Capítulo 6 - ¿Qué sientes, María José?

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— Poché, prometimos que siempre estaríamos juntas en todo. Después de lo de mamá, tú y yo en todo ¿recuerdas?

Eso fue como un balde de agua fría para mí, lo que había dicho Vale me hizo recordar la parte más triste de mi vida. El hecho que nuestra mamá no estuviera con nosotros; quizás sería más fácil si sus brazos estuvieran disponibles para abrazarme, pero aquella enfermedad la alejó para siempre de nuestras vidas. Vale y yo habíamos hecho la promesa que sin importar lo que fuera siempre estaríamos para apoyarnos.

Quería contarle, de verdad quería hacerlo. Eso fue lo que siempre nos juramos –decirnos la verdad, sea lo que sea- pero ella es más joven que yo. Si para mi es complicado y confuso lidiar con mis sentimientos respecto a Daniela, para ella lo sería aún más.

«Es tu hermana, te entenderá» me decía mi subconsciente.

Tragando el nudo en mi garganta y respirando hondo decidí levantarme y caminar hasta la puerta. Ahora mismo lo único que necesitaba era que me dijeran que todo estaría bien. En cuanto abrí la puerta lo primero que sentí fue el cuerpo de mi hermana impactando contra el mío, sus brazos rodeándome y apretándome. Me abrazó tan fuerte que era como si ella tuviese miedo de perderme o algo parecido.

— No sé qué te pasa y no tienes que decirme nada que no quieras. Solo recuerda que no estás sola –murmuró y yo asentí con las lágrimas recorriendo mis mejillas mientras correspondía su abrazo. Mi hermanita era tan madura para su edad.

— Gracias –fue lo que pudo salir de mi boca de manera casi entrecortada.

Después de unos minutos donde solo estábamos allí en el umbral de la puerta abrazándonos, Vale se alejó dedicándome una sonrisa, me tomó de la mano y caminamos a la cama. Nos sentamos y su mirada siempre estuvo en mí, sus ojos demostraban la preocupación genuina que sentía.

Limpiando mi rostro con mi mano, decidí solo contarle que había discutido con Calle, no quería entrar en detalles y mucho menos comentarle lo que Daniela me había confesado. Vale entendió que no quería decir mucho, era muy inteligente y sabía que lo único que necesitaba en ese momento era que me abrazara.


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Pasaron unos días en los que traté de volver a la normalidad de mi vida. Daniela me escribía todo el tiempo, me llamaba y yo la ignoraba. No quería lidiar con eso, estaba muy asustada. Porque no sabía que sentía yo, no sabía si el sentimiento que tenía por ella era de amistad o de algo más, rondaba en mi mente aquella escena cuando me dieron celos de Mario y no dejaba de cuestionarme el porqué de aquella reacción.

El reloj marcaba las: 4:45 p.m. caía la tarde en Bogotá, el clima estaba frio y el cielo en unos colores alucinantes. Me acerqué a la ventana que estaba en mi habitación, moví un poco la cortina para encontrarme con aquella vista; la ciudad era ciertamente un caos, pero desde mi cuarto no lo parecía tanto. Me perdí unos minutos en el infinito de aquel cielo tratando de buscar una respuesta a lo que me pasaba. Escuché mi teléfono sonar y asumí que era ella, Daniela.

Soltando un suspiro arrastré mis pasos hasta la mesa cerca de la cama dónde tenía mi móvil y lo sostuve entre mis manos mientras me sentaba en el borde.

Aun sabiendo que se trataba de ella, no podía evitar los latidos acelerados en mi corazón cuando empecé a leer sus mensajes.

- Poché, por favor, habla conmigo.

- Poché, te he escrito miles de mensajes y no me contestas.

- Sé que debes estar pensando miles de cosas, solo quiero que me las digas, como siempre hemos hablado.

- Esto me está matando, por favor, respóndeme.

- Sé que parezco una intensa pero no quiero que nuestra amistad termine por esto.

Para este punto ya las lágrimas volvían a hacer aparición. Mi pecho se oprimía, no me sentía nada bien.

- Poché no me queda de otra, iré a tu casa y hablaras conmigo quieras o no.

Fruncí el ceño al leer el último mensaje. Daniela siempre ha sido impulsiva y no espera que nadie le diga que hacer, solo lo hace y ya.

Me dejó caer de bruces en la cama aun con el teléfono en mi mano, mi vista va al techo de mi habitación, mientras que mis pensamientos se van a otra galaxia.

¿Qué me dirías, mamá? ¿Qué consejo me darías?

Me levanté de la cama y caminé de nuevo a la ventana para ver el cielo. Si mi mamá estuviera aquí quizás todo sería tan distinto. No sé cuánto tiempo estuve mirando hacia el horizonte, pero sé que fue el suficiente para ver el sol ocultarse. Ya resignada decidí entrar al baño a ducharme, quizás el agua me aclararía un poco la mente. Me desvestí, abrí la regadera y esperé que se calentara un poco.

Entré y me coloqué de espaldas dejando que el agua cayera sobre mi cuerpo, solo escuchaba las gotas al romper en el piso. En mi cabeza escuchaba la voz de Calle, escuchaba su risa y como decía mi nombre. Volteé mi cuerpo para que el agua hiciera lo suyo en mi cara, estaba tibia ideal para refrescar mis pensamientos. Bajé la cabeza y comencé a lavarme el cabello, toda la espuma recorría mi cuerpo, en algún punto logré sentir que alguien abrió la puerta de la habitación, me imaginé que era Vale buscando algo o mi papá.

Proseguí con el baño y luego de 15 minutos, cerré la llave y tomé la bata de baño que estaba guindada en la pared. Salí de la ducha y me dirigí al espejo, estaba empañado por el vapor del agua, lo limpié dejando ver solo mi cara, me veía fatal. Sequé un poco mi cabello con la ayuda de una toalla mientras caminaba a la habitación.

Mi sorpresa fue que al alzar la mirada estaba ella, Daniela Calle sentada en mi cama.

Me quedé helada cuando la vi, ella se levantó y camino hacia mí; todo mi cuerpo estaba tenso, no podía moverlo. Al estar solo a centímetros de mí vi como su boca se movía para empezar a hablarme.

— Disculpa que me aparezca así. Pero no me contestas los mensajes ni las llamadas desde aquel día. Tenemos que hablar, Poché –mi cuerpo seguía inmóvil.

¿Por qué me sentía tan débil cerca de ella?

— Todo lo que te dije en el parque es cierto –continúo —yo te quiero y mucho –sus ojos estaban tan brillantes en ese momento, me miraba con anhelo, pero al mismo tiempo como si sintiera el peor de los temores —pero quiero saber que sientes tú. Por favor, no huyas de mí –tomó mis manos y las acercó a su pecho, su mirada era pura y sincera, sus ojos me estaban gritando cada sentimiento que recorría en su alma —Dime... –se acercó a mí hasta casi unir nuestras respiraciones, yo alcé mis ojos para perderme en su mirada avellana —¿Qué sientes, María José?

 –se acercó a mí hasta casi unir nuestras respiraciones, yo alcé mis ojos para perderme en su mirada avellana —¿Qué sientes, María José?

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