Trilogía Éxodo (Éxodo, Revela...

By AnissaBDamom

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Voy a darte los tres consejos que a mí no me dieron. Este es el primero: Olvida todo lo que te han contado: l... More

Prólogo
Parte I
Capítulo 2 I
Capítulo 2 II
Capítulo 2 III
Capítulo 3 I
Capítulo 3 II
Parte IV
Parte V
Parte VI
Parte VII
Parte VIII
Parte IX
Parte X Día de vaqueros parte 1
Parte XI Día de vaqueros parte 2
Parte XII Cazador Cazado I
Parte XIII Cazador Cazado Parte II
Parte XIV Dolor, simple y llanamente, dolor
Parte XV Dolor, simple y llanamente, dolor II
Parte XVI Dolor, simple y llanamete, dolor. III
Monstruos
El día en que un sueño perturbó mi mente
El día en que un sueño perturbó mi mente 2
Cinturón negro de kárate
La magia no existe
La Magia No Existe. Parte 2.
La Magia No Existe. Parte 3
Nadie se acerca a la mansión de los De Cote
La historia de Lisange
La historia de Lisange. Parte II
Gatos
Gatos. Parte II
Gatos. Parte III
Lavisier
«La inmortalidad solo tiene sentido si encuentras la razón para vivirla»
«La inmortalidad solo tiene sentido si encuentras la razón para vivirla» Parte 2
Todo es demasiado complicado
Todo es demasiado complicado. Parte 2
Todo es demasiado complicado. Parte 3.
Dudas
Dudas. Parte 2.
Estudiar demasiado puede alterar gravemente la imaginación
En la boca del lobo
En la boca del lobo. Parte 2
Miradas que matan
La Orden de Alfeo
La Orden de Alfeo. Parte 2.
No Soy Fuerte
No Soy Fuerte. Parte 2
Sangre
Sangre. Parte 2
Acción
Adiós
REVELACIÓN (ÉXODO II)
REVELACIÓN: El amor es el principio del fin
A golpe de latidos
A golpe de latidos (II)
Sorpresas desagradables
Contradicción
Sentimientos de culpabilidad
Cuestión de seguridad
Somos polvo de estrellas
«Vacaciones»
«Vacaciones» Parte 2
El hielo también quema
El hielo también quema. Parte 2.
Pesadillas (Parte 1)
Pesadillas. Parte 2.
Amistades peligrosas . Parte 1.
Amistades peligrosas . Parte 2.
Regreso al instituto. Parte 1.
Regreso al instituto. Parte 2.
Érase una vez un ángel llamado Jerome. Parte 1.
Érase una vez un ángel llamado Jerome. Parte 2.
Locuras varias. Parte 1.
Locuras varias. Parte 2.
Especialista en tratos suicidas. Parte 1
Especialista en tratos suicidas. Parte 2
Por fin, un soplo de aire fresco. Parte 1
Por fin, un soplo de aire fresco. Parte 2
No siempre es fácil olvidar el pasado. Parte 1
No siempre es fácil olvidar el pasado. Parte 2
SEGUNDA PARTE - Nada, absolutamente nada, tiene sentido.
Nada, absolutamente nada, tiene sentido. Parte 2
Amores que matan. Parte 1
Amores que matan. Parte 2
Decepciones
Un grito vale más que mil palabras
Intrusos y otros animales. Parte 1.
Intrusos y otros animales. Parte 2.
Creando lazos con... la comida
Noche de muertos vivientes
La pequeña carnicera. Parte 1.
La pequeña carnicera. Parte 2.
Justo cuando una cree que no puede ocurrir nada más
Quien dijo que el amor duele, no tenía ni idea. Parte 1.
Quien dijo que el amor duele, no tenía ni idea. Parte 2.
Trastorno de personalidad
Secuela de mi historial de tratos suicidas
Secuela de mi historial de tratos suicidas. Parte 2
Números
No es malo pedir ayuda, ¿verdad? Parte 1
No es malo pedir ayuda, ¿verdad? Parte 2
Cuestión de fe. Parte 1
Cuestión de fe. Parte 2
PARTE 3 Confesiones I
PARTE 3 Confesiones II
Palabras mayores
¿Normalidad? Parte 1
¿Normalidad? Parte 2
Los polos opuestos no siempre se atraen
Grandes predadores
Amarga realidad. Parte 1
Amarga realidad. Parte 2
El amor es cruel
Hogar, ¿dulce? hogar
Un mazazo de realidad. Parte 1
Un mazazo de realidad. Parte 2
Confianza
El circo
Y el muro cayó...
JUECES
Parte I
Vacío.
A palo seco
La madriguera del lobo
Sorpresas varias
A la deriva. Parte I.
A la deriva. Parte II.
Interrogatorio. Parte I.
Interrogatorio. Parte II
Historias de terror. Parte I.
Historias de terror. Parte II.
Entre bambalinas. Parte I.
Entre bambalinas. Parte II.
Opciones
Hambre. Parte I
Hambre. Parte II
Espejito, espejito, ¿quién es la más bella? Parte I
Espejito, espejito, ¿quién es la más bella? Parte II.
Con Piel de Cordero. Parte I.
Con piel de cordero. Parte II.
Con piel de cordero. Parte III.
Con piel de cordero. Parte IV.
Un silencio dice más que mil palabras. Parte I.
Un Silencio vale más que mil palabras. Parte II.
Sobre la razón y el corazón Parte I.
Sobre la razón y el corazón Parte II
Sobre el corazón y la razón. Parte III
SEGUNDA PARTE
Verdades y mentiras. Parte I
Verdades y mentiras. Parte II
Centro de atención
En carne viva... Parte I
En carne viva... Parte II
Ira. Parte I
Ira. Parte II
Fuego. Parte I
Fuego. Parte II
Caída libre. Parte I
Caída libre. Parte II
Caída libre. Parte III
Caída libre. Parte IV
Plan. Parte I
Plan. Parte II.
Plan. Parte III.
En primera línea
A hurtadillas. Parte I
A hurtadillas. Parte II
Gran Predador. Parte 1
Gran Predador. Parte 2
Pasado Imperfecto
Pasado imperfecto 2
Animal
El origen de todo
El origen de todo II
Eternidades cruzadas
Eternidades cruzadas II
Recuerdos del pasado
Recuerdos del pasado II
Lealtad

