Estaba a tan solo un par de pasos de distancia cuando me giré. Por un momento, solo el eco del goteo del interior dela cueva y el retumbar de su corazón, invadieron el espacio del silencio.
—¿Qué haces aquí? —increpé con un hilo de voz, salvando las distancias.
Christian me miró fijamente y se tomó un segundo antes de responder.
—Debemos hablar.
Parecía haber librado una batalla, literalmente. Su ropa estaba destrozada, su pecho asomaba por varios agujeros de su camisa, sus pantalones tenían varias marcas de quemaduras y su pelo estaba alborotado; aun así, el mismo halo de perfección le rodeaba. Sin embargo, aunque una parte de mí se sintió profundamente aliviada al verle a salvo, la otra seguía cabreada y el enfado crecía tanto al verle ahí, estático, aparentemente inmune al dolor que, de pronto, parecía insoportable. Cogí una piedra y le amenacé con ella.
—No. —Era absurdo, lo sé. Aquella piedra jamás serviría para nada más que para hacerme sentir incluso más ridícula, pero la aferraba entre mis dedos con fuerza como una manera de demostrar que había una barrera entre los dos. Mi respiración iba tan aceleraba que era incapaz de diferenciar cuándo el aire entraba o salía—. No te acerques a mí.
—Me gustaría obviar lo ocurrido los últimos días y tener la ocasión de hablar, sin piedras o miembros entrometidos de ambas casas merodeando alrededor.
Parecía agotado. Muy agotado.
—No estoy preparada para hablar contigo aún. —Intenté que mi voz sonara fuerte y decidida, pero desde luego no la sentí como en mis pensamientos, así que titubeé, solté la piedra y pasé por su lado para salir de allí.
—Querías la verdad. —Me tomó por el brazo, antes de que pudiera alejarme.
Clavé mis ojos en los suyos, a un palmo de distancia de su perfecto rostro. Su respiración se entremezclaba con la mía y eso me hizo vacilar durante un instante. Le quería, pero fue su mirada vacía lo que consiguió devolverme a la realidad.
—Ya es tarde para eso. —Me solté con un movimiento brusco y pasé de largo.
—Helena...
—¡No me llames así! —exclamé volviéndome hacia él, fuera de mí—. ¡Ni se te ocurra llamarme así! ¡No tienes derecho a...! ¡Tú...! —No pude terminar la frase. Mi voz temblaba de ira y de dolor. Pero me negaba a que me viera así. De ninguna manera. De modo que desistí y le di la espalda de nuevo para marcharme.
—Estás enamorada de mí —dijo.
Me detuve en seco y me giré, indignada.
—¿Cuál es tu problema?
—Sé lo que estás sintiendo —siguió—, porque yo sentí lo mismo una vez. Pero no hay amor en este mundo, Lena. Siempre lo has sabido.
—¿Qué es lo que intentas decir?
—Que me amas porque no tienes alternativa. Apareciste en este mundo por mi culpa así que debes amarme hasta el punto de sacrificar tu vida por mí si así te lo pido. Así debe ser. Pero estábamos en un error. Eso no es amor.
—Te has vuelto loco.
Su rostro se mantuvo impasible.
—Tal vez, pero te cuento esto porque sé lo que es. Porque me he engañado pensando que lo que tú sentías fuese diferente y que, de alguna manera, fuera real. Que lo que ambos sentimos fuera real —corrigió—, pero no lo es. Me preguntaste qué había pasado en La Ciudad para que cambiara. Liam me lo reveló. De haber nacido con la capacidad de amar puedo asegurarte que jamás me habrías elegido a mí. Siempre lo he sabido. Al igual que si yo hubiese tenido alternativa, jamás habría amado a nadie, pero no la tuve. Lo que siento por ti es un castigo, una venganza del Ente y una forma de controlarme. Sin embargo, tampoco es real. Tú me amas porque yo te traje a este mundo y yo te amo a ti porque soy cruel y desde que tú apareciste aquí te has convertido en el medio para destruirme.
—¿Se supone que debo creer eso? El Ente no sabía de mi existencia.
—Eso creíamos. Puedes creer lo que prefieras. Solo te estoy proporcionando la verdad que me has reclamado. Yo también lo desconocía hasta que fui a averiguar si los De Cote habían sobrevivido al incendio en la casa de los Lavisier.
—Eso no fue lo que me contaste —le recordé.—Aquello también es cierto. Te conté solo una parte de la verdad. No sé si la más fácil de asimilar o la más dura.
—¿Y por qué me lo cuentas ahora?
—Porque quieres odiarme. Solo te he dado los motivos adecuados para hacerlo.
—No tiene sentido —negué—. Si lo que pretendes es que olvide que...
—No pretendo que olvides nada. —Dio un paso hacia mí, despacio—. Fui yo. Yo lo hice y es tu derecho aborrecerme por ello, pero creo que es justo revelarte que no podrás hacerlo. Intenté recuperar la compostura y alcé ligeramente la barbilla, procurado darle más fuerza a mis palabras.
