Trilogía Éxodo (Éxodo, Revela...

By AnissaBDamom

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Voy a darte los tres consejos que a mí no me dieron. Este es el primero: Olvida todo lo que te han contado: l... More

Prólogo
Parte I
Capítulo 2 I
Capítulo 2 II
Capítulo 2 III
Capítulo 3 I
Capítulo 3 II
Parte IV
Parte V
Parte VI
Parte VII
Parte VIII
Parte IX
Parte X Día de vaqueros parte 1
Parte XI Día de vaqueros parte 2
Parte XII Cazador Cazado I
Parte XIII Cazador Cazado Parte II
Parte XIV Dolor, simple y llanamente, dolor
Parte XV Dolor, simple y llanamente, dolor II
Parte XVI Dolor, simple y llanamete, dolor. III
Monstruos
El día en que un sueño perturbó mi mente
El día en que un sueño perturbó mi mente 2
La magia no existe
La Magia No Existe. Parte 2.
La Magia No Existe. Parte 3
¿Quién dijo miedo?
Nadie se acerca a la mansión de los De Cote
La historia de Lisange
La historia de Lisange. Parte II
Gatos
Gatos. Parte II
Gatos. Parte III
Lavisier
«La inmortalidad solo tiene sentido si encuentras la razón para vivirla»
«La inmortalidad solo tiene sentido si encuentras la razón para vivirla» Parte 2
Todo es demasiado complicado
Todo es demasiado complicado. Parte 2
Todo es demasiado complicado. Parte 3.
Dudas
Dudas. Parte 2.
Estudiar demasiado puede alterar gravemente la imaginación
En la boca del lobo
En la boca del lobo. Parte 2
Miradas que matan
La Orden de Alfeo
La Orden de Alfeo. Parte 2.
No Soy Fuerte
No Soy Fuerte. Parte 2
Sangre
Sangre. Parte 2
Acción
Adiós
REVELACIÓN (ÉXODO II)
REVELACIÓN: El amor es el principio del fin
A golpe de latidos
A golpe de latidos (II)
Sorpresas desagradables
Contradicción
Sentimientos de culpabilidad
Cuestión de seguridad
Somos polvo de estrellas
«Vacaciones»
«Vacaciones» Parte 2
El hielo también quema
El hielo también quema. Parte 2.
Pesadillas (Parte 1)
Pesadillas. Parte 2.
Amistades peligrosas . Parte 1.
Amistades peligrosas . Parte 2.
Regreso al instituto. Parte 1.
Regreso al instituto. Parte 2.
Érase una vez un ángel llamado Jerome. Parte 1.
Érase una vez un ángel llamado Jerome. Parte 2.
Locuras varias. Parte 1.
Locuras varias. Parte 2.
Especialista en tratos suicidas. Parte 1
Especialista en tratos suicidas. Parte 2
Por fin, un soplo de aire fresco. Parte 1
Por fin, un soplo de aire fresco. Parte 2
No siempre es fácil olvidar el pasado. Parte 1
No siempre es fácil olvidar el pasado. Parte 2
SEGUNDA PARTE - Nada, absolutamente nada, tiene sentido.
Nada, absolutamente nada, tiene sentido. Parte 2
Amores que matan. Parte 1
Amores que matan. Parte 2
Decepciones
Un grito vale más que mil palabras
Intrusos y otros animales. Parte 1.
Intrusos y otros animales. Parte 2.
Creando lazos con... la comida
Noche de muertos vivientes
La pequeña carnicera. Parte 1.
La pequeña carnicera. Parte 2.
Justo cuando una cree que no puede ocurrir nada más
Quien dijo que el amor duele, no tenía ni idea. Parte 1.
Quien dijo que el amor duele, no tenía ni idea. Parte 2.
Trastorno de personalidad
Secuela de mi historial de tratos suicidas
Secuela de mi historial de tratos suicidas. Parte 2
Números
No es malo pedir ayuda, ¿verdad? Parte 1
No es malo pedir ayuda, ¿verdad? Parte 2
Cuestión de fe. Parte 1
Cuestión de fe. Parte 2
PARTE 3 Confesiones I
PARTE 3 Confesiones II
Palabras mayores
¿Normalidad? Parte 1
¿Normalidad? Parte 2
Los polos opuestos no siempre se atraen
Grandes predadores
Amarga realidad. Parte 1
Amarga realidad. Parte 2
El amor es cruel
Hogar, ¿dulce? hogar
Un mazazo de realidad. Parte 1
Un mazazo de realidad. Parte 2
Confianza
El circo
Y el muro cayó...
JUECES
Parte I
Vacío.
A palo seco
La madriguera del lobo
Sorpresas varias
A la deriva. Parte I.
A la deriva. Parte II.
Interrogatorio. Parte I.
Interrogatorio. Parte II
Historias de terror. Parte I.
Historias de terror. Parte II.
Entre bambalinas. Parte I.
Entre bambalinas. Parte II.
Opciones
Hambre. Parte I
Hambre. Parte II
Espejito, espejito, ¿quién es la más bella? Parte I
Espejito, espejito, ¿quién es la más bella? Parte II.
Con Piel de Cordero. Parte I.
Con piel de cordero. Parte II.
Con piel de cordero. Parte III.
Con piel de cordero. Parte IV.
Un silencio dice más que mil palabras. Parte I.
Un Silencio vale más que mil palabras. Parte II.
Sobre la razón y el corazón Parte I.
Sobre la razón y el corazón Parte II
Sobre el corazón y la razón. Parte III
SEGUNDA PARTE
Verdades y mentiras. Parte I
Verdades y mentiras. Parte II
Centro de atención
En carne viva... Parte I
En carne viva... Parte II
Ira. Parte I
Ira. Parte II
Fuego. Parte I
Fuego. Parte II
Caída libre. Parte I
Caída libre. Parte II
Caída libre. Parte III
Caída libre. Parte IV
Plan. Parte I
Plan. Parte II.
Plan. Parte III.
En primera línea
A hurtadillas. Parte I
A hurtadillas. Parte II
Gran Predador. Parte 1
Gran Predador. Parte 2
Pasado Imperfecto
Pasado imperfecto 2
Animal
El origen de todo
El origen de todo II
Eternidades cruzadas
Eternidades cruzadas II
Recuerdos del pasado
Recuerdos del pasado II
Lealtad

