Muñeca De Porcelana

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//Narra Chris//

La hubiera abrazado por siempre, hasta que el Tiempo se volviera la nada misma, y su interferencia en nuestras existencias fuera la de un suspiro en la del Universo. Estrechaba su cuerpo contra el mío con una premura que de lo ajena me sabía a desconocida; una necesidad ardiente que me arrebataba el dominio sobre mí mismo. Una mezcla de alegría, tristeza y frustración me dejaba un sabor amargo en la boca.

El frío que se había apoderado de su cuerpo pareció dar marcha atrás por un momento, al tiempo que su respiración se volvía más enérgica. Aliviado, liberé un suspiro. La mantenía fuertemente aferrada entre mis brazos mientras, con la mirada, escudriñaba la habitación en la que nos encontrábamos. Buscaba un teléfono, para llamar y pedir ayuda. Sin embargo, la estancia estaba algo desordenada, ya por la pelea en la que me enfrasqué con el desdichado atacante, ya bien por el forcejeo que ella misma ejerció para defendese. Además, la emoción y el desasociego que me embargaban, dotaban a la sala de un aspecto más caótico del que en realidad poseía. Abatido, comprobé que si quería hallar pronto el maldito teléfono, debía ponerme de pie y buscarlo yo mismo. Sin embargo, eso significaba dejar sola a Annie, idea que hubiera querido descartar de inmediato. Contra mis deseos, me incorporé y decidí que lo más efectivo sería actuar tan rápido como me fuera posible. Antes de ir a la sala de estar, cerré la puerta que daba a la calle. Consternado como estaba, la urgencia de hacerlo antes no me había conmovido especialmente. Me sentí idiota. Una de las razones para que demandara tanto trabajo que Annie entrara en calor, eran las frías corrientes de aire que entraban desde el exterior de la casa.

Avancé con prisa hacia la sala, y revisé con la vista todas las superficies donde podría estar el teléfono. Gracias a Dios, éste se encontraba descansado inocentemente sobre una mesa que hacía las veces de esquinero. Corrí hacia él, lo tomé entre mis manos y, con algo de torpeza producto de la emoción, disqué el conocido número de Urgencias. Los segundos de espera, aguardando que alguien se dignara a contestar desde el otro lado de la línea, se me hicieron más que eternos. Al fin, una suave voz de operadora telefónica me respondió. Hablé rápidamente, me urgía regresar al lado de Annie, a abrigarla con el calor de mi cuerpo. Hubiera colgado de inmediato, apenas terminé de explicar la situación, pero la voz de la mujer me detuvo. Me preguntó dónde era la emergencia. Titubié antes de responder. Realmente no sabía la dirección exacta, sólo el nombre de la calle y algunas intersecciones. Por suerte no era una avenida demasiado extensa o algo similar, así que la mujer sostuvo que con eso bastaba. Dejé el auricular en su lugar, y me apresuré a volver sobre mis pasos.

Sonreí al verla. Incluso en ese estado, mi corazón latía con la furia del amor cada vez que mis ojos se fijaban en su débil figura. Me agazapé a su lado, y nuevamente la tomé en mis brazos. Creo que dormía, ya que no hizo ni el más mínimo murmullo cuando la levanté para abrazarla cerca de mi pecho. Observé su rostro de niña, amoratado en varias partes, cerca del ojo derecho, bajo la comisura de su labio inferior, y en medio de la mejilla izquierda. La sangre comenzaba a secarse alrededor de las heridas. Era lo único que tenía color en su rostro, ya que todo lo demás estaba provisto de una blancura extraña. Mi corazón dio un vuelco asustado, se detuvo en seco y luego volvió a latir, con más fuerzas esta vez, y lleno de los mismos temores que hace unos minutos me habían invadido. Puse una mano sobre su rostro… Estaba tan frío con el hielo. El rubor de sus mejillas se había dado a la fuga; ahora parecía una muñeca de porcelana que su dueña consideraba inservible. Fría y blanca. Acerqué mi oído a las proximidades de su nariz; ni siquiera pude escuchar el más leve indicio de que estuviera respirando. Mis ojos se empañaron, pero yo luchaba por negarme a aceptarlo. Lo que estaba pasando no podía ser real, de ninguna manera. Sólo era un mal sueño, una pesadilla de la que pronto despertaría.

Estaba asustado, me sentía como un niño abandonado que no sabe qué hacer. Llevé mi mano derecha hacia su costado izquierdo, y la acomodé bajo su pecho. La ausencia de lo más que necesitaba sentir me hizo palidecer. La mano me temblaba cuando la movía en busca del inexistente latido de su corazón. Las lágrimas escaparon de mis ojos, y yo liberé gritos de dolor. Había perdido el dominio sobre mis emociones. La abracé con más fuerzas de las que tenía, mientras la llamaba incesantemente.

* ¡Annie!... ¡Annie!...- gritaba desesperado, pero jamás habría respuesta.

El dolor que se apoderó de mí me desgarraba el alma. Era como si me estuvieran azotando una herida en carne viva. Las lágrimas me rodaban por las mejillas, dejando una huella húmeda tras su paso. Mi cuerpo temblaba, de haber estado de pie, me hubiera desmoronado al instante. Sollozaba como un animal herido al tiempo que gritaba palabras incomprensibles. En mi pecho se abrió una llaga, más profunda que todas las anteriores, y por ella se filtraba un viento helado que me aturdía. La abrazaba con fuerzas contra mi cuerpo, no quería dejarla, no quería. Quería creer que aún podía hacer algo para salvarla, que el calor de mi cuerpo todavía podía tener alguna incidencia, darle alguna esperanza a la que aferrarse… Sin embargo, ya era tarde. Me sentía culpable por haberla dejado sola, nunca debí abandonarla para ir a llamar por teléfono. Yo debía permanecer a su lado, entregándole calor y manteniendo vivo el frágil vínculo que aún la mantenía atada a este mundo… Pero los errores del pasado no se pueden enmendar.

Mordía mi labio inferior mientras la observaba, tan fría, tan inmensamente hermosa y sin rastros de color como la muñeca de porcelana que me había parecido hace un instante. Pero ahora, ella y la muñeca tenían algo más en común. La ausencia

de vida… Mis lágrimas le cayeron sobre el rostro mientras en mi mente la maldita frase se repetía tantas veces hasta que se confundía con su propio eco. Annie había muerto.

Another Day in the ParadiseWhere stories live. Discover now