El tiempo pareció detenerse mientras mi corazón se cargaba de un profundo e insoportable dolor, pero ni un gemido salió de mi boca; no podía, solo era capaz de deleitarme con esa maravillosa visión. Ni siquiera me había dado cuenta de que un coche acababa de salir de la carretera y había golpeado de forma brusca a Christian, apartándolo de mí. Esa fuerza, que me unía a sus ojos, menguó hasta casi desaparecer, pero mi conciencia estaba aún muy lejos de la realidad.
—Lena, vamos —me dijo una voz pocos segundos después, zarandeándome con prisa—. ¡Vamos! —repitió.
Parpadeé unas cuantas veces. Un rostro redondo, negro y sumamente atractivo me observaba con atención, con unos ojos enormes y oscuros. Aunque no era nada comparado con lo que acababa de presenciar. El recién llegado me ayudó a incorporarme a toda velocidad y me llevó hasta el coche.
—Soy Gareth —se presentó mientras me sentaba en el asiento del copiloto y me abrochaba el cinturón; yo aún seguía como drogada. Era tan hermoso lo que había contemplado, tan extraordinariamente devastador—. No te preocupes, nos vamos de aquí de inmediato. —Arrancó el motor y volvió a la autopista, pero yo ni siquiera era consciente de que nos movíamos—. Todo irá bien —intentó tranquilizarme—. ¿Lena? —Me miró impaciente al darse cuenta de que no había pronunciado una sola palabra. El coche se detuvo en seco y el hombre llamado Gareth se volvió por completo hacia mí—. ¡Lena! ¿Sabes dónde estás? —De nuevo no respondí—. ¡Lena!
Se quitó el cinturón de seguridad, bajó con la manivela mi ventanilla para que me diera el aire y me puso ambas manos en el rostro, dándome pequeñas palmaditas para que reaccionara. Luego me abrió los párpados para observar mis pupilas y las sopló. No sé por qué razón hizo eso, pero me bastó para salir del estupor. La sensación fue parecida a la que tienes cuando acabas de dormirte y sientes que caes por un agujero. Lo contemplé con la mirada perdida, confusa, y observé cómo la repentina relajación de su rostro duraba apenas unos segundos. Clavó la vista en el retrovisor y, acosado por una angustiosa prisa, volvió a poner el coche en marcha, mucho más tenso que antes. Dirigí la vista hacia ahí y vi con claridad cómo una figura oscura se abría paso hacia nosotros a toda velocidad.
El vehículo dio una sacudida y se internó de nuevo en el tráfico.
—¿Estás bien? —preguntó sin apartar la vista del retrovisor.
—Sí —mi voz sonó rara—, creo que sí.
—Te llevaré a casa.
Aún ausente, dejé caer la cabeza contra el asiento con la mirada perdida en el espejo retrovisor y en las numerosas farolas que pasaban a toda velocidad a mi derecha. Christian ya no nos seguía. Entonces, me di cuenta de que tenía los puños cerrados con tanta fuerza que me estaba clavando las uñas en las palmas de las manos. Las abrí para intentar desentumecerlas, sin prestar demasiada atención. Alcé la vista de nuevo hacia el retrovisor y vi reflejado algo que me horrorizó. Poco a poco, me llevé los dedos temblorosos hacia el pecho, donde la ropa estaba destrozada. Ahí, iluminado por la parpadeante luz de la calle, había un horrible corte. Intenté rozar la herida con las yemas de los dedos pero, por alguna razón, no me atreví a tocarla. Observé de reojo al recién llegado, me cubrí la zona con el pelo y me acurruqué, dándole un poco la espalda, como si quisiera protegerla de su mirada. Gareth se mantuvo en silencio y yo se lo agradecí profundamente; supongo que adivinó que lo que menos necesitaba en ese momento eran palabras, aunque fueran de consuelo. Solo podía pensar en Christian, retorciéndose de dolor en el suelo, en el pánico que había sentido al saber que iba a matarme y en qué ocurriría mañana. Los ojos se me cerraban y sentí la cabeza pesada. Gareth se detuvo en un semáforo y volvió a analizar mis pupilas con la frente fruncida.
—¿Cómo te sientes? ¿Mejor?
