Érase una vez un ángel llamado Jerome. Parte 1.

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Salí molesta e incómoda. ¿Esa era la clase de personas con las que Gaelle quería que me relacionara? Entré deprisa en el lavabo. Me metí en uno de los compartimentos y cerré con llave. Acto seguido, solté la mochila sobre la tapa del retrete y me apoyé contra la pared. Respiré un par de veces y eché la cabeza hacia atrás, contra las baldosas blanquecinas. No podía.

Era una locura... ¿Qué estaba haciendo? Tenía que contenerme para no salir corriendo. Aunque, tal vez eso era lo que debía hacer, tal vez huir de ahí era lo más sensato. Al fin y al cabo era lo único que hacía todo el tiempo: huir. Entonces, me quedé inmóvil. Sentí que mis oídos se afilaban involuntariamente. Ahí al lado, en el compartimiento contiguo, había alguien llorando. No parecía una chica, pero estaba segura de que no me había equivocado de puerta. Presté más atención. Sus gemidos eran ahogados, pero muy conmovedores, destilaban un dolor que no había percibido nunca antes en otra persona. Un dolor tan, tan grande... Quise levantarme y consolarla, pero no fui capaz. Un hormigueo comenzó a recorrer las yemas de mis dedos. Sabía lo que eso significaba, pero no lo entendía, no tenía sentido. ¡Ni siquiera podía verla! Cerré los puños con fuerza para pararlo, pero la sensación aumentaba y se iba apoderando cada vez más de mí. Resvalé hasta caer al suelo. Mi respiración comenzó a agitarse mientras un extraño bienestar comenzaba a invadir mi cuerpo.

Sollozó con más intensidad, incrementando su dolor. Podía oírle llorar con total claridad. Entonces, el miedo comenzó a sacudirme. Conseguí a duras penas reaccionar, al- cancé el pomo y abrí con fuerza, haciendo chocar la madera contra la pared. En ese momento, quien estuviese ahí se asustó y todo se detuvo.

Confundida, me puse en pie, tambaleándome. Cogí mi mochila y me la colgué del hombro, sin ser consciente de lo que estaba haciendo. Solo podía prestar atención a esa otra puerta. Había llorado, ¡esa humana había llorado! ¡Podía haberle hecho daño! Debatí en mi mente la posibilidad de comprobar si estaba bien pero entonces, escuché que alguien partía un trozo de papel y se sonaba la nariz con él. Aún preocupada, quise esperar a que saliera pero el pánico que recorrió mi cuerpo ante la posibilidad de que me viera fue mucho más grande y, aterrada, salí deprisa al pasillo.

En lugar de ir a clase di media vuelta, salí de allí y atravesé la ciudad corriendo sin parar hasta regresar a la casa.

—¡NO PIENSO REGRESAR A ESE LUGAR! —grité nada más entrar.

Subí como un huracán a la habitación y cerré de un portazo mientras soltaba mis cosas sobre la colcha.

—¿Lena? —preguntó Gareth, abriendo con sigilo la puerta. Me volví hacia él, iba a gritarle algo, estaba furiosa conmigo misma, pero no fui capaz de articular palabra. En lugar de eso, me derrumbé sobre la cama—. ¿Qué ha ocurri- do? —preguntó con cautela.

—He atacado a alguien —musité, intentando sonar un poco más calmada.

—Explícate.

—¡Ni siquiera puedo! —exclamé poniéndome de nuevo en pie—. No sé cómo ni por qué ha ocurrido. —Me contemplaba esperando a que le diera algún tipo de información—. Estaba en los baños, había alguien sufriendo por vete a saber qué y empecé a sentir que me estaba alimentando.

—¿Qué fue lo que notaste?

—¡Ya lo sabes! Bienestar, mezclado con su dolor. El mismo hormigueo en los dedos... No sé cómo ocurrió, ni siquiera estaba mirando.

—¿No había contacto visual?

—No —repetí, llevándome una mano a la sien.