¿Quién dijo miedo?

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By AnissaBDamom

—Gracias por traerme —musité.

Fui a entrar por la puerta, pero él bloqueó la entrada

con un brazo.

—¿Te importaría dar un paseo? —La pregunta me tomó desprevenida.

—¿Para qué? —quise saber.

—Por favor —dijo—, tenemos que hablar.

Asentí confundida. Él se dirigió hacia los jardines traseros de la casa y yo seguí a su lado, esperando impaciente a que pronunciara la primera palabra.

—¿Y bien? —le insté tras haber caminado juntos durante cinco minutos sin decir nada.

—Lena —comenzó al final tomando aire—, he intentado que te adaptes porque era parte de nuestro acuerdo.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté con cautela.

Mis sentidos se pusieron en guardia, tenía un mal presentimiento.

—Que nuestro tiempo se ha terminado.

Paré en seco, él se detuvo unos pasos más adelante, pero no se volvió para mirarme.

—Eso solo puede significar o que vas a matarme o que vas a marcharte. —Apenas tenía voz suficiente para hablar.

—No volveré a verte después de esta noche.

—¿Por qué?

Se volvió lentamente, de modo que pude ver de nuevo su rostro.

—Hay muchas cosas que ignoras sobre mí.

—Y tú sobre mí —alegué.

—Ni siquiera tú lo sabes todo sobre ti misma, Lena.

—Pero eso no viene a cuento ahora.

—Te equivocas, esa es precisamente la cuestión —dijo acercándose aún más. Yo también avancé un paso hacia él.

—¿Crees que no sé lo que eres? ¿Lo que haces?

—No puedes ignorar la realidad, Lena —contestó negando con la cabeza.

—Ese es mi problema. Además, teníamos un trato; si quieres marcharte, bien, pero tendrás que matarme. No puedes irte sin cumplir con tu parte.

—No lo aceptaste —me recordó.

—Lo estoy haciendo ahora. —Sentí más que nunca seguridad en esas palabras.

—Ya es tarde para eso —replicó con voz dura.

—No, no lo es. —Me acerqué a él con paso firme—. Si tú te vas, Christian, yo no quiero este tipo de «vida».

—Deja de decir insensateces, Lena, no puedes aferrarte a mí. Hay seres ahí fuera que se merecen tu afecto mucho más que yo.

—A mí eso no me importa.

—¿Por qué eres tan terca? —preguntó irritado.

Porque te quiero.

Reordené todos mis pensamientos; no iba a hacerme cambiar de parecer. En ese instante no me importaba abrirle mi corazón y delatarme a mí misma, si así conseguía no perderle.

