Cuando volví a abrir los ojos, ya no estaba en la orilla,sino al inicio de la playa, justo donde la tierra llena de hierbajos y hojarasca del bosque se mezclaba con la arena finay oscura.
Supuse que en algún momento Jerome me habíallevado hasta allí porque, en ese instante, el mar cubría concalma el lugar donde minutos u horas antes había perdido elconocimiento. Ahora, todo estaba en calma. El cielo estrellado, ahí a los lejos, había dado paso al sol en el horizonte.Soplaba una leve brisa y el sonido acompasado del ligerooleaje se fundía a la perfección con el palpitar constante yrítmico del corazón de Jerome.
Esa serenidad se trasladó ami propio corazón. De pronto, me sentía bien, como hacíasiglos que no me sentía... Solo una extraña sensación, enalgún lugar muy profundo de mi pecho, amenazaba conromper la calma..., aunque, en ese momento, era incapaz deadivinar de qué se trataba.
Llené los pulmones con fuerza ysentí que la vida regresaba poco a poco a mí.
Jerome se removió detrás de mí, como si acabara dedespertar de un largo letargo.
—¿Qué tal te encuentras? —pregunto.
—¿Qué ha pasado? —balbuceé llevándome una manoa la frente.
La paz inicial comenzaba a dar paso a un fuertey martilleante dolor de cabeza.
—¿No recuerdas nada?
Me incorporé un poco y me giré para poder mirarlecara a cara. Todo mi cuerpo crujió al hacerlo.Su expresión era cansada. Unos enormes círculososcuros rodeaban sus preciosos ojos azules que, en eseinstante, parecían menos intensos que de costumbre.
—Recuerdo el dolor —reconocí, bajando simultáneamente la vista hacia mi pecho. La camiseta negra estabarajada a la altura de mi corazón y dejaba al descubierto mipiel. Ahí ya no había rastro de la herida abierta, solo unafinísima línea blanquecina en vías de desaparición—. Y a ti,hablándome...
Alcé los ojos hacia él. El guardián también tenía lavista fija en los restos de la marca causada por el puñal.
—No tuve más remedio —respondió con voz débil—.Te lo habrías arrancado. —En ese momento, él también alzóla mirada y sus ojos se cruzaron con los míos.
Ambos nos mantuvimos la mirada hasta que yo laaparté.
—No es la primera vez que me pasa.
Él se removió incómodo.
—Aquello fue distinto.
—¿Cómo lo sabes? No estabas allí.
—Fui yo quien lo provocó —soltó. Fui a decir algopero él me interrumpió—. ¿Recuerdas lo que ocurrió conHernan en las ruinas poco antes de que despertaras en elbarco? —De nuevo, no me dejó responder—. Hacía tiempoque imaginaba que trataría de hacer lo que hizo con susangre y tu corazón. Si tu sangre hubiese entrado en contacto con la suya, te habríamos perdido para siempre. No sé sirecuerdas lo que ocurrió en el descampado junto a la casa deGareth, pero lo que hice fue provocar que mi sangre entraraen tu cuerpo antes de que lo hiciera la de él, de modo queel arrepentimiento de mi muerte pudiera enfrentarse a lavenganza de la suya sin que afectara a lo que eres.
Le miré, confundida. No estaba segura de haber entendido lo que quería decir... Él continuó.
—Es algo que se hacía a la inversa en la época deCardassay, no es frecuente porque resulta muy arriesgado.
—¿Arriesgado? —Abrí mucho los ojos—. Jerome, tusangre puede matarme.
—Solo si llega a tu corazón. He dicho que la metí en tucuerpo, pero no que fuera en tu propia sangre.
—Me mentiste. Dijiste que no habías sido tú.
—¿Habrías vuelto a hablarme? —preguntó de formacortante—. Te habrías negado a escucharme.
Guardé silencio. Era cierto, pero eso no justificaba queél también me mintiera.
—¿Y qué es lo que me ha pasado ahora?
—Tu corazón sufrió un bloqueo. Algo ha hecho que tellevaras al límite. En aquella ocasión fue entrar en contactoconmigo pero si ha ocurrido ahora de nuevo, solo puede significar que hay algo que no nos has contado. —Me miró conintensidad—. De no haber sacado la sangre podría inclusohaber llegado a latir.