Cinturón negro de kárate

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By AnissaBDamom


Cinturón negro de kárate

—¿Se ha marchado ya Lisange?

Bajé corriendo las escaleras intentando calzarme las zapatillas en condiciones. Estuve a punto de tropezar con Caín... O Goliat. Al gato no se le había ocurrido mejor idea que aovillarse en mitad de las escaleras.

—Sí, tenía que hacer unas cosas antes. Me ha dicho que te vería allí a las nueve en punto —me dijo Flavio, con un pequeño cubito de hielo en la boca.

Miré el reloj y suspiré, no iba tan mal de tiempo. Me detuve frente al espejo que había junto a la puerta intentando encontrar una solución de última hora para mi pelo, pero el reflejo me recordó que ahora lo lucía brillante y peinado.

Sonreí y me volví hacia Flavio.

—Bueno, me voy, te veo luego.

Salí veloz de casa. Por suerte estaba nublado y el sol no llegaba a La Ciudad, pero el calor que sentía era como de cuarenta grados a la sombra. Me resultó terriblemente tentador regresar y pedirle a Flavio que me acercara, pero deseché la idea; si me daba prisa, no tardaría mucho en llegar. No estaba muy lejos y, a pesar de la temperatura, yo seguía prefiriendo ir al aire libre, en especial desde que podía apreciar los matices con tanta claridad.

