I Miss You

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//Narra Mark//

Tenía los músculos demasiado helados y adormecidos cuando fui conciente de ello. De noche, cuando la ambulancia se marchó, y yo desistí de golpear la pared del pórtico, eché a todos de mi casa. Al sujeto que me había dado la noticia, a Eric McHalley, a su camarógrafo Rob, y a todos los curiosos de siempre. Dando un fuerte portazo, me refugié en el único sitio en que me sentía capaz de encontrar algo de calma. Para mi desgracia, estaba de lo más equivocado. Apenas me vi solo dentro de la inmensa habitación, comprendí que hacerlo fue un error.

Varios de nuestros muebles se encontraban regados en la sala principal en posiciones anómalas, delatando que algo había pasado ahí dentro. Algo violento, desesperado, salvaje, casi animal. Algo que había terminado demasiado mal… Dentro de mi casa se había desarrollado una lucha extraña, cuyas consecuencias yo ya conocía, pero me negaba con todas mis fuerzas a aceptar.

Instintivamente, me acerqué a una pared del cuarto, lo suficientemente lejos de los destrozos para que éstos no me molestaran, pero, al mismo tiempo, lo necesariamente cerca para cubrir toda la escena con la vista. Estreché mis rodillas con mis brazos tensos, y escondí la cabeza en el reducto que se formó, angustiado. Moría por dentro, mientras me sangraba lo más profundo del alma. Tenía los ojos rebosantes de lágrimas, pero ninguna de ellas tenía permiso para ser liberada. Intentaría contenerlas hasta que el esfuerzo se me hiciera imposible de sostener.

En mi mente se había hecho presente el día que nació mi hermana, hace 17 años. Yo era pequeño, pero lo recuerdo con claridad. Puedo decir con toda seguridad que es el primer recuerdo que la Vida me permitió almacenar en mi memoria; la primera huella imborrable que me pertenecería hasta siempre; el vestigio inaugural con el que tendría el derecho de cargar. Ella era una bebé de mejillas sonrojadas, con los ojos enormes cuando los tenía abiertos. Apenas me acerqué, tomó mi dedo índice prisionero en su manito. En ese entonces ninguno de los dos sospechaba que también se hacía dueña de todo lo que soy.

Años después nació Henry, pero la relación que mantenía con él no era tan estrecha como la que por años nos unió a mí y a Annie. Seguramente era por la edad, yo tenía tantos años que bien podría haber sido el padre adolescente de Henry. Con Annie teníamos problemas como todos los hermanos, pero a medida que fuimos

creciendo, fuimos capaces de formar una amistad envidiable. Era mi mejor amiga, a quien le contaba todos mis secretos, y suponía que ella también me consideraba a mí su mejor amigo. Era la persona que siempre ponía su hombro cuando el ánimo se me hacía escaso, era la chica que con su sonrisa era capaz de iluminar todo el Universo, era la niña que me acompañó en todas mis locas aventuras… Annie era mi hermanita, la que se suponía no me abandonaría tan pronto.

Confiaba ciegamente en que nos quedaran muchos años por delante, muchos años para vivir aventuras, mucha vida por compartir. Siempre creí que la muerte nos encontraría dentro de muchos años más, cuando ya fuéramos ancianos; además, crecí pensando que yo sería quien de los dos primero abandonara este mundo… No ella.

¿Qué había pasado esta noche, durante mi ausencia? ¿Qué era lo que había pasado en la maldita casa que mi hermana ahora estaba muerta? Levanté la mirada dando un suspiro, mientras las paredes parecían gritarme que era mi culpa. ¿Dónde había estado yo cuando ella más me necesitaba? ¿En qué me había entretenido que no fui capaz de socorrerla?... Si no hubiera entrado a “Pink Girls” en busca de Joe, yo habría llegado a casa a tiempo… A tiempo de salvarle la vida a mi hermana.

Nuevamente, en un acto reflejo, oculté mi cabeza y así me quedé durante toda la noche, pensando en todo lo que pude haber hecho, pensando que la muerte de Annie era mi culpa, la de nadie más.

Cuando me di cuenta, ya era de día. El Sol entraba tímido por entre los cortinajes, y yo seguía en mi posición, ovillado junto a la pared, con las rodillas casi rozándome la punta de la nariz. Tenía los músculos tensos y helados, adormilados por estar toda una noche sin hacer el más mínimo movimiento. No había dormido, no pude. En el momento en que mamá, papá y Henry ingresaron por la puerta principal, sonrientes como si no supieran nada, yo tenía los ojos muy abiertos, con expresión de ausencia y en los labios se me dibujaba una mueca de desesperanza. Apenas me vieron, corrieron a mi lado, preocupados. Me preguntaron mil cosas, pero yo no les prestaba atención. Comenzaban a desesperarse cuando me decidí a hablar.

Annie está muerta.- susurré con un hilo de voz, y sólo entonces, pude volver a llorar, mientras sentía otra vez la necesidad imperativa de golpear algo.

Another Day in the ParadiseWhere stories live. Discover now