiante, preguntándome qué haría a continuación. Él dejó la daga a un lado, y se incorporó un poco, parecía más relajado, pero confundido.
—¡Eres un monstruo! —le grité
—Gracias por la información —soltó con voz helada.
—¡Me mentiste! —grité—. ¡Dijiste que Helga había muerto!
—Dije que estaba muerta. Ella ya había firmado su sentencia.
—¡Los estáis torturando!
—Y el mundo entero lo sabe, ¿acaso creías que bromeaba? Esto es el mundo real, Lena, olvídate de toda fanta- sía. La vida y la muerte son crueles, ¡acostúmbrate! —Volvió su vista hacia mi cuerpo. El corte que me había hecho, ya había desaparecido—. Alguien ha estado divirtiéndose con tu corazón, ¿verdad? —comentó de pronto pensativo.
—Sí, tú.
Él se echó hacia atrás y me dejó libre. Con una mano me ayudó a ponerme en pie a pesar de mis esfuerzos por impedirlo.
—Esto no debería haber sido así —dijo—, pero no me has dejado otra opción. —No quería coger nada suyo, pero bastante avergonzada me sentía ya como para seguir ahí, en ropa interior, delante de él. Me di la vuelta y cogí el jersei que me ofrecía. En cuanto lo pasé por mi cabeza, una oleada de su aroma invadió mi cuerpo—. Te llevaré de regreso a casa.
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Manita arriba si queréis más 😍♥️♥️