Llegué a una de las calles principales, prácticamente vacía. Casi todo el mundo estaba ya trabajando y los que no, arrancaban los últimos minutos a sus despertadores antes de levantarse. Lo peor de esos días en los que La Ciudad parecía desierta era que, si en las avenidas principales apenas había gente, en las pequeñas y estrechas callejuelas que serpentean por el interior ya no encontraba ni un alma y ese era, cómo no, el camino que yo debía tomar. Me adentré un poco más. La proximidad de unos edificios con otros impedía la entrada de la luz del sol. Solo había atravesado esa zona un par de veces en el tiempo que llevaba allí, y había sido antes de transformarme. La rodeaba una atmósfera de inquietud, algo que me ponía bastante nerviosa. Nunca había visto a nadie en ellas, pero era como si cientos de ojos estuvieran puestos en cada uno de mis movimientos. Por mucho que ahora fuera lo que era, ese lugar me intimidaba. De haber sido un poco más lista, habría pensado en dar un rodeo; sin embargo, ese era el único camino que conocía.

Me detuve. Mi oído sobrenatural captó unos pasos que se acercaban a mí, nerviosos y pesados; alguien me seguía. Continué andando, ahora más despacio, pendiente de cada pisada que llegaba a mis oídos. Eran lentas y resonaban en la acera y en los pequeños charcos de agua del suelo. Un segundo más tarde, se hicieron más rápidas y, después, corrían. Entonces,yo también eché a correr.

Algo pasó por mi lado a toda velocidad aferrando la correa de mi bolso. No le vi ni siquiera la cara. Como acto reflejo, yo también la sujeté y tiré de ella. Mi movimiento fue tan fuerte, que el extraño se elevó en el aire y fue a dar contra la pared del edificio opuesto, cayendo al suelo, inconsciente, entre dos contenedores de reciclaje. No podía haber imaginado que pasaría eso.

Miré en su dirección, asustada, pero no me atreví a acercarme a ver si se encontraba bien. Huí de allí veloz, zigzagueando entre las callejuelas, con la sensación de que alguien me seguía de cerca. Miré hacia atrás, pero no había nadie. Continué corriendo sin parar hasta que salí de nuevo a la avenida principal. Allí choqué contra algo y caí al suelo.

—¿Estás bien?

—¡Flavio! —jadeé.

Me tendió una mano para ayudarme a ponerme en pie.

—¿Qué ha ocurrido?

—Un hombre ha intentado robarme —dije tratando de que mi respiración volviera a normalizarse.

Él pareció contrariado.

—¿Dónde está?

—No lo sé, pero no creo que esté bien. —Miré hacia atrás asustada de mí misma—. Creo que le he hecho daño.

Su expresión se tensó.

—¿Le golpeaste?

—No era mi intención; he tirado de la correa y, al hacerlo, lo he lanzado contra una pared.

Frunció el ceño.

—¿Crees que os ha visto alguien?

—No, la calle estaba abandonada.

—Muéstramela.

Guié a Flavio de nuevo a través del interior; no me costó encontrar el lugar. Sin embargo, yo me quedé atrás mientras él inspeccionaba la zona.

—¿Estás segura de que es aquí? —me dijo mirando a su alrededor.

—Completamente.

Unas finas líneas cruzaron su frente.

—¿Qué ocurre? —pregunté con ansiedad.

—Aquí no hay nadie, debería estar inconsciente, a menos... —Se giró hacia mi con los ojos entornados— a menos que hayas aprendido a controlar tu fuerza y el golpe no haya sido tan grave.

—Lo ha sido, te lo aseguro. Ha salido disparado contra la pared. —La imagen regresó a mi mente y di un paso hacia atrás.

—No era humano—reflexionó para sí mismo—. De serlo debería estar, al menos, aturdido. —Volvió a mirar a su alrededor, con los sentidos agudizados.

—¿Qué quieres decir?

—Alguien intenta averiguar si te has transformado.

—¿Quién?

—No lo sé, pero hazme un favor, Lena, evita este tipo de calles.

Asentí, desde luego que lo haría. Regresamos de nuevo a la civilización, donde el bullicio ya se había despertado entre los habitantes.