—Ya no te creo —le dije.
—Volviste a buscarme cuando el barco se hundía —me recordó.
Fui a decir algo. Quería negarlo, pero no era capaz de decirle que ya no le quería y no pensaba reconocer la posibilidad de que él tuviera razón. Me mordí el labio con fuerza. En realidad, era demasiado como para asimilarlo.
—¿Por qué me elegiste a mí?
Él tomó aire con pesar.
—Me conoces lo suficiente como para saber que no hay una respuesta a esa pregunta.
El silencio cayó entre ambos como un muro.
—Así que —miré alrededor. Mis ojos ardían, mi voz temblaba. No tenía sentido intentar ocultarlo a esas alturas—, ¿soy un castigo para ti?
—Sí. Toda tú lo eres. Porque yo no podía amar y te quiero, porque yo soy egoísta pero solo puedo pensar en tu bienestar, porque deseo tocarte y mi piel arde en carne viva cuando te rozo. Tú eres el punto débil para controlarme y no puedo evitarlo. Estoy enamorado de ti y tu sufrimiento me mata lentamente.
—No. —Di un paso hacia él—. No me creo ninguna de esas palabras porque lo que yo siento hacia ti en este momento está muy lejos del amor, así que deja esos trucos.
Me miró fijamente, serio y tranquilo. Se arrancó de un tirón los botones de la camisa, dejando al descubierto su cuerpo desnudo.
—¿Qué estás haciendo? —vacilé.
Acto seguido se acercó a mí, sacó algo de su pantalón y lo puso en mi mano. El roce con su piel hizo temblar aún más mi cuerpo. Bajé la mirada hacia ella y vi brillar una reluciente daga.
—Si tanto me odias, entonces, mátame. Es tu derecho. Los dos descansaremos de esto. Demuéstranos a ambos que lo que digo no es cierto y que en verdad puedes odiarme. Hazlo, de modo que ambos podamos comprobar que lo que sentimos en el pasado era verdadero. Le miré a los ojos, titubeante.
—No voy a matarte, Christian. Yo no soy...
—¿Cómo yo? —terminó él. No le respondí, solo le miré, intentando parecer desafiante aunque sentía cómo todo temblaba dentro de mí. Quería llorar. Huir a algún lugar lejano y romper a llorar como una niña pequeña, pero eso ya no era posible. En su lugar, el ardor de mis ojos había conseguido descender hasta mi corazón. Él me devolvió esa misma mirada desafiante y fría—. Lo creas o no, no puedo darte una explicación. Lo que ocurrió, ocurrió. Y lo que sentí también sucedió. Lo más fácil para mí habría sido matarte cuando tú misma me lo pediste, pero ninguno de los dos eligió el camino fácil. Creía que, al menos, estábamos de acuerdo con eso.
A continuación, se apartó un paso.186Bajé la mirada, abatida. Era como si me hubiesen pegado una paliza ahí mismo.
—¿Y... qué... qué esperas que haga ahora? —tartamudeé—. ¿Fingir que nada ha ocurrido? ¿Que acepte sin más que tú me lo quitaste todo? Todo lo que creía que era bueno y real. Todo a lo que me aferraba, ¿incluso mis sentimientos? ¡Maldita sea! ¿Tenías que mentir tanto? Estuviste ahí cuando te hablaba de que necesitaba conocer mi pasado, cuando fingiste querer ayudarme a adaptarme a este mundo.
—Nunca ha estado en mi mano revelarte tu pasado, Lena.
Me dejé caer contra unas rocas y hundí la cabeza entre mis manos. Había creído que no podía hacerme más daño, pero me equivocaba. Todo dentro de mí se estaba haciendo añicos.
—No puedo más. —La verdad de esa revelación encogió mi corazón—. Vete. No quiero volver a verte —musité a través del nudo de mi garganta.
—Eres lo que todos mis enemigos necesitan para acabar conmigo o ponerme a su servicio, así que entenderás que no pueda marcharme. —Se arrodilló frente a mí—.Te amo, Lena. Y aunque no te consuele esto también me duele a mí. Eres terca y testaruda, pero no lo seas con esto. No puedo evitar sentirme unido a ti. No hay motivo para hacernos más daño. Lo que yo sienta por ti no tiene nada que ver con el hecho de que...
—Pero el que yo te quiera a ti sí depende de ello —le corté.
—¡GRAN PREDADOR! —exclamó de pronto alguien a todo pulmón.
Pegué un bote por el susto y me puse en pie. Christian se colocó un paso por delante de mí. Había reconocido la voz de Reidar, pero fue Liam quien apareció un segundo más tarde, acompañado de Lisange. No necesitaron lanzarse contra él porque Reidar ya le amenazaba con lo que parecía una ballesta apuntada a su corazón.