—Cuando te conocí, dijiste que no había nada en esta vida digno de ser amado —dije sintiendo un súbito calor y bajando la mirada—. Te equivocaste, yo lo he encontrado.

—¿Por qué me dices eso? —Cerró los ojos—. Conoces la razón por la que estoy contigo.

Sus palabras me golpearon con fuerza en el pecho. Había sido una estúpida creyendo que podría haber algo más, pero al parecer lo único que había hecho él era reírse de mí todo este tiempo.

Cogí aire con dificultad para intentar tranquilizarme, pero no sirvió de nada; todos mis músculos se tensaron y la decepción comenzó a apresarme.

—Entonces hazlo, diviértete acabando conmigo, ¿no era eso lo que querías? —exclamé encarándome a él—. Fuiste tú quien empezó todo esto, así que termínalo de una vez, porque lo que estás diciendo es mucho más cruel que cualquier cosa que puedas hacerme y la verdad, Christian, no sé qué he hecho para merecerlo.

—Nunca he dicho que fuera justo. Tus sermones morales no van a cambiar nada; los juegos psicológicos no sirven conmigo. —¿Por qué se estaba comportando así? No lo reconocía. Hizo una pausa antes de volver a hablar—. Si quieres que me quede tendrás que escuchar todo lo malo de mí.

—¿Pretendes alejarme de ti de esa forma? —le pregunté indignada.

—Esa es mi condición.

—¿Y qué importa todo eso? ¡Pertenece al pasado!

—No, Lena, no es el pasado. —Me tomó de los hombros, mirándome a los ojos—. Es el presente y será el futuro.

Me preguntaste si yo también disfruto con ellos. Pues sí, lo hago; soy un animal que se mueve por sus instintos. No puedo sentir más que dolor y eso es lo que causo; torturo y hago daño a los de tu especie de forma cruel y también a los humanos. Ya lo has visto esta misma noche.

—Sí, lo he visto, pero estoy segura de que con un poco de esfuerzo podrías evitarlo.

—¿Con un poco de esfuerzo? —se burló soltándome y riendo a la vez.

—Esta noche lo has hecho —titubeé—, frenaste antes de matarle. Sé que puedes.

—Pero yo no quiero —me cortó—. ¿Crees que puedes moldearme a tu gusto? Soy lo que soy y ni tú ni nadie cambiará eso. Deberías dejar de poner tanta esperanza en las personas. El mundo es cruel, Lena, no todo son buenas intenciones.

Nos íbamos acercando cada vez más y más el uno al otro.

—¿También es cruel para nosotros? —Mi voz apenas tenía fuerza, solo podía prestar atención a su rostro.

—Sobre todo para nosotros.

Un impulso me recorrió todo el cuerpo, luché desesperadamente contra él, pero al final venció y lo besé, no sé por qué. Quizá porque intuía que esos serían mis últimos

momentos con él, o por la tensión que fluía entre nosotros en ese instante. Fue un eso corto y suave, sentí una quemazón en los labios y un aleteo en el estómago. Su respuesta me sorprendió. Me tomó de la cintura y me atrajo más hacia él, devolviéndomelo, casi con fuerza, como si pudiera desahogarse de esa forma. Por fin podía sentir el roce de su piel, pero fue doloroso, como una quemadura; una mezcla de dolor y escozor. Emití un pequeño gemido. Él se detuvo, con el cuerpo tenso y se apartó de mí. Abrí los párpados y encontré sus ojos mirándome fijamente. Respiraba con dificultad. Me tomó de los hombros y me separó de él.

—No vuelvas a hacer eso nunca más, Lena.

—¿Qué he hecho mal? —tartamudeé llevándome con disimulo una mano a la boca; aún me ardía la piel.

—No es por ti —dijo agriamente.

—Entonces, ¿por qué?

—¿Qué más quieres de mí? Su tono de voz y su actitud habían cambiado por completo.

—¿Por qué me hablas así? —Era como si estuviera de nuevo ante el Christian que había visto por primera vez en la biblioteca, un ser peligroso.

—¡Porque así debe ser! No me conoces ni quieres hacerlo, lo único que te atrae de mí es mi aspecto.

—¡Eso no es cierto!

—¿Entonces qué? ¿Mi bondad? ¿Mi gran corazón? ¿La idea de que puedo matarte en cualquier momento?¿La manera en que puedo torturarte?

Guardé silencio, la verdad es que no sabía qué responderle.

—¿Ves? Sigues siendo tan... humana. —Me miró con desprecio.