—¿Cómo me has encontrado?—le pregunté.

—He pensado que no llegabas a tiempo y te he seguido con el coche.

—¿Debería preocuparme por lo que acaba de ocurrir?

Él dudó.

—Tienes que cuidarte de no mostrar tus habilidades en público.

—No ha sido voluntario —me defendí—, yo misma me he sorprendido, no he podido controlarlo.

—Debes hacerlo. No me cabe la menor duda de que existe un buen número de guardianes y grandes predadores que estarán encantados de saber que hay un nuevo cazador en la ciudad.

—Hizo una pausa—. Los hay que no van solos, Lena, es muy probable que en ese lugar hubiese más de uno acechando.

—Gracias por ayudarme —contesté, avergonzada por la situación.

—Vamos, te acompañaré.

Iba a preguntarle a dónde cuando, de pronto,recordé.

—¡Lisange!

Se me había olvidado por completo. Debía de estar esperándome desde hacía por lo menos media hora. Lo miré con pavor y él asintió.

Lisange jugueteaba con el reloj al borde de la histeria cuando conseguimos verla junto a la entrada.

—Te veré esta noche, Lena —dijo dándome un pequeño beso en la frente—. Que tengas un buen día.

—¿No vienes? Sonrió cortés.

—Debo ir al trabajo.

—Oh, de acuerdo.

—Lisange te tratará bien —bromeó.

—Sí —sonreí—, lo sé. Gracias por todo, de nuevo.

El rostro de Lisange se relajó por completo cuando me vio llegar.

—¡Por fin! —exclamó abalanzándose sobre mí y tomándome del brazo—. Creía que te habías arrepentido.

—No, siento el retraso. —Eché una última y fugaz mirada hacia el coche mientras desaparecía por la carretera.

Atravesamos las verjas y el pequeño caminito que nos separaba de los grandes portones del edificio. Estaba segura de que, de poder, Lisange avanzaría dando saltitos de emoción. Los exámenes llegan a ser muy importantes para mucha gente, pero apasionantes...

Ya había muchos jóvenes cuando entramos. Pasaban de una estancia a otra hablando animadamente. Lisange miraba a su alrededor, admirando cada pequeño detalle con los ojos demasiado abiertos, incluso para ella. Todo era de madera cobriza: las paredes, los muebles, el parqué del suelo... Una elegante alfombra cubría casi la totalidad del gran vestíbulo y una antiquísima lámpara colgaba del techo.

Atravesamos varias salas, pero ella no parecía interesada en el contenido de las mesas que se esparcían por todas partes, abarrotadas de formularios y folletos de las diversas carreras y universidades, alrededor de las cuales se agolpaban un buen número de los alumnos, con las cabezas muy juntas entre ellos y hablando en susurros.

—¿No quieres información? —le pregunté cuando pasamos por la quinta habitación sin acercarnos siquiera un poco a ninguna de las mesas.

—Tengo cientos de informaciones; solo quiero sentir este ambiente, estar aquí dentro entre tanta gente normal, como una alumna más. —Me miró, los ojos le brillaban—. ¿No es emocionante?

Seguramente, el hecho de haber sido una más de ellos toda una vida era la razón por la cual yo no lo veía con la misma emoción. De todas formas, ella no aguardó respuesta alguna. Tiró de mi brazo y me hizo atravesar todas las salas, admirándolas una por una y analizando a cada uno de los estudiantes, con miradas tan penetrantes que en ocasiones debía darle un codazo para avisarle de que se estaban dando cuenta de su poca disimulada observación.

Tras perder la cuenta del número de vueltas que llevábamos, tuve que recordarle por qué habíamos venido. Puso cara de espanto y me arrastró hasta el improvisado mostrador que habían colocado al final de una aula repleta de sillas donde la gente rellenaba sus impresos. Le dimos toda la documentación a la señora que se encargaba de guardar todo el papeleo, una mujer con el pelo recogido hacia atrás, gafas de media luna con cadena y boca fruncida. Después de examinar detenidamente nuestros papeles, nos entregó dos solicitudes.