—¿Cuánto tiempo duró?

—No mucho, creo. No lo sé, la verdad —respondí impaciente, cubriéndome la cara con las manos.

—Tranquilízate, estas cosas pasan. Regresé a la cama.

—Comenzó a llorar más fuerte y me asusté.

—¿Lloró mientras te alimentabas? —Ahora sí que parecía preocupado.

—Ya estaba llorando...

—Eso es muy peligroso, Lena, podrías haber cruzado la línea.

—¡Lo sé!, ¿por qué crees que no quiero regresar allí?

—increpé, alzando las manos con desesperación y contemplándolo con ansiedad.

Él se sentó a mi lado y me puso una mano en el hombro. Su rostro estaba ceñudo pero intentaba mantener la calma. Me miró un instante, tomo aire lentamente y contestó de forma grave:

—Han sido unos días muy difíciles para ti, Lena. Necesitas descansar. —Se limitó a decir—. Procuraremos ir más despacio.

Y dicho esto, se fue, sin más. No es que esperara que se quedara allí el resto del día para oírme lamentarme pero me habría gustado al menos un poco más de conversación. No sé por qué, tal vez porque Gareth era el único allí con el que sentía que podía hablar con más o menos confianza.

No lo conocía mucho pero me daba la sensación de que era de ese tipo de personas que necesitan un tiempo para procesar las cosas antes de llegar a una conclusión, así que tal vez eso era lo que necesitaba ahora: tiempo.

Él no volvió a sacar el tema, me preguntó en un par de ocasiones cómo me encontraba pero al parecer, lo que había ocurrido había servido para asustarle lo suficiente como para permitir que me quedara en casa unos días, incluso a pesar de las protestas de Gaelle. Eso me ayudó bastante, en especial esas horas en las que Valentine estaba en el colegio y yo podía sentirme más o menos tranquila e intentar descansar. Aunque no fue tan increíble ni tan relajante como habría imaginado. El silencio y todo ese tiempo con el que de pronto contaba para pensar, comenzaban a acosarme y la preocupación por los De Cote, y ahora también por Christian, me impedía hacer prácticamente todo. Hacía más días de los que quería recordar desde que había aparecido la cabeza de Lisange y desde que Christian se había ido. Ya debía de haber regresado y, en cambio, no había tenido noticia alguna sobre él. Sentía ganas de incumplir mi promesa y salir a buscarlo, pero me sentía responsable. La misma razón que me empujó a permitir que se fuera, me impedía abandonar esa casa. Una conocida sensación helada comenzó a asentarse en mi estómago, la misma que sentía respecto a los De Cote, de modo que, a los tres días, me sorprendí no quejándome mientras Gaelle insistía en que ya era hora de regresar a las clases.

No me gustaba ese lugar, me obligaba a estar atenta a lo que hacía en todo momento y a temerme, pero sabía que no podría soportar más tiempo sola con mis pensamientos. Así que, cuatro días después de mi dramático abandono, regresé a ese lugar llamado instituto.

—¡Has regresado! —exclamó una voz desde mi derecha.

—¿Tú, otra vez? —pregunté mientras avanzaba por el pasillo en dirección a la clase.

—Había comenzado a perder toda esperanza de volver a verte.

—La escolarización es obligatoria en mi familia —refunfuñé.

—El 99% de los que hay aquí comparten ese mismo problema.

—¿Y tú eres ese 1% afortunado?

—No, simplemente me gusta el dolor. Ya, oye, no fui justo contigo el otro día.

—Estoy de acuerdo.

—Acepto tus disculpas.

—¿Perdón? —Paré de golpe y lo miré confusa.

Él se pasó una mano por la cabeza, sobre el gorro, con gesto nervioso, y se acercó más a mí.

—Piénsalo, ambos sabemos que un curso entero aquí, o lo que queda, sin nadie con quien hablar, puede ser una pesadilla.

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Trilogía Éxodo (Éxodo, Revelación y Jueces)Onde histórias criam vida. Descubra agora