Entrega Inmediata

271 5 0
                                    

//Narra Annie//

* ¿Ustedes no van a celebrar con nosotros?- quiso saber Patrick, estorbando en el momento justo.

Sin darnos cuenta, el novio de mi amiga había entrado al salón donde Zac y yo estábamos, tomados de la mano, mirándonos fijo a los, ahora, emocionados ojos y con las mejillas ardiendo, producto del rubor que las invadió.

* ¿Interrumpo algo?- volvió a preguntar Patrick, notando el momento incómodo.

* No, la conversación ya estaba terminando.- respondió Zac, soltándome las manos y poniéndose de pie a mi lado- ¿Cierto, Annie?-

* Sí.- corroboré yo.

Y así me quedé con la duda eterna de no saber qué me iba a confesar. Después de eso, fuimos a un centro de comida rápida muy famoso entre los chicos de la escuela. Aunque la idea era celebrar que habíamos ganado las Olimpiadas de Matemáticas, para mí, eso era lo menos importante ahora. Sólo pensaba en Zac y en la frase que Patrick no lo dejó terminar: [i] ¿qué harías si supieras que la persona que despierta tantas emociones en mí es…?[/i]

¿Qué era lo que seguía después? Por más vueltas que le diera al asunto, no conseguía llegar a una conclusión satisfactoria. Zac, quizás con intención, se había sentado en otra mesa, con otro grupo de muchachos. A menudo lo miraba de reojo mientras conversaba con los demás, pero él parecía evitarme. ¿Qué estaba pasando? Simplemente mi mente era demasiado estrecha para buscar una explicación. La sonrisa se me borró de los labios y no volvió en toda la noche, por más que intenté al menos fingir alguna malograda. Los chicos me acompañaron a mi casa cuando vieron que era tarde y yo no me estaba divirtiendo. Dentro de mí, lo agradecí infinitamente, ya que así dejaba de torturarme tratando de averiguar por qué Zac me evadía.

Pasé la noche pensando en él. Aunque no quisiera, mis pensamientos iban una y otra vez hacia los recuerdos que Zac me había ayudado a cimentar. Desde aquella

vez que tropezamos, hasta hoy, cuando me dejó con la duda insidiosa de no saber qué quería decir.

Los días siguieron su curso, mientras la intriga crecía dentro de mí, y Zac continuaba evitándome. Al principio quise creer que eran sólo casualidades, pero pronto comprendí que intentar negar la verdad es inútil. La escuela no era tan grande, los pasillos no eran tan espaciosos como para no vernos en tanto tiempo. Simple y llanamente, en dos semanas, no supe nada de Zac.

Mi corazón me dolía como nunca antes había dolido. Hasta ese entonces, esta era la herida más grande que alguien le había abierto. La persona de la que casi sin querer me estaba enamorando, trataba de no toparse conmigo. Poco a poco logré dejar de pensar en él y en aquella frase sin final. Aunque la idea me daba vueltas de vez en cuando, preferí dejarla de lado y tratar de seguir adelante. Después de todo, no podía seguir hundiéndome en la angustiosa incertidumbre.

* ¿Vas a cenar?- me preguntó mi hermano Mark, desde la puerta de mi cuarto.

Era algo tarde para preguntar eso, pero, siendo sinceros, las cosas en mi casa estaban completamente desordenadas. Mi abuela había enfermado hace unos días; no era algo demasiado grave, pero para alguien de su edad podía ser peligroso. Mamá, papá y mi hermanito Henry, viajaron a cuidarla unos días, ya que mi abuelo solo no podía.

De modo que Mark y yo nos quedamos como amos y señores de nuestro hogar dulce hogar. Como ambos éramos estudiantes, dejamos la casa a su suerte, descuidándola por completo. En el fregadero había platos de la semana pasada que ninguno de los dos se dignaba a lavar, la comida refrigerada se estaba acabando, y no teníamos tiempo ni ánimo de cocinar. Y eso por no decir el estado de poca higiene que se encontraba; digo, si ni siquiera nos queríamos cocinar nuestro propio alimento, menos íbamos a tomar una escoba y barrer un poco.

* ¿Hay comida para esta noche?- contrapregunté, incorporándome en mi cama y dejando a un lado el libro que leía.

* Pedí una pizza… ¿crees que alcanzará?-

* Supongo que eso es mejor que el “nada” que cenamos ayer.- bromeé yo.

* Come lento y aprovecha, hermanita, que mañana otra vez habrá “nada” para la cena.- me aconsejó él mientras reía.

Sí, nos estábamos haciendo adictos a comer “nada” todas las noches. De modo que agradecí que hoy al menos hubiera pizza para engañar el diente, como decía mamá. Como era Mark quien manejaba el dinero, yo no podía nada más discar el número de teléfono y encargar una, o me ganaría un regaño por agrandada.

Volví a tomar el libro entre mis manos y continué leyendo. El argumento central me parecía interesante aunque no lo leía por gusto. Me lo habían ordenado leer en la secundaria, y luego tenía que hacer un informe completísimo; así que me estaba fijando muy bien en cada detalle, lo que no era difícil, ya que el libro hablaba acerca del amor de dos jóvenes en una época algo complicada para enamorarse.

Todo parecía confabular contra mí para hacerme volver sobre los recuerdos que se relacionaban con Zac. Era la primera vez que yo estaba ligeramente cerca del amor. Ridículamente pensé que cuando ese día llegara yo tendría a mi príncipe azul, que veríamos atardeceres sentados uno junto al otro en la playa, y que nos daríamos obsequios para San Valentín. Ni modo, creo que no todos los mortales tenemos la suerte de vivir en cuentos de hadas.

No me di cuenta como los minutos pasaron volando mientras yo devoraba el dichoso libro, que a esta altura se había vuelto adictivo, al ser el único vínculo con la historia de un amor sufrido y sacrificado que tenía a mano. De pronto, el sonido del timbre de mi casa me saca de mi mundo “y él, después de años de ardua lucha contra

el infalible Destino, finalmente muere en los brazos de aquella por la que por tantos años batalló para hacer suya”. No quería bajar la escalera para ir a abrir la puerta, pero Mark me gritó desde su cuarto que como él había encargado la pizza, yo al menos debía recibirla… o seguiría comiendo “nada” ¬¬

Sin ánimos de nada, me incorporé sobre mi cama, me calcé las pantuflas y descendí por las escaleras. Era pleno Invierno, así que teníamos la calefacción encendida en casa, como una forma de amainar el frío. Por esa razón, me molestaba tener que abrir la puerta y permitir que el frío inclemente se colara a nuestro hogar… Sin embargo, había una pizza esperando del otro lado 1313.

* ¿Cuánto es?- pregunté apenas abrí la puerta.

Estaba acostumbrada a que cada vez que alguien llevaba una pizza a casa, yo le preguntaba el precio y la pagaba, sin necesidad de haber más diálogo. Por eso, ni siquiera me molestaba en levantar la vista. Gran error.

* Perdóname.- dijo una voz que no escuchaba hace mucho tiempo, pero que apenas llegó a mis oídos, me hizo saltar el corazón- Perdóname por ser un maldito cobarde.-

Another Day in the ParadiseWhere stories live. Discover now