Dolor, simple y llanamente, dolor
Regresé a casa lo más rápido que pude, mirando cada dos por tres a mis espaldas. Cuando llegué, subí a mi habitación a toda velocidad, librándome de milagro de los De Cote y del incómodo interrogatorio al que me someterían si me veían así. Tiré la ropa directamente a la basura; destrozada y ennegrecida por los golpes y la gravilla, yo misma estaba cubierta de toda esa suciedad. Me metí en la ducha y dejé que el agua limpiara mi cuerpo mientras intentaba pensar en lo ocurrido. Ahora tenía muy claro que no pensaba aceptar ese trato. Debía idear un plan C, o D, o el que fuera; definitivamente, aquella no iba a ser la solución.
Explicarles a los De Cote el estado de mi brazo fue bastante más complicado de lo que había esperado. No tardaron ni una hora en darse cuenta de que pasaba algo y ni dos minutos en echar por tierra mi versión sobre una dura caída por una calle empinada. Pero era imposible que imaginaran la verdad de los hechos, como bien dijo Christian; a nadie se le ocurriría ir en busca de un gran predador, así que no les quedó más remedio que fingir que me creían. Flavio se mostró bastante comprensivo en el momento de volver a colocármelo en su sitio.
Aproveché la caída como excusa para no salir y que- darme en la habitación. Era posible que él estuviera de nuevo allí, en la biblioteca, y no quería arriesgarme a verle después de haberle encontrado en aquel estado. Nada me garantizaba que no quisiera matarme en mitad de la calle. Me estremecí y me cubrí la cabeza con las mantas. Todo volvía a ser muy complicado.
No volví a ver a Christian en los días siguientes. En el fondo sabía que eso era lo correcto, pero lo que no esperaba fue la reacción de mi cuerpo y de mi mente. Pocos días después comencé a deprimirme, a darme cuenta de que necesitaba tenerlo cerca; esos momentos en los que me hablaba, incluso cuando lo hacía molesto, eran los únicos en los que conseguía evadirme de la odiosa frustración. Así que, a pesar de estar evitándole, cada vez que salía me sorprendía a mí misma buscando con ansiedad su coche negro. Lisange me miraba de reojo y juraría que bufaba para sí. Estaba segura de que se había dado cuenta de mi reciente obsesión por volver a ver a Christian, y eso empeoraba las cosas. Flavio había insistido de pronto en mandarme una serie incesante de trabajos y ejercicios, seguramente apremiado por Lisange, para que olvidara a Christian de una vez. Así que me vi en la obligación de acudir de nuevo a la biblioteca, aunque me mantenía siempre muy cerca de nuestra mesa, sin levantar la vista de los libros por miedo a encontrar un par de grandes ojos negros fijos en mí.
La proximidad de los exámenes ocasionó que, de pronto, todo el lugar se viera atestado de gente. No me gustaban las multitudes y me sentía incómoda. Sin embargo, a Lisange seguían sin molestarle los ojos curiosos que se clavaban en nosotras, ella continuaba evadida en sus propios mundos ahora abarrotados de nuevos conocimientos. En los últimos días nos quedábamos hasta que cerraban. A mí ya me daba igual pasar las horas muertas allí que tirada en alguna par- te de la casa. Lisange, en cambio, adoraba aquel lugar y se esforzaba en estudiar cosas que iban mucho más allá de lo exigido para las evaluaciones. Ella tenía todo lo que a mí me faltaba.
Ese día las miradas me molestaban más de lo normal; incluso Lisange me observaba. Quizá fuera por la manera en que respiraba. No sabía la razón, pero desde esa mañana era como si me estuviera asfixiando y había vuelto a dolerme todo el cuerpo, pero con más intensidad que antes.
Hacia el final de la tarde, empecé a sentir un extraño zumbido. Sacudí la cabeza intentando disiparlo y un dolor muy intenso, como el del flato después de haber corrido más allá de tus posibilidades, se instaló en el lugar donde debía latir mi corazón. Todo el dolor que había estado intentan- do ignorar regresó con fuerza. Cerré el libro que tenía ante mí. Me había impresionado lo que había leído en él, así que seguramente todo fuera una reacción a su contenido. Pero el zumbido fue en aumento y Lisange seguía observándome confusa.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Sí —mentí. La mano derecha me empezó a temblar y me apresuré a esconderla bajo la mesa antes de que ella pudiera verla—. Creo que voy a dar una vuelta; necesito despejarme.