No me dio tiempo a responder, oí un ruido sordo sobre el coche y, de la nada, unas manos aparecieron por mi ventanilla y me aferraron con fuerza. Gareth solo tuvo tiempo de intentar sujetarme de las zapatillas antes de que me sacaran por completo a la calle, pero su fuerza no fue suficiente para evitar que me lanzaran contra la acera. Aturdida, intenté reincorporarme, solo para ver cómo Christian se abalanzaba de nuevo sobre mí. Gareth consiguió bajar del coche y atizarle un golpe justo a tiempo para que yo pudiera esquivarlo y echar a correr a través de un parque vacío.
Avancé unos pasos, y me detuve. Aquel hombre me había salvado la vida hacía apenas unos instantes, no podía abandonarlo. Regresé allí sin encontrar ningún rastro de ninguno de los dos; tan solo el coche, aún con las luces encendidas y las puertas abiertas, era testigo de que allí había habido alguien.
Intenté respirar hondo y captar su olor, pero mis sentidos estaban demasiado adormilados aún para conseguir resultado alguno. Regresé al parque, con cautela y aterrada. No tenía ni idea de qué podía hacer. Incluso la sola posibilidad de susurrar su nombre en la oscuridad me hacía temblar de pavor. El aire mecía las copas de los árboles y barría las hojas del suelo, aunque nada de eso era lo escalofriante, sino la certeza de que me estaban vigilando.
—¡Lena! —oí de pronto desde algún lugar alejado—. ¡Lena! —Sin pensarlo dos veces, eché a correr hacia allí. Sentía cada miembro de mi cuerpo temblar con el movimiento, pero encontrar a Gareth era lo único que podía hacer—. ¡Lena! —volví a escuchar. Esta vez el sonido era más cercano. Me interné en una zona ajardinada con muchos árboles y arbustos y busqué—. Lena. —Ahora venía de ahí, estaba segura.
Miré a mi alrededor, buscándole.
—¿Hola? —me atreví a susurrar con la voz acongojada. De pronto, Christian cayó sobre mí, aprisionándome contra el suelo. Le golpeé con fuerza, le grité, pero al ver sus ojos de nuevo enmudecí.
Gareth apareció por su espalda. Tuve tiempo de ver resplandecer un líquido blanquecino justo antes de que se lo clavara directamente en su cuello. Él se giró y golpeó de tal manera a aquel desconocido que cayó a varios metros de distancia. Luego se apartó de mí, retorciéndose de dolor y mirándome fijamente. Me quedé inmóvil, aterrada mientras contemplaba cómo caía al suelo, sufriendo. Quise ayudarlo pero, en ese momento, Gareth regresó a mi lado, me obligó a levantarme y me condujo de nuevo hacia el coche.
Cuando regresamos a la carretera, no presté atención al camino. Gareth no dijo nada, ni siquiera me preguntó si estaba bien. Pocos minutos más tarde llegamos, o eso supuse porque abrió mi puerta y me ayudó a salir. No pude prestar atención a los detalles, ni a nada de lo que me rodeaba. Solo me limité a andar en silencio, pendiente del eco de nuestros pasos.
El portal de la casa a la que llegamos estaba a ras del suelo, sin escaleras ni nada que se le pareciera. Gareth tomó la argolla de metal y la golpeó dos veces. Segundos después se descorrió una larga mirilla y unos enormes ojos negros nos recorrieron con rapidez. Sin decir nada, cerró de nuevo la abertura y escuché abrir los pesados cerrojos. La madera giró sobre los goznes, dándonos paso a un pequeño patio interior. Gareth me puso una mano en la espalda y me invitó a entrar.
—¿Lena? —preguntó una suave voz, y me volví hacia la entrada.
Cerrando la puerta, se encontraba una mujer joven, de mediana estatura y rubia, vestida con ropa más propia de películas como Grease y peinada a lo Audrey Hepburn. Se acercó a mí y me abrazó
—¿Qué tal estás, cariño?
Me aparté de ella sin responder. Que utilizara esas palabras me incomodó. No es agradable la sensación de que alguien conoce de ti más que tú de él. Tenía un aspecto amable y maternal, a pesar de su evidente juventud, así que supongo que era una forma de intentar reconfortarme, pero solo consiguió el efecto contrario, como si hubiera invadido mi intimidad. No puedo imaginar mi expresión en ese momento, mientras debatía todas esas cosas en mi fuero interno, pero sirvió para que Gareth acudiera en mi ayuda.