—Rellenadlas con toda la información y traédmelas de nuevo —nos indicó.

Nos sentamos en el fondo, la única zona que aún tenía sitios libres, y examinamos los impresos. La verdad es que lo mío era un mero juego, porque Flavio ya había acordado con el colegio que yo haría mis pruebas ahí, pero Lisange sí que debía hacerlo porque también se presentaba a los exámenes preuniversitarios. A mí aún me faltaba un curso para eso.

—¿Menores de 25? —leí por encima del formulario de Lisange.

—No creo que haya ninguno para mayores de cien —comentó ella emocionada.

Un chico pasó por nuestro lado y se nos quedó mirando.

—Podrías haber cogido el de mayores, ¿no crees?

—Creo que me he ganado el derecho a quitarme unos años.

—Unos cientos de años querrás decir —apunté. Ambas reímos.

—La edad no importa cuando no envejeces. E, incluso en nuestro mundo —me susurró acercándose más a mí—, soy bastante joven.

—Entonces, ¿yo que soy? —pregunté con los ojos muy abiertos—. ¿Un bebé?

—Sí, eso se acerca bastante. —Me sonrió mostrando su perfecta dentadura.

—Genial —dije sarcásticamente—, así que aún tendré que esperar unos cientos de años hasta que pueda ganarme un respeto.

—Pobre niña quejica... —se mofó.

Le hice una mueca burlona pero, en ese momento, sus ojos se desviaron hacia la entrada de la sala.

—No puede ser —susurró ella de pronto, encogiéndose, sin dejar de mirar hacia allí—. ¿Qué hace aquí Silvana?

—¿Quién?

Seguí el trayecto de su mirada hasta la entrada. Justo allí, una chica alta y rubia oteaba la sala con interés.

—Una humana que acosa a Liam —explicó entre dientes—. Le sigue a todas partes.

La miré confundida.

—Creía que no nos relacionábamos con la gente normal.

—El problema es otro: él la esquiva, pero ella está obsesionada —soltó un bufido—, o peor..., ¡enamorada!

Lisange entornó los ojos, como si intentara ver a través de la chica.

—No entiendo por qué está aquí, si ella ya estudia en la universidad.

Se sentó junto a un chico rubio con el cabello aún más claro que el suyo. Él también estaba rellenando formularios.

—Se parecen mucho —señalé—. Quizá sean hermanos.

—Sí, seguramente. —Apartó la mirada de ella y volvió a concentrarse en el papel que tenía enfrente—.Terminemos pronto y vayámonos de aquí; tenemos mucho por hacer.

A la salida del edificio, Lisange me obligó a buscar algo bonito para la fiesta. No sé cuántas tiendas visitamos, pero desde luego pasamos por tres ciudades distintas, entrando en todas las boutiques que Lisange encontraba a nuestro paso. Tenía un talento natural para encontrar esas tiendas.

Las dependientas se maravillaban al verla entrar, no sé si por su apariencia de modelo o por la abultada tarjeta de crédito. Quizá fueran ambas cosas. Era una de esas pocas personas que pueden presumir de tener estilo; un estilo sencillo, elegante y nada cargado.

La conocían en la mayor parte de los lugares que visitamos. Agotó a todos los empleados y yo estuve probándome prenda tras prenda, pero nada satisfacía a Lisange. Cada vez estaba más segura de que ella buscaba algo que no existía. Sin embargo, aprovechó la situación para cargarme con unas cuantas bolsas de ropa nueva para mi armario, pero esta vez fue distinto porque, al menos, me dejó elegir a mí. Era tan buena clienta, y estaban tan maravillados con ella, que muchos diseñadores le regalaban prendas. Yo estaba asombrada, por supuesto. Ya puestos, me sorprendía que Lisange no hubiera sido portada de alguna revista de belleza. Y, en cambio, nunca la había visto mirarse en el espejo más de lo necesario o fardar de su belleza o siquiera presumir. Seguramente era algo que tenía asumido, algo que formaba parte de ella y que había aprendido a ignorar a lo largo de los siglos.