Huí a la esquina más alejada y escondida de la biblioteca. Estaba rodeada de estanterías, así que pude refugiarme allí sin que nadie se diera cuenta. Esa zona siempre parecía especialmente desierta. Intenté leer los títulos para averiguar la razón, pero lo veía todo muy borroso. Algo en mi interior se convulsionó, me doblé y me precipité al suelo impulsada por un fuerte mareo. Comencé a hiperventilar, pero la asfixia cada vez era mayor. Apreté los dientes y contuve la respiración para no gritar.
—Lisange... —musité entre espasmos.
Solo con ese movimiento,una oleada de dolor me golpeó con violencia. Me aferré como pude a una de las baldas de la estantería e intenté ponerme en pie, pero una nueva sacudida hizo que mi mano resbalara y volví a caer. ¿Qué estaba ocurriendo?
—¡Lena! —Lisange me sujetó antes de que pudiera tocar el suelo—. Vamos ahora mismo a casa —susurró cargándome sobre su hombro.
Salimos por la puerta trasera antes de que nadie fuera capaz de ver el lamentable estado en el que me encontraba. Lisange me ayudó a entrar en el coche y no frenó ni una sola vez hasta que llegamos frente a la puerta de casa. Me cogió en brazos y subió a toda prisa las escaleras que conducían a la entrada.
—¡Liam! —gritó nada más abrir la puerta de una patada—. ¡Se está transformando!
—¿Qué? —pregunté casi con miedo.
Liam apareció a toda prisa por el marco de la puerta con la misma expresión que Lisange.
—Liam... —repitió.
—Lo he oído —dijo, sujetándome ahora él. —Vayamos a su habitación.
Lisange nos precedió hasta ella. Una vez allí, acosada por una repentina prisa, se dirigió hacia las ventanas que yo siempre mantenía abiertas, corrió las cortinas y accionó dos aparatos de aire acondicionado que yo no había visto has- ta entonces. Liam me depositó con cuidado sobre la cama mientras Lisange buscaba algo en el armario, y luego miró la calle.
—Ya es de noche; mejor —sentenció—. No hay riesgo de que pase ningún humano por aquí.
Sus voces me llegaban lejanas, como si estuvieran en otra habitación o se me hubiera metido agua en los oídos. Sentí otro golpe de dolor y ambos se volvieron hacia mí; una alarma se despertó en mi interior.
—¿Llamamos a Flavio? —preguntó Lisange con un hilo de voz; de pronto parecía mucho más preocupada.
—No llegará a tiempo.
Lisange respondió algo, pero no pude entenderlo; ahora todo se movía y las palabras se perdían en el aire. Me aferré a la almohada y la apreté con fuerza al sentir un nuevo latigazo. Cada vez eran más frecuentes y mucho más dolorosos. Había dejado de pensar con claridad.
—Todo se mueve —exclamé sin saber muy bien si había conseguido que mi voz se oyera o si solo se había queda- do en un pensamiento.
Ambos me miraron con preocupación.
—Lena..., intenta relajarte.
Volví a hiperventilar justo antes de gritar de nuevo. Me retorcí y, entonces, me quedé casi inconsciente.
—Liam, esto no es normal.
—Lo sé. —Él se acercó a mí y tomó mi cabeza entre sus manos—. ¡No os durmáis! ¡Abrid los ojos!
—Liam —la voz de Lisange estaba acongojada—,¿qué pasa si no lo supera?
—No va a morir, no vamos a permitir que eso suceda...Lena, abrid los ojos.
Intenté hacerle caso; mis párpados vibraron, pero fui incapaz de abrirlos.
—Lena...
Mi voluntad se quebró y me dejé caer en la nada.
—¡Lena! —instó zarandeándome ligeramente.
Me hundía en un abismo cada vez más oscuro y profundo. Tenía miedo, pero me sentía bien, ahí no había dolor ni ese vacío que provocaba no recordar mi pasado. Era tan... apacible. Mi cuerpo se destensó por completo.
—Liam... —Lisange apenas podía controlar su voz—, ¿ha... muerto?
¿Así que eso era lo que me estaba ocurriendo? ¿Estaba muriendo de nuevo?
—Aún no. —La voz de Liam era grave y apresura- da—. Sujetadla.