—Yo no elegí sentir esto —me defendí—, no elegí nada de lo que me ha ocurrido. Lo único que pude decidir fue acercarme a ti y no voy a arrepentirme de ello.

—¡Pues deberías! —exclamó fuera de sí—. ¿Debo hacerte daño para que te des cuenta? —Se acercaba a mí de una forma cada vez más amenazadora—. Yo soy un gran predador, ni siquiera tendría por qué estar dándote ningún tipo de explicación. Eso me dejó perpleja.

—¿Se supone que debo estar agradecida? —pregunté sarcásticamente mientras me cruzaba de brazos. Él se dio media vuelta para marcharse.

—Todo esto solo ha sido una pérdida de tiempo. Debí haber hecho caso a...

—¿A quién? —le grité mientras se alejaba—. ¿A Elora? ¿A Hernan? Quizá deberías entregarme a ellos de una vez, seguro que saben divertirse conmigo más que tú.

Se giró de inmediato hacia mí. Antes de querer darme cuenta estaba a mi lado y, con un movimiento que apenas fui capaz de percibir, me agarró del cuello con una sola mano, elevándome unos cuantos centímetros del suelo.

—Ni se te ocurra regresar a esa casa, Lena —dijo apretando mucho los dientes—, o te aseguro que en esta ocasión no habrá nadie que detenga a Hernan.

Se vio reflejado en mis ojos, mirándole casi con pavor y cerró los suyos con fuerza. Poco después me soltó bruscamente, yo perdí el equilibrio y caí hacia atrás, humillada.

Guardé silencio. De estar viva, no habría podido contener las lágrimas. La verdad cayó sobre mí, y lo entendí todo, ya ni siquiera le importaba. No me arrepentía de haberle conocido, lo único de lo que me culpaba era de sentir algo por él.

—Me he equivocado —balbuceé—, lo siento. 

Y tanto que lo sentía. ¿Cómo podía haberme enamorado de alguien así?

—Ya era hora de que abrieras los ojos; los errores, aquí, se pagan muy caros.

Me armé de valor y me puse en pie, frente a él, desprendiendo de mis pupilas todo el dolor y la vergüenza que sentía en ese momento.

—¡Fuera de aquí! —exclamé estirando un brazo hacia la carretera, pero él no se movió ni un milímetro—.¡HE DICHO QUE TE MARCHES! —insistí.

Era inútil intentar ocultar el temblor de mi voz, mi voluntad se quebraba al verle ahí tan quieto, penetrándome con su mirada. No pude soportarlo más tiempo. Me di media vuelta, sin pronunciar ni una palabra más, sin volverme para grabar su rostro en mi mente por última vez. Estaba demasiado dolida. ¡Qué tonta había sido al pensar que él podía sentir algo por mí!

Entré corriendo en la casa. Cuando cerré la puerta, él ya había montado de nuevo en el caballo. Me apoyé contra la madera, tapándome la boca para ahogar el grito de dolor que se desprendió de mi pecho, el dolor del rechazo.¿Qué había hecho? Si tanto le quería, ¿por qué no me veía capaz de escuchar sus palabras? Si ese sentimiento fuera tan grande, no tendría miedo de aceptarle tal y como era. Seguramente por eso se había comportado así. No, no, no. Debía confesarle que le quería, que no me importaba lo que fuera y escucharle. Abrí la puerta de golpe y salí corriendo a la calle tras él. Aún podía verle; cabalgaba a gran velocidad, a punto de  desaparecer de la carretera. Debía alcanzarle, tenía que decírselo... Corrí tras él, sin quitarme los zapatos y con el sonido del roce de mi vestido irrumpiendo en el silencio de la noche.

—¡Christian!—grité—. ¡CHRISTIAN!

No lo hagas, no me dejes. Pero poco a poco fue desvaneciéndose en la oscuridad. Yo seguí corriendo, era mi única oportunidad, no podía perderle. Llegué al final del camino, donde se dividía en dos. Pero ya era tarde, se había ido...

Dejé que mis piernas frenaran. El escozor que sentí en los ojos me nubló la vista. Me senté allí, abatida, en el bordillo de la acera. Habría dado cualquier cosa por poder derramar aunque solo fuera una lágrima, una única lágrima, pero ni rogándole al cielo conseguí que mis ojos lloraran. Me derrumbé por el dolor que me apretaba en el pecho. No pude gritar ni tampoco respirar por el tremendo nudo que me oprimía la garganta y que  penas me permitía gimotear. Mi cuerpo temblaba, ¿todo había terminado? 