Llegamos tarde a casa. Lisange estaba algo decepcionada por no haber encontrado lo que buscaba para mí.

—¿Qué vas a ponerte tú? —dije para intentar animarla mientras soltaba las bolsas sobre un sillón.

—¿Quieres verlo? —contestó volviéndose hacia mí con los ojos que le brillaban.

—Claro. —Sonreí, estaba segura de que se moría de ganas por enseñármelo.

—Acompáñame a mi dormitorio.

Su habitación no era nada parecida a la mía, de hecho, ahora que la veía tenía la sensación de que mi cuarto desentonaba completamente con el resto de la casa. La de Lisange era por lo menos el doble de grande y antigua. En lo único que mi pequeño dormitorio ganaba al suyo era en sencillez.

Sus ventanas, al contrario que las mías, iban del techo al suelo, cubiertas por pesadas cortinas de color crema sujetas con borlas doradas. Los muebles eran de madera brillante y pulida, pero lo que de verdad la diferenciaba era la increíble cama que resplandecía en el centro de la pared lateral. Era enorme, incluso tenía unos curiosos escalones para subirse a ella, y estaba engalanada con un magnífico dosel de seda del mismo color que toda la tapicería. Justo enfrente destacaba una gran chimenea, por supuesto, tapada. Sobre ella había un gran óleo enmarcado. Lisange me observaba desde el retrato, pero no tal y como yo la conocía; su mirada era más inocente, y sus ojos, en vez de negros como la noche, eran azules, el azul más intenso que había visto nunca antes, y su piel, a pesar de ser también pálida, poseía un leve rubor rosáceo en las mejillas.

Sentí una punzada en el costado; ella siempre había sido guapa.

—Es precioso —susurré.

Lisange se acercó a mí y lo contempló durante un instante a mi lado, pero sin la misma emoción, como era normal.

—Lo terminaron una semana antes de mi muerte —dijo pasando un dedo por el lienzo—, no recuerdo si llegué a cumplir los dieciocho. La primera vez que lo vi, ya era tarde.

La miré a ella y de nuevo al retrato: ahora era incluso más impresionante.

—Entonces, siempre fuiste guapa, tuvo que ser bonito sentirse así...

—Tú también lo eres, y lo serás aún más.

—¿Qué quieres decir? —pregunté sin comprender.

—Al contrario que a los humanos, a nosotros el paso del tiempo nos beneficia; si estamos bien alimentados, ganamos belleza con los años.

Pensé en ello, la verdad es que eso era un gran punto a favor, para qué negarlo, algo alentador que ayudaba a cargar con la perspectiva de varios siglos de existencia por delante.

—Vaya, por eso Liam...

—Él ya era imponente antes de morir —reconoció.

—Al igual que tú —señalé.

—La belleza a mí no me sirvió de nada, Lena.

Me volví, apoyando la espalda contra la repisa de la chimenea.

—Ojalá pudiera tener algún recuerdo de mi antigua vida.

—Aún es pronto.

—Siempre decís lo mismo, pero me pone nerviosa no saber nada de mí. ¿Quién me garantiza que no fuera una persona cruel?

—No creo que lo fueras, Lena, lo serías aquí también.

—Tal vez me suicidara... —aventuré.

Dejó su pañuelo sobre el descalzador y volvió a hablarme.

—No lo creo, no pareces el tipo de persona que buscaría su propia muerte. —Aparté la mirada, estaba claro que ella no me conocía tan bien como pensaba—. Además —siguió— no es tan... sencillo. Hace falta un gran número de factores para que llegues a esta «vida». Reunir muchas características, no físicas, sino psicológicas. Entre ellas una gran fuerza mental y otras muchas que nosotros no conocemos. Y, aunque alguien reuniese esas peculiaridades, debe ser aprobado por el Ente.