—Gaelle, será mejor que Lena entre a descansar, ha sido una noche larga. —«Larga» era decir muy poco. «Larga» sería una noche sin Christian, por ejemplo, pero esta..., esta había sido «eterna».
—¿Sabéis algo de Liam y Lisange? —balbuceé—. ¿Han llegado ya?
—No, aún no.
Gaelle me hizo cruzar el pequeño patio interior. Vi las estrellas reflejadas en la superficie lisa de una fuente apagada. Ese firmamento claro y casi transparente me recordó a mi casa, a la de los De Cote, y un fuerte nudo se me instaló en la garganta.
Cuando entré, me golpeó una fuerte oleada a incienso mezclado con curri, ¿curri? Oí ruidos a mi izquierda. Una niñita recogía los platos esparcidos sobre una mesa. Era delgadita y por su estatura no debía de tener más de siete años. Le colgaba una espesa melena rubia, tan rubia que parecía canosa, y vestía un delicado vestidito color burdeos, como el de una muñeca de porcelana. Me giré hacia Gareth, ¿una niña humana conviviendo con cazadores?
La pequeña cesó su labor, despacio, como si acabara de percibir algo, y, muy lentamente, se volvió hacia donde yo estaba. Retrocedí un paso del susto, una membrana blanquecina cubría sus enormes ojos oscuros: era ciega. Sus pu- pilas giraban intentando encontrar el origen de algo, y ese
«algo» debía de ser yo porque de pronto se detuvieron en mí. Escuché su respiración agitarse de forma imposible, sus párpados se abrieron más de lo normal y, entonces, la pila de platos que sujetaba entre sus pequeñas manos se precipitó al suelo, provocando un gran estruendo, seguido de un chillido agudo que rasgó en dos la calma de la noche.
—¿QUÉ HACE ELLA AQUÍ? —gritó—. ¿QUÉ HACE ESA ODIOSA HUMANA EN MI CASA? —Retrocedí por la fuerza y ferocidad de su voz.
—Valentine, Lena va a quedarse una temporada con nosotros —respondió Gareth, intentando parecer autoritario, mientras ponía una mano en mi hombro.
—¡NO! —volvió a gritar ella, acercándose a mí y lanzándome el primer vaso que encontró—. ¡FUERA! ¡FUE- RA! ¡ECHADLA DE AQUÍ!
—¿Pero qué... —me agaché a tiempo de evitar que un nuevo vaso me diera en la cabeza—, qué es lo que he hecho?—protesté, escondiéndome tras el cuerpo de Gareth, pero enmudecí al ver la expresión de furia y terror de sus peque- ñas y delicadas facciones.
—Gareth, acompaña a Lena a la habitación, yo in- tentaré calmar a Valentine —pidió Gaelle, apresurándose a sujetar a la que había llamado «Valentine», antes de que se lanzara directamente a mi yugular.
—Vamos, Lena. —El hombre parecía resignado, asintió y me indicó una puerta lateral.
—¿Qué le he hecho? —insistí sin moverme del sitio.
—Lena...
—¡NO, NO, NO! —volvió a gritar ella—. NO QUIERO A ESE MONSTRUO EN MI CASA. ¡LLEVÁOSLA!
Gareth tiró de mi brazo, sacándome del lugar en el que me había quedado clavada.
Atravesamos la puerta y subimos por unas escaleras desgastadas. Olía a humedad y a madera vieja. Los escalones crujían hasta que parecían estar a punto de romperse. Estaba segura de haber visto marcas de termitas en algunas zonas, pero no podía pensar en eso. Vigilaba mi espalda, temerosa de que esa niña surgiera de la oscuridad y se lanzara contra mí. ¿A qué clase de lugar me había enviado Christian?
—¿Por qué me ha llamado monstruo? —quise saber con voz temblorosa.
Él tomó aire de forma profunda.
—No debes hacer caso de lo que ella te diga.
Recorrimos habitaciones a oscuras, iluminados solo por la luz de un pequeño candelabro que él sujetaba en alto con firmeza. Los gritos de esa niña seguían resonando incluso al otro lado de la casa.