Me puse en pie con dificultad, me sentía muy mareada. Tomé aire, pero solo entró a trompicones en mis pulmones. Me quedé ahí plantada durante varios  minutos, en mitad de la carretera, observando el lugar por donde había desaparecido. Cerré los ojos con fuerza. Necesitaba regresar a casa y derrumbarme sobre mi cama. Recogí los pliegues del vestido y emprendí el regreso a través de los árboles. Si los De Cote venían por allí, no quería que me encontraran vagabundeando sola, eso solo complicaría las cosas aún más. Intenté con desesperación no pensar en lo que acababa de ocurrir, pero fracasé. No podía ignorar el hecho de que acababa de perder a una de las personas que más amaba. El aire volvió a ser insuficiente y el sentimiento de soledad volvió a golpearme como un mazo. Si tan solo...

Me detuve en seco, concentrándome por primera vez en el exterior. Pero no había nada a lo que prestar atención; todo estaba sumido en un profundo silencio. Ni el aire rozando las copas de los árboles y meciendo los arbustos, ni los grillos frotando sus alas..., nada. Capté un olor que recordaba perfectamente, una mezcla de alcantarilla, amoníaco y abono de jardín. Comprendí enseguida la razón por la que mi cuerpo entero se había tensado al sentirlo. Sabía lo que significaba, lo intuía. Miré al cielo buscando con ansiedad un rastro de la luna y la encontré tras las nubes. Pero ese hedor...

—Tranquila —susurré a la oscuridad que me rodeaba —. No puede ser eso.

Podía ver la casa no muy lejos de allí. Si me daba prisa tal vez podría alcanzarla. Agarré los pliegues del vestido con fuerza y apreté tanto el paso que podría parecer que corría, pero no lo hice para poder estar más atenta a mis sentidos. Un segundo después, noté un aliento frío en la nuca y una respiración entrecortada acompañada por un crujir de dientes. No paré, pero reduje la velocidad y, aterrada, me volví. No pude ni siquiera gritar, mi voz se quedó congelada en mi  garganta. A menos de dos palmos de distancia tenía el rostro desencajado de una figura mortecina. No podía decir que se tratara de un hombre, a pesar de vestir como tal. Era mucho más alto que yo, y amenazante. Su iris era azul, eléctrico, y su piel blanca, no quiero decir pálida sino completamente blanca, igual que la extraña masa que caía hacia atrás en forma de  abellera. Abrí los ojos como platos cuando lo vi sonreír de forma macabra, enseñando su afilada dentadura. A nadie se le ocurrió comentarme que todos sus dientes parecían colmillos. Ladeó la cabeza muy despacio mientras pronunciaba cada vez más su monstruosa respiración. Su aliento penetró en mi cuerpo y por primera vez sentí frío, un frío espantoso. Sus ojos se tornaron blancos y me miraron como si intentaran atravesarme. Mi cuerpo comenzó a temblar de forma incontenible y la congoja de mi corazón aumentó. Elevó una mano blanquecina hacia mí, con uñas igual de picudas que su dentadura. Horrorizada, temí su roce.

Mi instinto de supervivencia pudo más que la razón y, en ese momento, mi cuerpo reaccionó. Eché a correr tan rápido como pudieron mis piernas. Subí casi saltando las escaleras que  dirigían hacia la entrada rezando para no caerme. Abrí de un empujón y la cerré tras de mí, echando, por primera vez, todos los cerrojos y cadenas que vi justo antes de sentir un fuerte golpe contra ella. Me alejé de la entrada hasta que choqué contra la pared opuesta. Caín y Goliat acudieron a mis brazos. 

La luz de la entrada estalló dejándome a oscuras, agazapada en una esquina. La puerta seguía agitándose con violencia hasta que, de pronto,cesó. No me moví, ni siquiera respiré. Tenía todos los músculos agarrotados, y los oídos tan agudizados que incluso me dolían. Fuera no se escuchaba ni un leve rastro de vida...

Un pequeño grito brotó de mi garganta cuando, sin previo aviso, el reloj anunció la medianoche con doce campanadas. Ese sobresalto me obligó a volver a respirar para tratar de serenarme. Me puse en pie apoyándome contra la pared y encendí todas y cada una de las luces de la planta baja. Con las piernas temblándome me acerqué a la ventana y miré al otro lado. Agudicé aún más el oído; viento, hojas e incluso el aleteo de algún murciélago llegaron a mí. Volvía a haber vida fuera de la casa. Respiré, se había ido. Quité los cerrojos de la puerta, recogí los restos de la bombilla rota y subí a mi habitación.