—¿Qué es el Ente? —pregunté, no había oído nunca hablar de eso.

—Es algo parecido a una sociedad pequeña que controla esas cosas. Está formado por cazadores, guardianes y grandes predadores. A decir verdad, son quienes ordenan todo esto..., especialmente el tema del equilibrio. Son muy importantes.

—Eso no me lo había contado Christian...

—Serás más feliz si olvidas todo el lado negativo de este asunto.

Caminó hacia un gran baúl colocado bajo la ventana y sacó algo enorme, un montón de tela junta. Lo extendió ante mí y tuve que esforzarme para no abrir la boca del asombro. Lisange extendía sobre su cuerpo un maravilloso traje de época de color verde pastel, muy claro. Dados mis escasos conocimientos en historia de la moda, solo puedo decir que ese traje era, sin duda, del tipo de María Antonieta.

Era francamente bonito y demostraba que Lisange no siempre había lucido ese estilo simple pero elegante que ahora la caracterizaba.

Tenía un escote cuadrado decorado con pequeños lazos que descendían en columna en la parte frontal del corpiño. Las mangas parecía que se ajustaban hasta los codos, de donde luego salían pequeños volantes de encaje blanco.

Tal y como lo veía, era enorme, en especial por el volumen de la falda. Nunca había visto tanta tela junta en una única prenda, y eso que supuse que solo era la última capa. La cantidad de cosas que tendría que ponerse para armar ese vestido tenía que ser sorprendente.

—Lisange..., es precioso —dije impresionada.

—Hace siglos que no me lo pongo, literalmente hablando, pero lo he mantenido bien cuidado porque me encanta.

—Te quedará genial.

—La última vez que lo llevé fue... —hizo una mueca—el día de mi muerte. —Meditó un segundo. Luego forzó una sonrisa—. Me he negado a volver a ponérmelo durante todo este tiempo —dijo mirándose en el espejo de cuerpo entero que había junto a la ventana.

—Voy a desentonar más de lo normal a tu lado. —Intenté reír para quitar presión al ambiente.

Ella parpadeó y volvió a mostrarse alegre.

—Te sorprenderá lo que verás allí —me dijo sonriendo—. Cada uno viste conforme a la época en la que murió, por eso yo llevaré esto y lo tuyo será más actual.

—¿Y... los humanos?

—Ellos piensan que deben ir disfrazados de época o vestir de gala, pueden elegir, así no se sorprenden.—Soltó una carcajada y volvió a mirarse en el espejo, pensativa—. Ven a mi lado —me llamó. Acudí junto a ella y colocó el traje sobre mi cuerpo—. Tienes razón, Lena, vas a desentonar demasiado. No puedes ir vestida conforme a esta época; harían demasiadas preguntas. ¿Una cazadora recién nacida? Todos intentarán saber cosas acerca de ti... No quiero hacerte pasar por eso —dijo mordiéndose el labio inferior—.Tenemos que buscarte algo menos reciente, pero tampoco tan antiguo como esto, porque se notaría que eres mucho más joven...

Dejó el vestido sobre la cama y dio una vuelta a mi alrededor, evaluando algo y dándose pequeños golpecitos en la punta de la barbilla con un dedo, pensando. De pronto,sonrió triunfal.

—¿Qué te parecería algo de principios del siglo XIX?

—¿En qué estás pensando? —contesté retrocediendo un paso.

—Creo que conservo algo de esa época.

—Me estás asustando.

—Tengo uno blanco, precioso. Te quedará perfecto y resaltará ese aire inocente que tienes.

Me resigné.

—Prométeme que no me arrepentiré por fiarme de ti.

Desplegó su mejor sonrisa.

—No te arrepentirás, te lo aseguro.

Pero no me lo enseñó. En lugar de eso, me obligó a pasar toda la noche sumergida en agua helada para poder estar «fresca» al día siguiente. Así que me quedé ahí dormida, flotando entre cubitos de hielo.

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