—¿Me conocía? —volví a preguntar, atónita ante la posibilidad.
—No lo creo. —Paró frente a una puerta cuadriculada de madera.
—Entonces...
—Es tarde, Lena, y debes descansar.
—Lo que necesito es comprender lo que acaba de pasar.
—No ha ocurrido nada, Lena, absolutamente nada. Ahora procura dormir. Mañana será otro día. —Abrió la puerta frente a la que habíamos parado—. Esta será tu habitación, si necesitas algo, solo tienes que llamarnos.
Quise insistir en el tema, pero había algo que me preocupaba mucho más.
—¿Qué le inyectaste a Christian? —pregunté antes de que me hiciera entrar.
—Sangre de guardián —respondió—. La suficiente para limitar sus cualidades y permitirnos escapar.
Me quedé parada en el sitio sin saber qué decir, preocupada, pero Gareth se mantuvo junto a la puerta, esperando paciente a que entrara. No sé si fue por su expresión o por el hecho de que no lo conocía pero, no me atreví a volver a decir nada más y entré.
—Él estará bien. Por la mañana habrá regresado, pero no abras la ventana. Los cristales están hechos a prueba de grandes predadores. Solo por si acaso...
Me dirigió una pequeña sonrisa de ánimo y me dejó sola. Busqué un interruptor en la pared, pero no había ninguno. Antes de que me diera tiempo de preguntarle a Gareth dónde se encendía la luz, él ya había desaparecido.
—Genial...
Cerré la puerta y me enfrenté a la soledad de esas cuatro paredes. Ya no se oían los gritos, solo un penetrante silencio. La falta de sonido era siempre mucho más insoportable que una habitación abarrotada de gente gritando; es un silencio que pita, que se te mete en las entrañas y te inquieta.
La gran ventana estaba cerrada, tal y como cabía esperar por las palabras de Gareth, pero, aunque no entraba ni un leve rastro de brisa por ella, al menos aportaba espacio y rompía con la asfixiante sensación de encierro que provoca ese tipo de oscuridad claustrofóbica. Me asomé para mirar al exterior, pero desde allí solo se veía la calle por la que habíamos entrado.
Aún me temblaba todo el cuerpo de arriba abajo. Era incapaz de asimilar que hacía apenas unas horas yo seguía con Christian, Liam y Lisange... Noté una pesada sensación sobre mi pecho, como si algo me estuviera apretando con demasiada fuerza. A un lado de la cama, en una mesilla, vi una pequeña vela junto a un paquete de cerillas. Intenté prender una de ellas, pero mis manos temblaban descontroladamente. Apreté los dientes para intentar conferir firmeza a mis movimientos, pero pasaron lo que parecieron varios minutos de desesperación antes de conseguirlo.
Esa luz tampoco hizo maravillas, tan solo me sirvió para ver un poco qué era lo que me rodeaba. Dejé la vela ahí, en su pequeño recipiente sobre la mesilla, y me senté en la cama sobre un colchón bastante rígido. Me abracé las rodillas y contemplé durante las largas horas siguientes cómo la pequeña mecha se iba consumiendo.
El silencio fue cada vez más penetrante. La luz proyectaba sombras tintineantes por las paredes de la habitación. Me encogí, abrazándome aún más las piernas con los brazos, y sentí algo punzante en el bolsillo de mi pantalón. Metí la mano y lo saqué. La llama se reflejó sobre la pulida superficie de una pequeña ampolla transparente. La hice girar entre mis dedos, contemplando cómo su contenido se desplazaba de un lugar a otro, y a otro, y a otro... No entendía por qué no se la había dado a Christian. Se suponía que habría sido lo correcto. La sangre de guardián que circulaba por su interior retrasaba el efecto de la falta de luna en los grandes predadores, pero había visto lo que esa cosa provocaba en su cuerpo. Ya se había torturado demasiado por mí. Pensé en destruirla entonces pero, en cambio, la encerré en mi puño, la apreté con fuerza y la guardé en el cajón de la mesilla. Acto seguido, me acurruqué en la cama, contemplando las sombras con la mirada perdida y jurándome a mí misma que esa sería la última vez que permitiría que Christian sufriera por mi culpa.
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