No sentí las manos de Lisange aferrándome contra la cama. Toda mi atención recayó en un sonido metálico, como el de un cuchillo al salir de su vaina. Pasaron unos segundos en los que no escuché nada más que mi respiración de nuevo, rápida y desacompasada. De pronto,curvé la espalda con un horrible espasmo de dolor y eché la cabeza hacia atrás sin poder contener un grito. Apreté la mandíbula con fuerza para evitar un nuevo alarido, hiperventilando a través de los dientes con todo el cuerpo agarrotado. En un esfuerzo sobrehumano, abrí los ojos y vi a Liam sujetándome el brazo y presionándolo con una cuchilla ensangrentada. Por encima de su muñeca, también resplandecía un profundo corte. Me concedió una leve tregua, que aprovechó para evaluar algo, pero poco después volvió a hundir la hoja en mi brazo.
—¡PARA! —supliqué entre jadeos—. ¡POR FAVOR, PARA! Lisange me puso una mano en la frente y me obligó a mantener la cabeza apoyada contra la almohada mientras me retorcía intentando liberarme de ellos. Poco después, Liam soltó mi herida. Respiré, intentando recuperarme. Eché un vistazo a mi alrededor con la mirada nublada y perdida, como si estuviera drogada. Apenas era consciente de que sollozaba en susurros, ni de que todo mi cuerpo temblaba de arriba abajo.
—¡Lena! —exclamó Lisange desde algún abismo lejano; parecía algo aliviada. Luego se volvió hacia Liam—. ¿No hay nada que podamos darle?
—No, debe pasar por esto.
—Voy a avisar a Flavio —dijo saliendo por la puerta. Liam se acercó a la ventana y miró un momento al exterior.
—Lisange... —llamó siguiéndola veloz por la puerta.
Parpadeé con pesadez. Debía huir de esa habitación, me faltaba aire. Reuní las pocas fuerzas que me quedaban y me tiré de la cama. Me arrastré hasta llegar a las escaleras y allí me ayudé con la barandilla para poder bajar. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Salí de la casa y me interné en el bosque, sin prestar atención al lugar donde pisaba. Aspiré aire e inmediatamente después lo expulsé, me ardía, pero seguía ahogándome. Corrí como pude.
Oí sus gritos, ellos venían tras de mí, podía sentirlos, pero sus voces pronto quedaron amortiguadas por el calvario que estaba sufriendo. Continué arrastrándome, sin rumbo y a tientas, palpando lo que encontraba a mi paso; solo deseaba alejarme de allí. Estaba demasiado oscuro, entorné los ojos para distinguir algo, pero todo era de un espeso manto negruzco y el dolor continuaba, era prolongado y cada vez más fuerte. Mi mente se hundía en una densa bruma.
Una punzada, como una descarga, atravesó mi cuerpo y me precipité al suelo: había sido un latido, seguido de otro y otro... Mi corazón palpitaba, muy lentamente, y cada movimiento se convertía en un tormentoso espasmo, demasiado intenso como para merecer seguir viviendo. Intenté ponerme en pie aferrándome al tronco de un árbol, pero mis piernas perdieron fuerza y caí rodando por una pendiente. Aterricé en una zona húmeda tras golpearme contra un grueso tronco. No podía ver casi nada, apenas era capaz de abrir los párpados más de unos pocos milímetros. Los gritos cesaron abruptamente.
Mis pulmones expulsaron todo rastro de aire en una violenta sacudida, abrasándome la garganta. Entonces vi que bajo mi boca se había formado un pequeño charco rojizo. Rompí en sollozos, era lo único que podía hacer. Cerré los ojos y dejé mi cuerpo inerte, sin fuerzas. Intenté hablar para pedir ayuda, pero mi garganta estaba ahogada en sangre, y su sabor me produjo unas incontrolables nauseas. Tragué para liberarla, pero fue como si el fuego me abrasara a su paso. El estómago me obligó a vomitarla con una nueva sacudida. Toda la piel comenzó a escocerme como si estuviera en carne viva y alguien me hubiera bañado en alcohol. Y calor..., un calor insoportable; parecía que todo a mi alrededor estaba ardiendo en llamas.
Sentí calambres en la cabeza, como pinchazos en el cerebro. Un instante después, una marea de ruidos, olores y texturas invadió mis sentidos hasta el punto de querer llevarme a la locura.
Intenté volver a abrir los ojos. Todo a mi alrededor estaba borroso. Pero, a pesar de la oscuridad, la noche me deslumbró. Era como si lo viera todo por primera vez. Pero las formas se mezclaban y los colores se difuminaban.
Había algo cerca de mí que destacaba por su blancura. Era... como un rostro, un extraño rostro. Extendí un brazo hacia la forma para pedir ayuda, pero se evaporó antes de que yo pudiera siquiera rozarla. Un instante después, perdí el conocimiento.
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Quien quiera otro capítulo que diga "YO"