Sus palabras cayeron a plomo en mi corazón.
—¡Christian! —Exclamé poniéndome en pie. Depronto, había recordado con total claridad lo que habíaocurrido—. ¿Cómo está? ¿Acabé... acabé con él?
Él me miró, aún serio, y se levantó, pero no esperé aque me respondiera. Me crucé con Liam, que se dirigía hacia él, pero pasé de largo y salí corriendo hacia la casa, en dirección al lugar donde recordaba que había ocurrido.No encontré a nadie en mi camino y, cuando llegué allugar, tampoco vi ningún rastro de él.Nerviosa y acongojada, regresé a la cueva, el únicolugar que me faltaba por mirar. Pero la luz era escasa ahídentro, otorgándole un aspecto fantasmagórico y oscuro yhaciendo imposible distinguir si había alguien más o no.
—¿Christian? —pregunté al eco de las paredes convoz débil.
La enorme presión del pecho había regresado yamenazaba con partirme en dos.
Caí de rodillas en unaspiedras junto a la orilla.
¿Y si... y si de verdad le había...?Era incapaz siquiera de terminar la frase en mi mente. Mehice un ovillo y oculté la cabeza entre mis rodillas ¿Qué meestaba ocurriendo?¿En qué me estaba convirtiendo? ¡No seintenta acabar con alguien a quien quieres! Puedes gritar,llorar, pero no lo que hice. ¡Era un monstruo! Y tal vez ahoraél... él... Cerré los ojos con fuerza y tiré de mi pelo con saña.Le quería. Dios, le quería de verdad. Voluntariamente o no,pero era así y negarlo estaba acabando conmigo. No podíahaberle ocurrido nada malo. Jamás me lo perdonaría.
Mi maltrecho corazón dio un vuelco en el mismo instante en que mi cuerpo entero captó un latido. Me puse en pie de inmediato y me giré hacia la oscuridad.
—Querías matarme —me dijo desde algún punto cercano.
—Estás bien... —El alivio por escucharle no consiguió que mi voz sonara arrepentida, sino contrariada.
Noté que dio un paso hacia mí porque, de pronto, sentía su aliento sobre mi cara. Quería decirle que me alegraba no haberle hecho daño. Que lo sentía. Que solo deseaba abrazarle, pero mi mente y mi cuerpo no respondían a mi corazón. Y en lugar de decirle que le quería, apreté los puños con fuerza y añadí.
—El mundo no es lo suficientemente grande para los dos —dije. Sentí que se acercaba aún más a mí. Su aroma me envolvió como una bruma.
—Creíste que me habías clavado el puñal.
—Lo hice —titubeé.
—Solo hay dos maneras en que tú puedas acabar conmigo. Con tu sangre o arrancándome el corazón. Ninguno de los dos ha sido el caso.
De pronto, sentí su aliento y supe que se encontraba a solo unos centímetros de mi cara.
—¿Por qué? ¿Por qué me hiciste, entonces...?
De pronto, me cogió del cuello y me apretó contra la roca.
—Porque necesitaba saber hasta dónde eras capaz de llegar. Pero ahora veo que te he perdido.
En ese momento, su rostro quedó ligeramente iluminado. Tenía la mandíbula apretada con fuerza y los ojos vidriosos. Me miraba con odio y con dolor. No tenía ni idea de qué sentía, solo que me rompía por dentro como un cristal frágil... Mi uñas se clavaban en su mano, pero él no titubeaba. Mis rodillas temblaron.
—¿Qué eres? —susurró, casi fuera de sí.
—Yo... —balbuceé—. No lo sé...
Mi mirada destilaba dolor. Agradecí que él no pudiera verlo. Por esta vez era incapaz de mirarle con rabia o con odio. La posibilidad de que le hubiera hecho daño me había roto por dentro. Sus latidos, desbocados, parecían a punto de taladrar mi propio pecho, pero la rabia contenida era demasiada como para permitirme mostrarle lo que de verdad sentía.