Mi pequeño encuentro con el guardián había provocado que la última conversación con Christian quedara momentáneamente en segundo plano, pero, una vez sola en la casa, protegida de todo lo que rondara fuera, todo volvió a mi cabeza. Me vi reflejada en el espejo nada más entrar en mi habitación.

Me acerqué a él, mi imagen me devolvió un rostro dolorido, más pálido de lo normal. Ni siquiera el maquillaje que aún me quedaba podía disimularlo. Parecía más muerta que nunca; toda la vida que él me aportaba se había esfumado dejándome con la cruda realidad; no había nada, absolutamente nada, vivo dentro de mí. Deshice, sin ganas, el elaborado peinado de Lisange y el pelo me cayó libre por los hombros; luego, me quité el maquillaje, el color había vuelto a abandonarme,tenía el mismo tono del día que me vi por primera vez en un espejo. Aparté la mirada para no ver mi propio dolor reflejado. Me quité los guantes, el vestido, los zapatos... Todo. Apagué la luz para poder escapar de mi imagen, me metí en la ducha e hice algo que llevaba siglos sin hacer, abrí el grifo del agua caliente. La sensación de frío que la respiración de aquel guardián había dejado en mi cuerpo iba en aumento y no me abandonaba. Dejé que el agua resbalara por mi piel, sin reconfortarme, mientras recordaba cada detalle de esa despedida, cada palabra clavándose en mi silencioso corazón; sus ojos sombríos, su voz fría... 

Lo que debería haber sido una noche mágica había terminado siendo el peor momento que recordaba desde que descubrí que había muerto. Cerré los ojos; ojalá todo fuera tan sencillo como eso para mitigar ese incontrolable dolor que me carcomía por dentro. No era capaz de asimilarlo, todo era demasiado confuso. Cinco, diez, o no sé cuántos minutos más tarde, cerré el grifo y me envolví en una toalla. Alguien hizo sonar un gramófono en la planta baja, una música lenta llegó a mis oídos. Percibí el aroma de los De Cote; ya habían regresado. Sentí unos pasos acercarse a mi habitación y unos golpecitos contra la puerta. No respondí, y entraron. Por el sonido de las telas, estaba segura de que era Lisange. El tacón de sus zapatos resonó contra el suelo, dio una pequeña vuelta y, cuando dedujo dónde me encontraba, sus pisadas se perdieron de nuevo por el pasillo. Agradecí que no dijera nada, que no preguntara en ese momento cómo me encontraba, porque no hubiese sido capaz de ocultarlo. Encharqué todo el suelo al salir de la bañera. No fui consciente de ello hasta que puse un pie sobre el agua fría que se extendía por las baldosas de loza, pero no me importó. No era consciente de nada a mi alrededor. Me faltaba algo, algo que hiciera que tomara consciencia de lo que ocurría. Veía sin mirar, oía sin escuchar, sentía sin sentir...

Apoyé la cabeza contra la pared húmeda por la nube de vaho y dejé que mi espalda resbalara hasta que quedé sentada en el suelo, aovillada, abrazada a la toalla. De pronto,comencé a tiritar de forma descontrolada y mi cuerpo se estremeció de frío. Me rodeé los brazos y eché la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados, en un vano intento de que eso me ayudara a olvidar la extraña e incomprensible sensación que se había apoderado de mí. Me cubrí el rostro con las manos y, entonces, me di cuenta de algo. Las aparté de inmediato, asustada, su sola idea me aterraba. Alcé mis muñecas por la nariz, con miedo, luego mis brazos, mi pelo..., y no encontré lo que tanto ansiaba, a pesar de inhalar con desesperación, buscando un rastro suyo, un rastro de su aroma en mi piel..., pero ya no estaba. Mis ojos se encharcaron sin derramar ni una lágrima; había perdido su olor, mi labio empezó a temblar, pero esta vez no era de frío.

Un pesado nudo se apostó en mi garganta, inspiré grandes bocanadas de aire para poder liberarlo, pero fue inútil. Los jadeos se convirtieron en gemidos. Se había ido, se había ido del todo. Sollocé más fuerte. El dolor de la verdad me abofeteó con fuerza; había dejado escapar mi única posibilidad de ser feliz. Me cubrí la boca con la mano conteniendo el aliento mientras mi cuerpo se retorcía de dolor, y allí, encerrada en el suelo de aquel baño, aprendí a llorar sin lágrimas.

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