Me aparté de él, pero, entonces, con un súbito e inesperado movimiento, me detuvo por el brazo, tiró de mí y me besó. Fue tan repentino que tardé un par de segundos en entender lo que estaba ocurriendo. Un par de segundos en los que mi mente rehízo el cuidado muro que me separaba de él y me obligó a empujarle del pecho para apartarle de mí.
Sin embargo, no sirvió de nada, mi fuerza de cazador fue inútil entre sus brazos porque él agarró mis manos y las apartó, apretándolas con firmeza a ambos lados de mi cuerpo mientras intentaba romperme y desarmarme con sus labios. Entonces separó su boca de la mía unos milímetros y me miró directamente a los ojos. En ese momento, le golpeé en el pecho, para apartarlo de mí.
—No... no tenías derecho a hacer eso —tartamudeé.
Le quería tanto que dolía y ese dolor en seguida me recordó por qué no podía quererle...
—Te odio tanto como te amo, Lena. —Sus brazos aún me mantenían pegada a él—. Acabar contigo es más una necesidad que un deseo, pero rivaliza con el deseo de apoderarme de tu cuerpo y de tu alma. No podemos continuar así.
—Ni tu odio ni tu amor me consuelan —balbuceé. Me costaba hablar, incluso pensar de manera coherente. Sus palabras habían conseguido que un extraño calor se fuera apoderando de mi cuerpo como una llama pero la parte de mí que había recordado que no podía quererle, parecía que deseaba que sufriera, aunque no solo él. Yo también—. No tienes más motivos para odiarme de los que yo tengo para acabar contigo.
—¿Deseas acabar conmigo? —Sentí que ejercía más fuerza contra mis brazos. La roca se me clavaba en la piel, pero solo podía pensar en su respiración inundando mi rostro con el aroma de su aliento. No iba a ganar. No iba a olvidar todo lo que había ocurrido. Alcé un poco la barbilla y le miré directamente a los ojos.
—Tanto como tú a mí.
El silencio apresó todo a nuestro alrededor. Él no dijo nada, así que conseguí mirarle a los ojos. A esos ojos. Sentía una enorme presión en el pecho y una extraña sensación apoderándose de mi cuerpo. Su torso aún tocaba el mío con cada inhalación. Su corazón acelerado había robado mis sentidos... Su aliento se mezclaba con el mío y rozaba mi rostro como una cruel caricia.
Entonces, me soltó.
—Yo solo he intentado salvarte. ¿Acaso no lo ves? Llevo intentando enmendar mi error desde el maldito día que te encontré en este mundo.
—Ya no puedes salvarme.
—Pero tú a mí sí.
—También es tarde para eso.
Volvió a tomarme de los brazos y me acercó por los hombros para apoyar su frente contra la mía. Su aliento rozó mi cara.
—No lo es —exclamó entre dientes—. ¿Me oyes? —Mi corazón amenazaba con echar a latir de un momento a otro. Dolía tanto la verdad...—. Mi mundo lleva girando en torno a ti demasiado tiempo. No puedo más. No puedo alejarme. —Tomó mi rostro entre sus manos—. Dame una tregua, Lena, o tendré que pedirte que me arranques el corazón.
Iba a llorar. Aquello me dolía a mí mucho más que a él. Ya no sabía cómo ser fuerte, o dura. Ya no tenía ni idea de nada. Sabía que estaba mal, tremendamente mal, pero lo único claro era que no podía dejar de quererle y eso me estaba matando por dentro.
—Arráncamelo tú a mí. Te lo suplico... Christian...
—No hables —susurró antes de unir su boca a la mía. Una descarga eléctrica sacudió mi cuerpo en cuanto sentí la firmeza y necesidad de sus labios, en ese beso urgente. — Una tregua... —repitió—. Solo por unas horas.
Cerré los ojos con fuerza y asentí. Entonces, volvió a besarme. Una extraña ferocidad pareció tomar presa de él y, un segundo después, de mí misma. No era lo correcto, pero le deseaba, le añoraba y le amaba tanto que dolía. Todas aquellas emociones se mezclaban en un cóctel explosivo en ese momento de tal manera que, de pronto, no pensé en el mañana, en el dolor, en la traición o incluso en el sentimiento de culpabilidad o estupidez. Solo podía pensar en él y en lo que todo mi ser me reclamaba a gritos. El hambre de su cuerpo y la sed de su alma tomaron el control de mi voluntad. Mi deseo traicionó a mi mente y, sin dudarlo, cedí. Christian tomó mi cuello entre sus manos para atraerme hacia él y me empujó con su pecho de nuevo contra la roca. Sus tremendos latidos invadían el silencio. Me apoyó sobre la superficie rugosa y húmeda y me apresó contra ella. Rodeé su cintura con mis piernas y tiré de él para que se dejara caer sobre mí. Lo hizo, deshaciéndose de su camiseta y sin dejar de besar mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi ombligo... hasta quedar completamente tendido sobre mí. Me retorcí al instante por el escozor de su piel expuesta y él se detuvo. Tiró de mis brazos y los colocó alrededor de sus hombros y me tomó de la cintura, alzándome unos centímetros del suelo para que rodeara de nuevo su cintura con mis piernas.
De pronto, comenzó a andar en dirección al agua.
—¿Qué... —jadeé— qué estás haciendo?
No quería parar. No podía, porque si lo hacía...
—Eres mía, y yo tuyo y voy a demostrártelo aunque la piel se me caiga a trozos.
El agua recorrió nuestros cuerpos en cuestión de segundos. El ardor pareció menguar, al contrario que el dolor que se abría paso en mi pecho. Pero ese dolor no consiguió eclipsar mi deseo de sentirle, de tenerle... Sus dedos comenzaron a deshacerse de mi ropa y poco después sus manos recorrían veloces mi vientre y mi pecho desnudos, contra la piel de su torso firme y resplandeciente bajo la luz que penetraba a través de las grietas de la cueva... Abracé su cuello y acaricié su espalda, su cintura... y le atraje hacia mí con más intensidad. Christian aprovechó ese momento para sujetarme con fuerza, sentarse sobre una roca hundida en el agua y colocarme sobre él, cara a cara. Subió sus manos por mi espalda hasta llegar a mi cuello. Siguió subiendo y enterró sus dedos en mi pelo y me atrajo de nuevo hacia él para bes...
—¡LISANGE! —El grito de Reidar penetró en la cueva rebotando por cada roca.
Me aparté de Christian como si de pronto quemara. Ambos aguardamos un tenso minuto, pero nadie volvió a pronunciar palabra.
—Tú también lo has oído, ¿verdad? —le pregunté.
—No...
Me separé por completo de él, nos vestimos y salimos corriendo. Mis pasos me guiaron hasta la playa. Allí, Lisange, tendida en el suelo, se retorcía de dolor. Su aspecto dulce había desaparecido por completo para dar paso a la versión radicalmente opuesta de la que la caracterizaba. Su cabello rojizo estaba enmarañado y lleno de barro, su piel lucía cortes a diestro y siniestro y su rostro dulce se contorsionaba en una grotesca expresión de odio y dolor.
—No te acerques —advirtió Christian detrás de mí. Al volverme para mirarle, vi a Liam y Jerome, que venían juntos. Gareth también estaba allí. Reidar se mantenía a una distancia prudencial.
—¿No se suponía que la habías puesto a salvo? — increpó el guardián.
—Eso hice —respondió él, acercándose a ella—. Habrá escapado.
—¿Y dónde estabas para evitarlo?
De pronto, Lisange se quedó inmóvil, como si hubiera perdido la consciencia.
—Gareth, traed una cuerda —pidió Liam mientras avanzaba también hacia ella.
—Que nadie se acerque —insistió Christian.
—Puedo lidiar con un gran predador —respondió el cazador, arrodillándose junto a Lisange—. No me hará nada.
—Aquí está la cuerda —intervino Gareth, que había regresado en un tiempo récord, lanzándole una pequeña cuerda que él cogió al vuelo.
Christian se arrodilló junto a ella y ató sus manos a la espalda. Acto seguido, la alzó en volandas y enfiló el camino hacia los restos de la casa.
—Llámame escéptico pero ¿no es poco prudente llevar a un gran predador recién convertido bajo el mismo techo que tres cazadores y dos guardianes? —me susurró Jerome a un lado.
Ladeé la cabeza hacia él. No le había visto hasta ese momento...
—Seguramente sí. —Cogí aire y lo solté despacio, sin que consiguiera aliviarme en nada. La aparición de Lisange no había sido lo más extraño que había ocurrido en los últimos minutos...
Seguí a Christian, pero para mi sorpresa no se dirigió hacia la casa destruida, sino hacia mi escondite. Al mismo lugar donde hacía apenas un par de minutos nos entregábamos a una inexplicable y culpable pasión. Depositó a Lisange junto a unas rocas de la entrada y se volvió hacia el resto.
—Nadie debería ver esto —nos dijo al resto.
—No pienso dejarla aquí y que se arranque el corazón —anunció Reidar.
Liam se acercó a él y le colocó una mano en el hombro.
—Ella lo querría así. Me temo que no es negociable.
—¡Esa de ahí no es Lisange! —exclamó él—. ¡Ya no!
—En ese caso quédate y ofrécele tu cabeza en su lugar —comentó Christian desde el suelo.
—Gareth, por favor, acompañad a Reidar de regreso a la casa y haced un turno de guardia. No sabemos si alguien la ha seguido.
Gareth cogió a Reidar de un hombro y le obligó a calmarse.
—Aquí estará bien.
Gareth consiguió sacar al guardián de la cueva y Liam regresó junto a Christian y Lisange.
—Pero tenerla aquí como a un perro no es mantenerla a salvo —alegué.
—¿Cuál es tu idea, entonces? —preguntó Jerome.
—Yo estuve allí —le dije—. No nos hará daño.
Hice ademán de acercarme a ella pero Christian se levantó de inmediato y me detuvo por el brazo. Clavé mis ojos en su mano y, una vez más, en él, pero no me soltó.
—No hay margen para suposiciones en esto, Lena. No te haces una idea de lo que está sufriendo.
Le miré, confundida. Nunca había dado señales de que le importara lo que yo había sufrido por su culpa, pero en cambio era capaz de enfrentarse a todos para ayudarla a ella. Debió notar algo en la forma en que le miraba porque aflojó su mano. Aproveché para soltarme pero no pude dejar de mirarle. No lo entendía, de verdad que no. Tal vez lo que sintió por ella en el pasado fuera más fuerte que lo que nos había unido a nosotros. Habían sido décadas, siglos de pasado en común frente ¿a qué? ¿un año?
—Yo me quedaré con ella —sentenció—. Que ninguno se acerque a menos de cien metros. Aunque deberíais abandonar la zona. Ahora que saben que estamos aquí, no es seguro.
—Nos iremos cuando Lisange pueda acompañarnos —respondió Liam—. A menos que alguno desee irse antes.
Recorrió con la mirada a cada uno de nosotros, pero ninguno dijo nada. Sin embargo, la manera en la que pasó por mí, como si en realidad no quisiera mirarme, disparó una señal de alerta dentro de mí.
—Estamos todos de acuerdo, pues —resumió—. Doblaremos la vigilancia. —Luego miró a Christian—. Os ayudaré a cuidarla.
—No me importa que te quedes pero marchaos todos los demás. Esto no es un espectáculo.
Me fui antes de que lo hiciera Jerome. Sabía que debería estar preocupada por Lisange, pero lo que había ocurrido nublaba como una bruma mi mente. Necesitaba comprender por qué mi cuerpo había decidido traicionarme de esa manera. Necesitaba una explicación lógica más que la de la mera adicción al masoquismo integral. Sabía que le quería, sí, la rabia se había apoderado de todo en las últimas semanas pero no había dejado de quererle. Por eso me dolía tanto, por eso me enfurecía lo que había ocurrido.
Tal vez fuera el sentimiento de culpabilidad por creer que había acabado con él. Puede que dañarle hubiese sido un choque tan grande que me hubiera obligado a darme cuenta de cuánto le echaba de menos. O, tal vez, lo que había hecho Jerome con mi corazón, el alivio de la presión en mi pecho, había conseguido que la ira se minimizara. En cualquier caso, todo era cada vez más complicado y, a esas alturas, veía difícil, muy difícil poder llegar a aclarar nada.